El mejor jugador del mundo desde hace una década, el rosarino Lionel Messi, que con un nivel extraordinario arrasó con todo lo que jugó con el Barcelona, se juega mañana un partido trascendental en su carrera como futbolista de la selección argentina. Hay múltiples motivos que apuntalan esta aseveración. Porque conducir a sus compañeros para vencer al scracht ubicaría a Leo otra vez en la final de un torneo y en las puertas de poder conseguir el trofeo que le falta a su vitrina abarrotada de copas, como es un título con la selección mayor. Pero además porque enfrente estará el clásico rival de la camiseta albiceleste, la exigente verdeamarela, que además jugará ante sus torcedores en un Belo Horizonte que será una caldera. Está demás decir que justamente en la tierra del carnaval y el samba, la Pulga tuvo la gloria al alcance de la mano cuando en 2014 la final del Mundo ante Alemania se le escurrió de la manos. Pero la vida sigue y ahora este encuentro está hecho a la medida de la redención de Messi. Poner de rodillas a Brasil en su casa sería engrosar la idolatría que el hincha argentino ya le dispensa casi de manera unánime al número diez. Por eso no es un partido más para Leo, que ya con 32 años tal vez este sea uno de los cotejos más importantes que le tocará afrontar con la selección.
Messi no necesita demostrarle nada a nadie y ningún resultado de los que se consume mañana le borrará el enorme currículum que atesora. Pero también es cierto que tras varias frustraciones en la puntada final con la camiseta de la selección, el propio Leo se quedó con la sangre en el ojo y buscará romper ese maleficio. Sabe que su aporte de calidad será decisivo, casi indispensable, para poder sacar adelante la difícil semifinal ante Brasil. Y que terminar en la foto ganadora en ese partido de altísimo voltaje simbólico en el Mineirao le daría una inyección anímica incalculable, a él y al equipo, de cara a lo sería una eventual final frente a Chile o Perú, que van por la otra llave de la semifinal. La carrera de Messi no merece culminar sin una estrella con la selección mayor.
En cuanto al partido en sí de Leo no la tendrá fácil porque será la camiseta argentina más perseguida y hostigada por los brasileños desde el minuto uno al noventa. Si bien Tite es un técnico noble y que pregona un fútbol leal y frontal, la realidad es que buscará neutralizar al diez albiceleste con una marca férrea y sostenida, en especial ejecutada por los volantes Arthur y Casemiro.
El propio crack rosarino reconoció que no está teniendo un buen torneo y ser figura en el Mineirao lo volvería a poner en el pedestal. Ni qué hablar si a partir de goles y asistencias conduce a la selección a una victoria resonante que lo situaría en las puertas de ese título esquivo que parece haberse ensañado con él. Es que con la camiseta argentina además de perder la final ante Alemania en el Mundial 2014 en el suplementario con el equipo de Alejandro Sabella, también se quedó con las ganas de dar la vuelta olímpica en tres copas américas, como las de 2007 en Venezuela frente a Brasil, bajo la dirección técnica del Coco Basile, y en 2015 y 2016 versus Chile, dirigido por el Tata Martino, en ambas ocasiones en definiciones por penales.
Por eso el romance de Leo y la selección merecen una noche de reencuentro pasional y qué mejor que la cita sea ante el rival de toda la vida, en su casa y encima con el premio jugoso de avanzar a una nueva final de América. Claro que Messi no puede sacar en soledad el partido adelante y necesitará de un respaldo colectivo que lo contenga, en un equipo albiceleste que hasta ahora demostró ser más un boceto a futuro que una grata realidad.
Lo que debe sacar a relucir el capitán en este cotejo decisivo es el fútbol y el carácter para hacerse cargo de la pelota y los tiempos del partido en pos de guiar a sus compañeros en lo que será un empinado camino hacia la victoria.
No hay que dejar de valorarle al futbolista de Barcelona que haya regresado a ponerle el hombro a la selección en momentos muy complicados, ya que antes y después del Mundial de Rusia 2018 se tomó un impase porque se sentía frustrado de no poder plasmarle su estirpe ganadora al equipo. Hoy es primero en dar la cara y eso habla de su grandeza como jugador. Cualquier otro, ante el desaguisado que es la AFA, hubiese dado el portazo.
No sería exagerado decir que tal vez el “gran partido” de mañana sea entre Messi y Brasil, por todo lo que se juega el diez en su obsesión por ganar un título. Y vencer a los brasileños lo acercaría a este objetivo supremo. Claro que lo máximo sería un Mundial, pero Qatar 2022 aún está lejos y esta Copa América es ahora. No será nada sencillo, pero la gloria está a 180 minutos. Leo va por ello.