No hace falta ser un rosarino de la primera hora para entender lo que se vive en esta ciudad cada vez que se viene un Central-Newell’s o viceversa. Acá sí el orden nunca alterará el producto. Es que en cualquier circunstancia, el clásico rosarino responde a su liturgia sagrada. Ni hablar si se disputa justo en el Día de los Enamorados. Poco importa que en esta oportunidad se juegue en el nacimiento de un torneo cuando ambos equipos recién se están acomodando. A los canallas y leprosos siempre les da lo mismo enfrentarse. Cualquier motivo dispara la pasión futbolera, que ojalá sea la bien entendida, con lazos de confraternidad y sin actos que merezcan el repudio. Porque para Central y Newell’s lo realmente trascendente es pertenecer a una fiesta que siempre será una prenda de reivindicación. Un símbolo de pertenencia que traspasa la barrera de los antecedentes.
La caja de resonancia de un clásico rosarino es única. De ahí que el partido de hoy en el Gigante será influyente en el legado anímico por donde se lo mire. Como todos los clásicos. Es imposible salir indemne de su onda expansiva. Una nueva historia de una rivalidad perpetua, que sólo reconoce a victoriosos y vencidos. En todas las variables imaginables, los jugadores de Central y Newell’s afrontarán el partido llevando una camiseta que significa algo más que una representación deportiva. Es una insignia para definir con el honor. Por eso imaginan la tarde de sus vidas o el gol que los conduzca a la posteridad.
Este clásico tiene muchos puntos de contactos con el que se jugó en septiembre pasado en el Gigante. Como aquella vez, nadie puede escaparle a esa sensación preliminar que indica que Central llega mejor posicionado para ganarlo. Igual, que se recree una escena que se vivió hace pocos meses no significa que sea toda la verdad. De hecho, en aquella ocasión no lo fue. Terminó en un empate sin goles que retrató la sonrisa rojinegra y una mueca de desilusión canalla.
Pero el clásico rosarino está lleno de casos de víctimas que se hicieron fuertes en la adversidad y que sacaron fuerzas de las aparentes debilidades. De lo que sí existe plena certeza es del microclima que rodea a uno y otro equipo. Mientras que a Central el entorno promueve el optimismo, las condiciones periféricas de Newell’s invitan al desánimo.
Justamente para Bernardi el partido maneja los mismos códigos que una final: no se juega, se gana. El técnico rojinegro sabe que está sentado en una silla eléctrica. Que el destino lo hará convivir socarronamente ante Central con el abismo de la destitución. En la conferencia de prensa que dio el viernes negó públicamente que su ciclo dependa de lo que pase esta tarde, aunque lo cierto es que se moverá en un contexto de tolerancia cero. No sólo a Bernardi el clásico le tiende trampas en el camino. Para este grupo de jugadores también se trata de una nueva chance para borrar afrentas. Para Maxi, Scocco o Mateo, sólo por citar algunos ejemplos representativos del plantel rojinegro, últimamente jugar contra Central viene siendo traumático. Cada victoria canalla (cuatro de cinco partidos) clavó un puñal que aún reclama puntos de sutura. Por eso para estos futbolistas también será una cita con el orgullo y la vergüenza. Para colmo, la declinación futbolística que está mostrando el equipo tiene a los hinchas en estado de repudio y sublevación, clamando por la cabeza de Bernardi, dirigentes y jugadores.
A Central está lejos de alcanzarlo este contexto de contaminación. La estructura colectiva que armó Coudet se insinúa como un refugio tan confiable que de lo único que tiene que hacerse cargo es de corroborar las presunciones. Como en el clásico pasado, le llegó la hora de llevar con honores el cartel de favorito. Para eso el Chacho lució propenso a estacionarse con un equipo lógico que a hacer girar indefinidamente una rueda de nombres. Introdujo los cambios lógicos con el ingreso de Marco Ruben por Delgado y Giovani Lo Celso por Cervi. No se permitió sorpresas.
La tarea de planificación de Bernardi fue mucho más ardua. No sólo no confirmó el equipo, sino que aún persigue a ciegas hacia donde quiere ir con su planteo. Está tentado de copiar el libreto del último clásico, que tan buen rédito le dio. Debutará el uruguayo Formiliano como cinco tapón, más abocado a menesteres defensivos como entorpecer cada movimiento que realice Lo Celso. También anda con ganas de jugarse uno de esos plenos de los que no se vuelve si le sale mal. Podría sentar en el banco a Scocco, con todo lo que eso representa. Tampoco definió si va Formica ni si Denis Rodríguez o Mugni transitarán el andarivel izquierdo.
Lo concreto es que todo lo que haga Bernardi no hace más que reforzar la creencia que el clásico de hoy convoca a los extremos. Central y Newell’s no llegan atravesados por las mismas necesidades. Mientras uno se propuso engordar las páginas del libro de una hegemonía que amenaza con extenderse. El otro buscará escribir con trazo grueso una victoria que le devuelva la grandeza que marca su historia.