Cuando los nubarrones amenazan, en Arroyito siempre hay tiempo para que salga el sol y este Central encuentra en el Gigante el escenario ideal para que las expectativas de protagonismo nunca decaigan. Hoy le falta un trecho largo por recorrer todavía a este equipo de Miguel Angel Russo, pero hizo lo que más necesita: ganar. Porque esa búsqueda de los tres puntos tenía que ver con la posibilidad de mantenerse en carrera en busca de los cuartos de final, pero también para borrar las dos derrotas consecutivas que cargaba sobre el lomo. Fue un 1-0 sobre Instituto sufrido, trabajado y muchísimo más festejado, porque hubo más de 20 minutos con uno menos por la expulsión de Quintana, en los que el canalla se despojó de cierto lirismo para ponerse el cuchillo entre los dientes y así llegar a ese final tan deseado.
Se puede hablar de la fortaleza que mantiene en el Gigante y de muchas otras cosas más, pero este Central no podía permitirse otro resultado que no fuera un triunfo. Porque a la fase de grupo le queda cada vez menos hilo en el carretel y este Central ya no está para tirar manteca al techo, sino para concientizarse de que hay un salto de calidad que tiene que dar y esta vez contra la Gloria lo hizo, sin lucirse demasiado, pero con algo de audacia y bastante inteligencia.
Le costó algunos minutos, pero la intención de Central estuvo clara desde el principio, juntar a los que mejor la manejan y así progresar, pero no resultó fácil, sobre todo porque Instituto le propuso un partido de ida y vuelta. Y mientras Campaz no arrancaba, mientras Lovera insinuaba más de lo que concretaba, fue Malcorra quien sacudió la modorra. Tras un pase cruzado de Campaz dominó por derecha, enganchó y sacó el latigazo, pero la pelota dio en el palo derecho.
Parecía “el” momento de Centra, pero la Gloria vio que Ortiz no podía con todos y se animó, progresando por las bandas. Primero fue Bay, por izquierda, y
después Franco, por derecha, con sendos remates desviados. Campaz, Malcorra y Lovera (hubo bastante rotación entre ellos) empezaron a conectarse más y mejor, pero sin tanta profundidad y, por ende, no pudiendo poner la pelota más o menos clara dentro del área para que Abel Hernández pudiera lucirse. En una de esas el colombiano estuvo cerca, pero Roffo se le anticipó bien. Y si el descanso llegó sin goles fue porque Broun metió una tapada increíble tras el potente remate de Bay. Ese minutos finales fueron con un Central con buenas intenciones, pero sin tantas ideas claras.
>> Leer más: O'Connor, una genialidad
A esas buenas intenciones del primer tiempo le hacía falta algo esencial a este Central: claridad en los metros finales. Y vaya si la consiguió, en un momento justo. Porque cuando iban apenas 6’ del complemento apareció esa jugada que inició O’Connor, que prosiguió en Campaz y que terminó en los pies del 30 canalla, quien a puro coraje, gambeta y astucia metió un slalom dentro del área y definió con derecha. Golazo del pibe para el delirio de un Gigante que comenzaba a soñar.
Se soltó O’Connor, se acoplaron Campaz y Malcorra, se asentó aún más Ortiz y todo parecía ir viento en popa, porque Instituto estaba bien controlado. Hasta que llegó la infantilidad de Quintana, la expulsión y el cambio de paradigma de un partido que se transformó en un suplicio. Un rápido reacomodamiento de piezas por parte de Russo, con el ingreso de Komar, y de ahí en más a aguantar como se podía, sin tantas intenciones de ir en busca de un golpe de nocaut.
Obviamente perdió la pelota, pero no la pasó del todo mal. O’Connor casi la mete en su arco de cabeza y después Ibarra con el pie. Sobre el final estuvo ese cabezazo en soledad de Silvio Romero que fue apenas ancho, en un cierre de partido con muchísimo sufrimiento, pero con una euforia propia de un equipo que logró lo que tanto necesitaba. El triunfo fue canalla y es lo que cuenta.