El paso del tiempo no siempre es sinónimo de desarrollo. A menudo representa degradación. Por eso es frecuente encontrar diferentes ensayos que ponen en crisis la definición de evolución, porque a veces en su nombre se provocan consecuencias irreversibles para la proyección de lo que se pretende. Distorsión que se origina cuando los intereses particulares o sectoriales pugnan por prevalecer por sobre el bien común. Destrozando así a una escala de valores que hace años era innata y normal, pero que lamentablemente hoy se convirtió en excepcional.
Si esto sucede en todos los órdenes de la vida es lógico que ocurra en el fútbol. Y es lógico porque se trata de un ámbito donde los demonios siempre gozan de libertad condicional, porque ellos han ido moldeando el sistema para que el correcto pierda a menudo con el tramposo. Construyendo un hábitat donde las personas de bien empiecen a quedarse sin espacio para morar.
El fútbol de Rosario no es la excepción. Es apenas una muestra del todo. Desde ese contexto se empieza a comprender la profunda crisis deportiva que viven ambos clubes. Porque sería inconcebible suponer que en la ciudad no existan personas capaces e íntegras para conformar mejores gestiones. Pero aquellas que lo son, y vaya si las hay, saben a la perfección que hoy más que nunca en este ambiente está vigente la reconocida metáfora que compara al fútbol con el carbón: "Si está apagado te ensucia, si está encendido te quema".
Es que ya quedaron en la historia aquellos dirigentes que supieron establecer los cimientos morales y éticos de Central y Newell's. Cada club con su idiosincrasia, con su identidad, pero con un patrón cultural que hizo de la ciudad un emblema futbolístico.
Armando Botti y Adolfo Pablo Boerio, para citar dos ejemplos, fueron artífices de conducciones que impulsaron un crecimiento considerable de sus clubes, acompañados por pares también probos, que por pertenecer a esas gestiones los emparentaba al prestigio colectivo de ser autoridades de Newell's y Central. Incluso a costa de resignar parte de sus propios patrimonios, porque vivían para el club y no de él.
Seguro que muchos hinchas o socios tendrán en la memoria a otros dirigentes legendarios, a quienes les destacarán otras características, las que mostraron en su momento de actuar con similar impronta en la búsqueda de logros.
Pero en este nuevo orden futbolístico ninguno de ellos podría ser directivo. Es cierto que este pensamiento es contrafáctico, pero la función sufrió una enorme transformación, tanto que hoy es una actividad más vinculada a un negocio que a una función social.
Esa metamorfosis también hizo del fútbol un escenario propicio para que otras actividades capitalizaran ese marco de informalidad para coexistir, las que siempre constituyen una amenaza para aquellos que no están dispuestos a exponer su honra. Más cuando el poder instaurado trata de domesticar mediante la prepotencia.
Las consecuencias
Esta percepción es la que reduce considerablemente las posibilidades de participación política para proyectar potenciales gestiones eficaces en sus clubes, donde la violencia estructural está latente, la misma que se encarga de diluir cualquier buena intención.
No hay dudas de que este aspecto restrictivo es el que más incide en la ausencia de mejores gobiernos en Central y Newell's.
Este análisis no representa un juicio a la integridad de las personas que actualmente conducen los clubes, para ello existen otros organismos, pero sí implica un diagnóstico de las gestiones que generaron este complicado presente invadido de frustración.
No es casualidad que la calidad dirigencial no asome como la mayor causa del problema, ya que la coyuntura impone miradas urgentes, las que se posan en las condiciones del entrenador, de los jugadores o en las del director deportivo. Pero todos ellos en definitiva fueron ungidos por quienes conducen cada club. Y ahí la responsabilidad es ineludible.
Por ello los actuales directivos elegidos democráticamente son forjadores del complicado presente y serán ellos quienes deberán resolver la crisis.
Pero de lo que no son culpables es de la carencia dirigencial que evidencian los clubes, ya que en definitiva ellos son consecuencia de esa falencia.
La falta de calidad dirigencial se resuelve con participación y compromiso político de aquellas personas de bien. Que deben asumir el reto con mucho coraje. Que no es fácil. Pero tampoco imposible. Caso contrario seguirán siendo sólo testigos de la devaluación de los clubes que aman.