El fútbol rosarino goza de buena salud. Al menos, si se entiende la expresión en
el sentido más amplio, amén de la influencia de Newell’s y Central. Es que nuevamente el mapa
del oro conseguido en los Juegos Olímpicos se nutrió de jugadores surgidos en la ciudad y sus
alrededores. Por eso la zona sigue siendo una cantera increíble que, ya sea por los clubes de acá o
en otros, encontraron la forma de emerger al primer plano. De los 19 integrantes del plantel
albiceleste, 7 surgieron en Rosario, pero si se extiende el área de influencia, la cifra trepa a 9.
La mitad menos uno. Todo un detalle.
Que las inferiores leprosas y canallas no son las que eran,
no es novedad. Pero esa es otro tema. La realidad es que varios consagrados jugaron a la pelota en
estas calles hasta encontrar su cauce profesional por diferentes vías.
Por quienes Central y Newell’s pueden sentirse plenamente orgullosos es
por Angel Di María y Ezequiel Garay, productos de su cantera.
Ambos se criaron en la zona norte, en su sector más
humilde. El Negro Garay en Blas Parera adentro, corazón de Casiano Casas. Angelito en Perdriel y
Avalos, barrio Alberdi Oeste, pegado a La Esperanza. Y a ellos hay que agregarle a Luciano Fabián
Monzón, que nació en Granadero Baigorria pero vivió en Washington y Casiano Casas. El lateral de
Boca surgió en Argentino, pasó por Agua y Energía y estaba en San Jerónimo cuando le apareció la
prueba en Boca y quedó para dejar sus changas de gomero. Antes fue en bici a probarse a Central
Córdoba y quedó, pero pidió para el colectivo y como se lo negaron no fue más. Se probó luego en
Central pero no lo confirmaron y eligió otros rumbos.
La conclusión es que, en un radio de apenas 10 o 15
cuadras, en el corazón de un sector empobrecido pero de trabajadores y obreros, se gestaron tres
medallas de oro. Y se suma la cuarta si se agrega la de Atenas 2004 del Coty Leandro Fernández (fue
convocado por la lesión de Nicolás Burdisso y no llegó a jugar), que creció a pocos metros de la
carbonería de la familia Di María.
Por supuesto, el más famoso de los rosarinos dorados es
Lionel Messi, quien no llegó a emerger al fútbol profesional ni en la ciudad ni el país, pero
deslumbró de pibe en el club Grandoli y luego en las inferiores de Newell’s. Un caso parecido
fue el de Ever Banega, que después de crecer en Oriental, de una prueba fallida en Bella Vista y un
paso por Alianza Sport, explotó en Boca.
Y si Newell’s y Central tienen motivos de orgullo por
Garay y Di María, sólo a Coronel Aguirre le pertenece igual sentimiento por Ezequiel Lavezzi. El
Pocho, también hincha de Central y que hizo trascender otra vez a Villa Gobernador Gálvez, sin
embargo empezó su carrera en la B, en Estudiantes de Caseros, hasta que Génoa le echó al ojo y lo
prestó a San Lorenzo.
Javier Mascherano también es un orgullo local. Porque su
San Lorenzo natal está demasiado vinculada a Rosario y porque hizo su aprendizaje futbolero en
Renato Cesarini.
Aunque más alejados de Rosario, hay que mencionar además a
José Sosa, de Carcarañá. Y a Diego Buonanotte, ilustre de Teodelina.
Esta historia local en el contexto nacional para llegar a
un logro internacional no es producto de la casualidad, si no de una tendencia que se mantiene. En
el equipo que cosechó el oro en Atenas 2004 también obró esa lógica y con un bonus: su técnico,
Marcelo Bielsa, ídolo de Newell’s, es rosarino hasta la médula.
De aquel equipo, de los 19 integrantes, 10 surgieron en
estos pagos. O sea, la mitad más uno, amén del DT. Además del caso del Coty Fernández, que
reemplazó al cordobés Nicolás Burdisso (hizo inferiores en Newell’s pero apareció en primera
en Boca), el orgullo local se extendió a César Delgado y Luciano Figueroa, la dupla letal canalla
de inicios del 2003, y a Mauro Rosales, el cordobés de Villa María que creció futbolísticamente en
el club del Parque.
En la misma línea de Rosales se ubicó Gabriel Heinze,
producto de la cantera leprosa. El entrerriano de Crespo, con un puñado de partidos en primera se
fue a España y triunfó en el Viejo Continente.
Y ni que hablar de Cristian González, otro rosarino de pura cepa de plena
identificación auriazul, quien fue uno de los veteranos en el primer logro olímpico argentino en
fútbol.
Todos ellos sí estuvieron claramente identificados con
Central y Newell’s. Y no así Germán Lux, tan de Carcarañá como el Principito Sosa, y Wilfredo
Caballero, quien se paró por primera vez bajo los tres palos en Villa Constitución. Por supuesto,
no hay que olvidar a Javier Mascherano, el único sobreviviente de Atenas que celebró en
Beijing.
En proporción a la cantidad de habitantes, Rosario continúa siendo el polo
futbolístico más importante del país, más allá de que se abrieron muchos canales a los
tradicionales de canallas y leprosos para permitir el crecimiento del incipiente semillero de su
zona de influencia. El oro es argentino, por supuesto, pero también bien de acá. l