Cuando parecía que las políticas sanitarias y la figura del presidente Alberto Fernández habían logrado una aprobación casi unánime en la sociedad asomó a los balcones esta semana una conocida forma de protesta de las clases medias: los cacerolazos. Esta vez, para reclamarle a los funcionarios políticos que se pongan a tono con la sequía económica que genera la cuarentena y se bajen el sueldo.
En este marco, La Capital dialogó con tres cientistas sociales sobre los orígenes del malestar ciudadano, el rol de la oposición en la emergencia y las distintas reacciones de la política a la demanda de ajustarse al cinturón. También, su mirada sobre un fantasma que en cada crisis la dirigencia política argentina necesita exorcizar: el fantasma del 2001.
Para la politóloga Eugenia Mitchelstein los cacerolazos no son una protesta antipolítica, como deslizan desde el oficialismo. “La discusión sobre cómo deberían ser recompensados los funcionarios es muy política, y tiene una orientación política muy clara —analiza la directora de la Licenciatura en Comunicación de la Universidad de San Andrés—. Es un reclamo que hace gente que no está a favor del gobierno y que tiene todo el derecho de hacerlo”.
Y agregó: “Que todo el mundo sea fanático de Alberto Fernández no tiene mucho sentido en una democracia, que se basa en el disenso”.
Según el politólogo Juan Negri la situación económica amerita el enojo de la población, pero los que protestan no son los más vulnerables: son los sectores antiperonistas que reaccionaron a “una luna de miel tardía” con el gobierno de Alberto Fernández.
En tanto, el sociólogo Federico Zinni considera que la demanda debe leerse en dos niveles. Por un lado, como parte de una estrategia de sectores opositores que buscan una agenda que impacte en el gobierno. “Intentaron primero la crítica a la política sanitaria y eso no entró, entonces encontraron una alternativa que siempre tiene un efecto, especialmente en un momento en que se le pide a la sociedad un sacrificio económico gigante, que es reducir la del gasto político. Era previsible que prendiera y de hecho prendió”, afirma.
Sin embargo, opina Zinni, los cacerolazos también expresan el pedido de amplios sectores que se quedaron sin ingresos por la cuarentena. “Es lógico que haya una búsqueda de un gesto simbólico, una señal de que estamos todos pagando los costos de esta crisis”, argumenta.
¿Demagogia o empatía?
Hasta ahora, la respuesta de la política es dispar. El presidente Alberto Fernández dijo que bajar el sueldo de los funcionarios sería un acto muy demagógico y subrayó que sus ministros “no son ñoquis ni reciben sobres por izquierda”.
Sin embargo, el presidente de la Cámara de Diputados, Sergio Massa, evalúa proponer en los próximos días un tijeretazo a las dietas de los legisladores aún mayor al que pedía la oposición: 40 por ciento, en lugar de 30.
La política santafesina fue todavía más allá: el martes pasado los distintos bloques de la Cámara de Diputados y del Senado resolvieron donar la mitad de su sueldo a instituciones sanitarias.
¿Cortina de humo o un gesto de empatía de la política ante una sociedad angustiada por la pandemia y la recesión?
Para Negri los recortes salariales no solucionan ningún problema estructural pero suman políticamente. “El vínculo representativo se nutre de una situación de legitimidad, de confianza de los votantes, con este tipo de medidas se muestra responsabilidad”, indica.
Mitchelstein se pregunta sobre los efectos del ajuste de los salarios de las autoridades sobre la economía pero también saluda la iniciativa: “La idea de presionar a nuestros representantes para que hagan las cosas que queremos que hagan es parte del juego democrático. Me parece genial que el sistema político se muestre como que responde a las demandas de los ciudadanos”.
Para Zinni ante una demanda que tiene la capacidad de interpelar no sólo a los opositores sino también a los moderados , el gobierno tiene tres opciones: conceder, tratar de reemplazarla con otro tema de agenda, y tratar de confrontarla.
“Combatirla es la peor opción porque la política tiene todo para perder en este contexto —considera—. La más inteligente es dar algún grado de respuesta a esa demanda. Incluso podría hacer algo mejor y redoblar la apuesta, como poner excepcionalmente un límite a lo que funcionarios, jueces, empresarios y cualquier persona puede ganar”.
El fantasma del 2001
Lo cierto es que el repiqueteo de las cacerolas evoca a otro acontecimiento tatuado en la memoria colectiva de la sociedad: el verano caliente 2001/2002. Sobre todo en la dirigencia: los socios mayoritarios de los dos polos que organizan la política argentina —el kirchnerismo y el macrismo— emergieron de las brasas y el humo de aquel diciembre.
De todas formas, Mitchelstein traza una diferencia entre este momento y el que terminó con el derrumbe del gobierno de Fernando De la Rúa. “No es exactamente como en el 2001 porque la ciudadanía no hace responsable a Alberto Fernández, a Rodríguez Larreta y a Kicillof de que haya un virus en China, pero sí los va a hacer responsables de la gestión de la crisis”, advierte.
En la misma línea, Negri remarca que en las elites políticas el 2001 todavía está fresco: “Cuando el presidente anuncia la cuarentena con el gobernador de Jujuy y el jefe de Gobierno porteño hay en el fondo una idea de evitar lo peor”.
Sin embargo, la dinámica de la crisis y la guerra de los balcones podrían agrietar la foto de la unidad.
Mitchelstein y Negri coinciden en que la cooperación entre oficialistas y opositores va a continuar, pero a medida que se acerquen las elecciones de 2021 habrá más motivos para confrontar.
En este sentido, Zinni descarta que la armonía vaya a durar demasiado.”No hay un cambio en la dinámica política, hay una situación en la que ninguna de las autoridades sabe bien cómo lidiar. Es preferible equivocarse entre todos que tratar de diferenciarse”, afirma.
En este escenario, sectores de la oposición sin responsabilidades de gobierno tienen más espacio para jugar más fuerte.
Los tiempos parecen haberse acelerado: las imágenes de los bancos desbordados por jubilados y beneficiarios de la seguridad social abrieron una ventana de oportunidad a la oposición para interpelar al gobierno en un terreno donde se mostraba fuerte: el manejo de la crisis.