En el fútbol, los ritos y las tradiciones tienen lugares sagrados de veneración. Espacios donde se vuelca el fervor de la pasión, donde se expresan de manera colectiva amores sin condiciones que trascienden los tiempos y los contextos eventuales, donde se estrechan lazos, se renuevan compromisos, y se elevan miles de promesas al cielo con un solo pedido: ganar el clásico. No importan los momentos, las épocas, las rachas a favor o en contra, ni las situaciones de arribo, ni los resultados de turno. Aferrándose a esta efervescente estructura de arraigo sentimental, los hinchas de Newell’s supieron hacer un culto de este tipo de prácticas y este jueves lo volvieron a demostrar en este nuevo banderazo llenando los tres laterales habilitados del Coloso (las dos populares y la platea doble) como conmovedora señal de apoyo al equipo de Gabriel Heinze de cara al duelo del sábado con Central. Una ceremonia especial y única, para un partido especial y único, que lo merece.
Una multitud de hinchas rojinegros se ofrecieron de emotivo marco de un evento que traspasa fronteras e impacta en el mundo. Por sus (des)proporciones, por el tipo de gesto, porque ni siquiera se trata de un entrenamiento. Son los hinchas y los jugadores, frente a frente, intercambiando roles, a puro grito, a corazón abierto, y en esos instantes se para el mundo para ellos. Folclore en estado de máxima pureza. Allí, en esa fiesta de declaraciones recíprocas vestidas de canciones tribuneras, todos terminan de comprender lo que significa el fútbol y el clásico en esta ciudad.
Este ritual es una fiesta en sí misma, que el simpatizante de Newell's celebra y disfruta. Y esa comunión encuentra un punto de exaltación que otra vez se expresó multitudinariamente a través de fuegos artificiales, carteles y banderas.
Lo primero que se llenó fue la popular Diego Maradona. Con una bandera blanca que solo decía "leprosos". Después se completó la platea baja este. Ahí había una bandera que decía: "la grandeza no se copia". Y en las pantallas de los costados reflejaban: "clásico ritual . Único en el mundo . Dese 1996".
El equipo de Heinze entrenó por la tarde en Bella vista y después se fue directamente al Coloso. Salieron a la cancha a las 19.15 y entraron en fila, con el entrenador a la cabeza, secundado por los de más experiencia: Pablo Pérez y Lionel Vangioni, con Guillermo May, el que no va a estar por haber sido expulsado ante Estudiantes, tomando mates junto a Williams Barlsina. En el centro levantaron los brazos para saludar y recibieron los aplausos de la multitud, mientras el Gringo se mantenía atrás dejándoles el protagonismo a los suyos. Entre ellos estuvo Panchito González, que se viene recuperando bien de una lesión ligamentaria de rodilla.
Diez minutos después ingresaron los familiares de los jugadores, todos sacándose fotos adentro de la cancha y bailando canciones de cancha.
A las 19.37 apagaron las luces y el espectáculo fue de los celulares en las tribunas, que antecedieron al show de los fuegos artificiales y bengalas. El espectáculo pasó decididamente a las tribunas, mientras el plantel y cuerpo técnico se maravillaba desde el centro de la cancha. A las 19.49 volvieron a prender las luces, los jugadores recorrieron la vuelta completa para saludar a los hinchas, hubo tiempo para la foto grupal con la tribuna Maradona de fondo y los aplausos de despedida. Lo que queda ahora, es nada menos que el clásico.