La AFA y la superliga desandan desde la retórica un sinnúmero de proyectos de inmediata aplicación para “el cambio definitivo” del fútbol argentino en todos sus niveles. Planes de transformación sobre los cuales teorizan como si se trataran de secretos revelados, pero que no son ni más ni menos que las normativas que desde hace muchos años se aplican desde la Uefa y propia Fifa.
Así los ex grondonistas devenidos en los modernos dirigentes de la “renovada AFA” prometen la revolución productiva, el vamos por todo y el sí se puede con idéntica impronta con la que fueron forjadas esas frases políticas, pero también con similares resultados, por lo menos hasta ahora. Porque así como en el país, el fútbol continúa por la misma senda, como es lógico, porque no hay manera de que el final sea distinto si las formas son idénticas.
Alguna vez un estudio sociológico, formulado en el marco del análisis de la erradicación de los hooligans del fútbol británico, concluyó en que no habrá cambio estructural desde lo social sin un cambio cultural precedente, y para lograr esa transformación es indispensable primero que sea procesado e internalizado por la propia sociedad, para después poder demandar el cumplimiento a todos sus órganos de representación republicana.
Entonces el fútbol argentino recién alcanzará una organización seria y respetable cuando sus directivos lo sean, una variante no menor, pero la cual depende de una modificación aún más trascendente, que debe producirse en aquellos que eligen a esos dirigentes. Porque los rasgos de una sociedad se hacen más visibles en aquellos movimientos de masa que se generan en torno a la diferentes pasiones, y el fútbol es un auténtico espejo. Allí virtudes y miserias se alternan reflejándose en alta definición de manera colectiva. Aunque a la hora de analizar lo sucedido la gran mayoría se ubica afuera del contexto, haciendo de la crítica un argumento, enajenando la responsabilidad, y asumiendo un rol de juez con idénticos patrones culturales a los pares que se juzga.
Es por esto que sistemáticamente se estacionan en el lugar de confort de considerar que el problema del fútbol argentino es el sistema, como si ese sistema fuera algo abstracto, independiente de cualquier participación humana.
Pero no. Cada sociedad tiene el fútbol que dejó hacer o que supo conseguir.
Que muchos de los actuales dirigentes sean los mismos del pasado reciente y no tan reciente, ya constituyen el primer embargo a la esperanza de que la AFA sea un organismo decente, equilibrado, equitativo y competente. Más allá de los vetos que promulgue la Conmebol, porque si fuera por idoneidad o integridad ya muchos debieron ser impugnados.
Por eso raya el cinismo que integrantes de la AFA y la superliga pregonen el fair play financiero cuando fueron artífices del estado calamitoso que se encuentran las arcas de varios clubes, algunos hasta llevarlos al límite de la supervivencia.
Con muchos de estos directivos, y más allá de los debates ideológicos sobre el más conveniente formato societario para las entidades deportivas, muchos de los clubes ya hubiesen quebrado y desaparecidos si no hubiesen sido sociedades civiles sin fines de lucro, a las cuales incluso debieron hacerles leyes a medida para evitar la extinción.
Si hasta tuvieron problemas para garantizar la más elemental y simple de las modificaciones, la confección de un fixture previsible, cuyo cumplimiento se presenta como todo un desafío para el nuevo orden.
Y en la primera ocasión que tuvieron para intentar demostrar la aparente vocación de cambio, en el caso Deportivo Riestra, no pudieron hacerlo porque fueron fieles a su esencia, la que los lleva a priorizar los intereses sectoriales por sobre el reglamento, flexibilizando hasta romper cada una de las normas estatutarias.
Es por ello que una AFA mañosa y amañada no puede prescindir de un tribunal de disciplina (ostentoso nombre si se quiere) formateado a imagen y semejanza, con un presidente como Fernando Mitjans, que utilizó un particular fundamento para explicar el no cumplimiento del reglamento para dirimir el conflicto Riestra-Comunicaciones, como así su explicación a la escucha que lo tuvo como protagonista de un indebido pedido del presidente de Boca, Daniel Angelici, en torno a la sanción de un futbolista xeneize.
Tampoco es indiferente el recurrente comportamiento de Agremiados, que endurece las medidas en víspera de los torneos por el atraso en los pagos de los jugadores, reclamo justo por cierto, pero que a lo largo de la gestión de Julio Grondona y de la actual gestión nunca el gremio de los futbolistas adoptó una determinación tan férrea para modificar varios aspectos legales y estructurales de las condiciones laborales. Sólo alcanza con mencionar lo sucedido con los paredones perimetrales en los campos de juego, donde las colchonetas protectoras aún no fueron colocadas en varias canchas.
Pero como todo tiene que ver con todo en el fútbol argentino, los directivos y dirigentes de las diferentes entidades que hacen al ambiente de este deporte son los que mantienen este status quo, donde los intereses sectoriales gozan de buena salud mientras siguen enfermando al fútbol.
Claro que ese orden establecido no sería tal si la base de sustentación que forman los asociados de los diferentes clubes no mantuviera a estos directivos como representantes, pero para producir ese cambio estructural en la organización es primordial producir una transformación cultural en la sociedad futbolística, por supuesto que de muy difícil concreción, porque implica erradicar el ganar como sea, porque en ese “como sea” abreva la justificación de la corrupción estructural con la que se juega.
Tal vez el primer síntoma de sanación aparezca cuando un masa societaria esté dispuesta a sacrificar la lógica pretensión del triunfo a cambio de evitar el concurso de acreedores o la quiebra de su club, porque hoy a la gran mayoría no le preocupa hipotecar el futuro para sumar a un futbolista estrella que acreciente las chances de salir campeón.
Es justamente esa despreocupación la que avala el accionar de los directivos que pregonan un cambio radical pero que desde lo fáctico sólo es aparente.
Es por ello que el fútbol sólo será como debe ser cuando todos como sociedad estén dispuestos a cambiar para construirlo. Caso contrario la pelota seguirá girando en un ámbito donde todo se conjuga en tiempo imperfecto, y donde ganar como sea muy pocas veces es ganar. La mayoría de las veces es perder.