Miguel Ángel Russo. Un guerrero. Hasta el final. Quién si no se hubiera animado, pese a que se le notaba ya con pocas fuerzas, a viajar para estar en el lugar donde acaso fue más feliz: el Gigante de Arroyito. Quién si no se hubiera atrevido, no una, sino tres veces a volver a una institución cada vez más en las malas, para sacarlo al fin de su pozo más profundo.
Quién si no llegaría una quinta vez para ser la pata en la conducción del fútbol, de un club que iniciaba un nuevo proceso para sacarlo de otra crisis que lo venía amenazando. Y que al fin trocaría en el premio más merecido: el del título de campeón de primera división con su amado Rosario Central.
Russo es tan querido en Central, como se quieren a aquellos amigos que siempre están. No creció en sus entrañas, no se crió en sus inferiores, sino en el Estudiantes de Bilardo, la única camiseta que vistió como jugador. No. Miguel llegó, revoleó el sacó y empezaron a amarlo.
Siempre dispuesto a regresar
Pero mucho más con sus siguientes tres retornos, porque lo hizo en momentos críticos. Primero, para sustituir al Flaco Menotti, que había ilusionado con pelear el título pero cuando se fue el equipo estaba tan asfixiado por el promedio que Russo lo salvó recién en la penúltima fecha.
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"Esto es promoción", avisó Russo
Y ni hablar cuando en 2009, apenas dejado el cargo en San Lorenzo y faltando poco para que termine la temporada, fue llamado de urgencia para salvar a Central de un descenso más que posible. Aquella vez apenas llegó dijo: “esto de entrada es promoción”. Fue promoción y alivio en aquellas dos finales con Belgrano.
Pero hubo mucho más. Pese a lo que había conseguido, la dirigencia de entonces prácticamente lo echó para la siguiente temporada en que Central también estaba muy comprometido. A tal punto que no hubo milagro y lo que nadie quería ver, pero él sí advirtió, se consumó con el descenso a la B Nacional.
Dos años de fracasos debieron pasar para volver a ser convocado. Era el tercer año en el ascenso, sin dudas el peor momento de toda la historia canalla. ¿Y quién se hizo cargo? Miguel, por supuesto. Que encima no arrancó bien el año y pasando la mitad de la primera rueda el equipo estaba en el fondo. Pero creyó, siguió, lo sacó adelante, hilvanó una racha ganadora increíble y mucho antes del final lo devolvió a primera división.
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El "amigo fiel" de Central
Era entonces “El amigo fiel” para Central, tal como se tituló entonces en las páginas de Ovación el día del regreso en Jujuy, una sentencia que siempre le gustó.
La gloria en primera la arañó en el primer año de la vuelta en aquella final perdida de Copa Argentina, pero para el nuevo regreso, el último, la historia le daría el lugar que tanto se merecía: el de sacar campeón a Central en primera división. La Copa de la Liga 2023, fue acaso su estrella más deseada. Con muchos de los jugadores que hoy componen el plantel canalla y que tan efusivamente lo saludaron cuando volvió el último 14 de septiembre dirigiendo a Boca.
Fue el último mimo, para el cual se sacrificó tanto. Todo el Gigante le dedicó un tributo conmovedor, al hombre que además no perdió ninguno de los tantos clásicos que jugó y hasta quedará para su rica estadística, que su último triunfo con él como DT oficial de Boca fue un 5 a 0 sobre Newell’s. Pero su persona fue tan grande, que nunca hubo una palabra de más hacia el tradicional rival. Un respeto mutuo, que se vio exteriorizado en los mensajes expresados desde el club rojinegro o desde el colega leproso, Cristian Fabbiani, como de todo el fútbol argentino sin distinción de camisetas.
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Un rosarino más
Por eso, Russo fue un rosarino más. El que podía andar tranquilo por las calles, el que se sentaba con los amigos que supo cosechar en su bar, el de Agrelo y Superí. El técnico de la vieja guardia, con códigos para el trabajo periodístico. El que dirigió por todos lados, en Argentina y el exterior, el amado también en Estudiantes y Boca por ejemplo, pero echó realmente raíces junto al río Paraná.
Si Ángel Tulio Zof fue la gloria más grande como entrenador de Central, este otro Ángel brilló con la misma intensidad. Con su propia impronta. El bronce se viene en el Gigante, para que se haga visible lo que ya está internalizado en el alma canalla. El “olé, olé, olé, oléeeeeeee, Migueeeeelllll, Migueeeeeellll”.