Hay sueños imaginados y otros, quizás, ni siquiera soñados. Tal vez allí, pivoteando entre ambos, haya sucedido buena parte de la carrera de Vanina Correa, figura y capitana de la selección argentina de fútbol, quien a los 37 años hará su primera experiencia europea. Vanina, quien brilló el año pasado en el histórico Mundial de Francia 2019, jugará en el Espanyol de Barcelona y con ello le pondrá otro lauro más a su jugoso palmarés. Se irá dejando de lado eso que siempre priorizó: quedarse para que el fútbol femenino crezca en Argentina y que otras nenas que fantaseen con él no pasen por las mismas dificultades. Se irá, finalmente empujada en la decisión por el parate de una pandemia que dejó en stand by las competencias oficiales y se irá también con el peso y el sacrificio de no viajar con sus hijos, los mellizos Romeo y Luna, orgullosos herederos de una mamá polifuncional que no sólo es un pulpo en el arco sino también en la vida. Por estos lares aún no se oficializó, pero en España se hicieron eco de la noticia: la arquera albiceleste llegará para aportar experiencia y seguridad. Viajará a fines de agosto para iniciar la liga Primera Iberdrola en septiembre (a confirmarse). Ella, en tanto, ya se despidió de San Lorenzo, el club en el que jugó hasta la irrupción del certamen por el Covid-19.
El run run inicial sobre el posible pase de Vanina a España generó alegría en el ambiente, incluso desde el mismísimo Rosario Central, en el que tuvo dos períodos como jugadora, el anterior antes de irse al Ciclón. Porque Vanina no sólo representa a esa gran arquera que, con gesto adusto y mirada de lince, puede intimidar a cualquier delantera, sino porque ella es el símbolo del trabajo, del esfuerzo y fue una de las grandes artífices para que el fútbol femenino argentino sea lo que es, aunque le falte. A los 37, entonces, fue contratada por el Espanyol, que le hará vínculo por un año. Ella también lo quiso así, por una cuestión de probar adaptación.
El equipo al que llegará está renovado: cuando irrumpió la pandemia y se suspendió la liga en España todo quedó como hasta ese momento y entonces Espanyol, que peleaba por no descender, se salvó con lo justo. Ahora, como parte de un nuevo proyecto en el que se cambiaron piezas del cuerpo técnico, se decidieron por Vanina, a quien venían siguiendo hacia rato. Otra argentina, de larga trayectoria en el fútbol de ese país, Marianela Szymanowski, será compañera suya.
Hasta aquí, Vanina Correa nunca había tomado una decisión así: si bien su trayectoria es vasta en el fútbol argentino, traspasar las fronteras le había resultado difícil. Mucho más desde la llegada de sus mellizos, de seis años. Hoy, más tranquila y con la posibilidad de pensar mejor en el medio de la pandemia, decidió que era el momento. Si bien las ofertas eran variadas, optó por la liga española, considerada dentro de las cinco más importantes del mundo, también por una cuestión de idiosincracia y la cercanía cultural (e idiomática) con Barcelona. Además, el club prometió que tiene a su alcance la posibilidad de volver a ver a sus hijos en cualquier momento. En principio Vanina viajará sola porque quiere acomodarse y sobretodo por precaución ante el rebrote de coronavirus en Europa, aunque a sabiendas de que este sacrificio que nunca imaginó es para darle una mejor calidad de vida a ese nene y a esa nena. En Argentina, las futbolistas no viven del fútbol. Mucho menos garantizan un futuro de nada. De hecho, hace pocos días la arquera debió licenciarse en la Municipalidad de Villa Gobernador Gálvez, donde trabajaba por las mañanas, antes de entrenar y de atender a sus hijos. Entre tanto.
Una historia rápida y sencilla dirá que Vanina nació en Villa Gobernador Gálvez, en el Barrio de la carne, y comenzó a jugar muy chiquita en el club Villa Diego Oeste. Vistió las camisetas de Renato Cesarini, Social Lux, Banfield, Boca y Rosario Central (en los dos últimos, dos veces). Entre 2010 y 2016 dejó de jugar y volvió a la selección al poco tiempo de retornar a las canchas. Pero una historia rápida y más justa aún no puede olvidarse y es que Vanina es la única jugadora argentina en haber estado en los tres mundiales que jugó el seleccionado nacional (2003, 2007 y 2019), fue campeona de la Copa América 2006 y ni más ni menos que olímpica en Beijing 2008.
Más aún y aquí su explosión: es parte de la camada que dio un sacudón a la estructura del fútbol argentino, reclamando por los derechos de las futbolistas, haciendo paro para ser escuchadas y clasificando a un Mundial histórico. Argentina llegó a Francia 2019 tras 12 años de ausencia y sumó por primera vez en una Copa del Mundo, quedando incluso en el umbral de la clasificación a octavos de final. Aquí, la Flaca Correa, de 1.83 metro, destacó como pocas, siendo objeto de elogio internacional (MVP ante Inglaterra). A la vuelta, se colgó la primera y única medalla argentina en unos Juegos Panamericanos, la plateada en Lima. En septiembre, asumió el primer torneo profesional de AFA con la camiseta de San Lorenzo y desde allí dijo adiós para volar más lejos, hasta el Viejo Continente.
“Los sueños están para cumplirse”, dijo hace algo más de un año, frente a la Torre Eiffel y mostrando el tatuaje del mismísimo ícono parisino, en un alto del Mundial. Sonriente y liviana dejó ver cuánto lo había deseado. Lo nuevo que viene, la experiencia europea, tal vez no haya estado en foco permanente, pero llegó y la tendrá como protagonista otra vez. Se lo ganó sola. Le llegó, como los otros sueños, los no soñados. Aunque igual de intensos.