Con un total de 63 crímenes y aún cuando cuarentena mediante no se registró ningún ataque mortal durante los últimos diez días de marzo, el primer trimestre de este año arrojó veinte homicidios más que el mismo período del año anterior en el departamento Rosario, es decir un incremento del 46,5 por ciento. Si bien la mayoría ocurrió dentro de los límites del municipio rosarino, la comparación arroja un incremento notable en Villa Gobernador Gálvez, donde los 7 crímenes de este trimestre superan la mitad de los 13 registrados en todo el año 2019; y en Granadero Baigorria, donde en estos últimos tres meses se alcanzó la misma cantidad de asesinatos (4) contabilizada en todo el año pasado.
Llamativamente, el parate en la ola de crímenes que sacudió al departamento Rosario en los primeros meses del año se dio casi en forma paralela al dictado del decreto presidencial que estableció la cuarentena de aislamiento social preventivo y obligatorio a partir de la 0 hora del día 20 de marzo. La respuesta a era relación está en manos de criminólogos o sociólogos más allá de los responsables policiales. Tras la puesta en vigencia de esa normativa hubo un solo asesinato, el domingo 22 en la zona sudoeste de Rosario, y la víctima fue Alejandro Merlo, un muchacho de 30 años baleado en la esquina de Aurora y Alsina en el marco de un supuesto conflicto intrafamiliar.
Otra gran diferencia comparativa puede verse en los once casos de mujeres asesinadas este trimestre, de los cuales al menos tres casos podrían encuadrarse como femicidios (ver página 30); una cifra llamativa teniendo en cuenta que a lo largo de 2019 fueron asesinadas 17 mujeres en todo el departamento.
Respecto de las motivaciones, y teniendo en cuenta que los datos son preliminares ya que se trata de investigaciones en curso, puede decirse que cerca de la mitad de los hechos tienen un trasfondo vinculado con el narcomenudeo y las disputas territoriales entre bandas mientras que el resto es producto de broncas barriales que no siempre responden a cuestiones criminales. El resto obedece a cuestiones familiares y cuatro se desencadenaron en el marco de robos a mano armada, en uno de los cuales murieron la víctima y el asaltante. Ese hecho se produjo el 3 de enero en el Parque Regional Sur y las víctimas fueron el gendarme Rubén Darío Soto y el asaltante Emanuel Chazarreta.
Asimismo, en un tercio de los casos (21) ya hay sospechosos que fueron imputados por el Ministerio Público de la Acusación (MPA) mientras que en otros hay personas sindicadas como homicidas que hasta el momento no fueron detenidas.
Sur caliente
Según el relevamiento realizado por este diario con datos cotejados con fuentes oficiales, entre el 1º de enero y el 21 de marzo se registraron 63 homicidios dolosos en 81 días en Rosario, Villa Gobernador Gálvez, Granadero Baigorria y Pérez. De ellos, 52 se cometieron con armas de fuego, ocho con armas blancas y dos con golpes.
El restante fue el más llamativo, ya que María Isabel Ruglio apareció descuartizada en siete partes que fueron emergiendo del arroyo Saladillo entre el 10 y el 12 de marzo, pocos días después de que se denuncie su desaparición. Si bien dos personas que vivían con ella fueron imputadas y se determinó que los cortes eran posmortem, no se supo con qué elemento le dieron muerte.
En cuanto a las zonas donde se registraron los homicidios, el sur de la ciudad aparece como el área más violenta. Dentro de los límites de ese distrito (en líneas generales, de bulevar Oroño hacia el río) se contaron 11 hechos. Y la suma de los distritos oeste y sudoeste llega a 27 asesinatos. En tanto, el total de las zonas norte y noroeste fue de 10 hechos.
Entre los sucesos más llamativos se destaca el denominado triple crimen de Empalme Graneros, ocurrido el 16 de febrero cuando emboscaron a una joven pareja que iba en una moto con su hijita. Según la investigación un hombre se bajó de un auto y disparó contra Cristofer Alborzon, Florencia Corbalán y la pequeña hija de ambos, Chelsi. Las víctimas eran familiares de un hombre apodado "Caracú", acusado de liderar una banda de narcomenudeo en ese barrio rosarino. Por el hecho fue imputado el presunto conductor del auto luego de una denuncia de la familia de las víctimas.
Otros dos hechos también se contaron como doble homicidio: una balacera en la zona sur el 8 de enero contra una familia que tomaba mates en la puerta de su casa y terminó con la muerte del verdulero Alejandro Berlari y su nuera Antonela Albornoz. Y una balacera en el barrio Las Flores el 29 de febrero en la que murieron Jorge Plante y su hijo Jonatan.
A lo mafia
Alrededor de 30 asesinatos de los 63 cometidos en el primer trimestre de 2020 tuvieron como telón de fondo cuestiones relacionadas al mundo narco o a la cada vez más naturalizada aplicación de métodos mafiosos para resolver problemas de convivencia. Ese fue el caso, por ejemplo, de Rodrigo Carlos Sánchez, quien tenía 44 años y fue emboscado y ejecutado a tiros cuando conducía una camioneta por Wilde y Urquiza el mediodía del 19 de marzo. El hombre era considerado mano derecha de Esteban Lindor Alvarado, detenido y procesado por liderar una asociación ilícita dedicada a la ejecución de diferentes delitos, entre ellos homicidios, y que tenía una red de empresas legítimas en las cuales —según la investigación fiscal— lavaba el dinero malhabido.
De esos 30 crímenes hay 23 en los cuales aparece claro el móvil de una disputa territorial entre bandas, una de la más importantes usinas de la violencia que asuela la ciudad y que incluso exporta sus conflictos de mercado a localidades vecinas.
En el resto se trata de balaceras con el objeto de mandar mensajes claros y contundentes para que alguien desaloje su casa o tenga a bien comenzar a vender drogas para la nueva banda que se apropia del barrio. Sucede que es cada vez más habitual que una persona se interponga entre las balas y las paredes a las que estaban destinadas y entonces muere en una versión barrial de lo que alguna vez, en la lejana Guerra del Golfo, se diera en llamar "daños colaterales".
Es que más allá de los móviles, e incluso de los ejecutantes, hay un modo de hacer violento que se viene imponiendo desde hace un tiempo para marcar posiciones, y no sólo territorios criminales. Si bien no es nueva la resolución de conflictos entre vecinos o familiares a través de la violencia, e incluso aunque una buena parte de los homicidios siempre ha tenido esas motivaciones, pareciera que la violencia se va legitimando como forma de comunicarse y relacionarse. Un problema grave cuando traspasa el muro digital de las redes sociales, llega a calles donde las armas siguen proliferando y, de pronto, ese deseo de matar cada vez más fácil de enunciar se termina haciendo realidad.