Solo el tiempo podrá dimensionar verdaderamente la historia fantástica que la selección argentina masculina de vóley escribió en los Juegos Olímpicos de Tokio 2020. Solo el tiempo podrá, por caso, hacer entender que esta medalla de bronce que se colgó esta generación no vale bronce, sino oro, platino y hasta diamantes, como intentaron calificar algunos de los jugadores después de firmar la épica ante Brasil, con la victoria por 3 a 2 (25/23, 20/25, 20/25, 25/17 y 15/13) que consumó la locura. Aunque mientras tanto hay que intentar entender y para entender hay que poner en contexto. En ese contexto que dice que Argentina, en esta disciplina, compite entra las potencias mundiales y eso no es ni cosa fácil ni ganar una costumbre. Todo lo contrario. Y también dice otra cosa. O lo decía: el vóley argentino solo había logrado subirse a un podio olímpico una vez. También fue con medalla de bronce, aunque desde entonces habían pasado 33 años. Esta generación unió el hilo de la historia: juntó aquellos Juegos de Seúl 1988 con éstos, los de Tokio y la pandemia, de manera soñada. Dio definitivamente un batacazo en los Juegos Olímpicos.