Hay nombres que están por encima de cualquier contexto, del escenario que se elija, y el clásico rosarino es un terreno en el que es posible tejer miles de historias. Ese nombre que es superpoderoso en este emotivo clásico rosarino es Miguel Ángel Russo. Sí, ese entrenador que todo lo que hace le sale, que todo lo que toca lo convierte en oro, que lo que busca lo consigue, que lo que imagina lo plasma. Señoras y señores, Russo llegó a la docena de clásicos sin perder. Qué más se puede decir a partir de esos números que son una marca registrada. Claro, no era necesario que llegara este partido para que el DT de Central tuviera que demostrar, más teniendo en cuenta que su equipo viene de coronarse campeón, pero aun no haciéndole falta, imaginó un partido especial y su salida del Coloso Marcelo Bielsa fue con la espalda más ancha de la que traía.
Russo atraviesa los últimos años de su carrera como entrenador y quizá suene despectivo, pero eso de que “el diablo sabe por diablo, pero más sabe por viejo” le cae como anillo al dedo a este técnico canalla que vive haciendo feliz a los hinchas de Arroyito cada vez que se para del otro lado de la línea en un clásico.
Esa marca de 12 partidos invicto en los clásicos ya parecía demasiado, pero qué le van a hablar de conformismo a ese técnico que, históricamente, hizo de la competitividad un modo de vida. Seguramente por eso la vida lo llevó a tantas alegrías. Pero claro, este Russo pudo y puede disfrutar al máximo lo que consiga en cualquier club, pero hacerlo en Central siempre tendrá un sabor especial.
Cuesta discernir de manera exacta por dónde pasa ese amor incondicional que Russo y Central fueron forjando con el correr de los años, pero siempre hubo un ida y vuelta constante, de respeto pleno. Y lo dicho, si con lo que ya había logrado era suficiente para qué exigirle más. Bueno, Russo lo hizo de nuevo.
No debe haber registros en el mundo de un entrenador que dirigiera tantos clásicos y no perdiera ninguno. Y Russo está en ese terreno de ilustres en el que llegó a la docena de enfrentamientos sin que nadie lo obligara a retirarse con la cabeza gacha.
Y eso de todo lo que toca lo convierte en oro no parece broma ni una frase tirada al azar. Para muestra basta con ver lo que sucedió en este clásico en particular, con esa táctica que diagramó, pero sobre todo con la disposición desde lo nominal. Es que mandó a Ignacio Malcorra a la banda derecha, sabiendo que es una función que al 10 le cuesta bastante (en el partido anterior, ante Gimnasia, lo había hecho jugar por izquierda) y no sintió que tuviera que meter algún retoque en el entretiempo luego de ver el poco peso que había tenido Nacho en la primera etapa.
Explicar cómo se definió este clásico está de más, pero igual se insiste: Malcorra anotó el gol del triunfo trepando por esa banda, llegando hasta dentro del área y definiendo, después de un buen enganche, de manera magistral contra el palo derecho de Ramiro Macagno. Era triunfo en el clásico con gol ¿de quién?, de ese jugador al que mandó a un sacrificio enorme, pero que le cumplió.
Sería muy arriesgado afirmar que Russo no haya imaginado en la previa una jugada de ese estilo, que no la haya pensado en esos días de mucho análisis en el predio de Arroyo Seco o incluso con su almohada. Pero más allá de las especulaciones, fue una de las cosas por las que apostó y que le salió.
Había una coraza que Russo ya tenía antes de que su equipo llegara a jugar este clásico, pero ahora ese escudo protector es un poco más fuerte, tan fuerte como ese amor y agradecimiento eterno que los hinchas le brindan a diario.
Russo es el técnico qué pasó por momentos bravos, contras los que luchó de manera inclaudicable, el que pone al trabajo por encima de todo, el que vive para ganar. Y cuando hay un clásico entre Central y Newell’s en el medio, el que logra, de la forma que sea, que su equipo nunca se retire del campo de juego con la vista clavada en el piso.
Con esta victoria en el Coloso su marca llegó a siete victorias y 5 empates, una marca propia de un cuento de fútbol escrito por el Negro Fontanarrosa.
Russo en el pedestal más alto de un clásico rosarino en el que, no hay vuelta que darle, es una marca registrada.