Como cada tercer jueves de noviembre hoy se celebra el Día Mundial de la Filosofía, una fecha propuesta por la Unesco desde el año 2005. En este marco, esta organización incentiva la investigación y el análisis filosófico para este día para afrontar los temas sociales y promueve brindar herramientas para poder promoverlo en cualquier persona. Frente a la complejidad del mundo actual, la reflexión filosófica es ante todo un llamamiento a la toma de distancia y al diálogo razonado para encontrar juntos soluciones a los desafíos que nos superan. Es el medio idóneo de formar ciudadanos prevenidos contra la necedad y los prejuicios.
En este sentido, la filosofía es una toma de conciencia, asumir “sólo sé que no sé nada”, tal como decía Sócrates. Y, obviamente, nos incumbe a todos. No es nada si se la aísla. No está encerrada en sus obras ni encapsulada en la oferta académica ni en el conjunto de profesiones que supuestamente se ocupan de ella. Es una práctica de vida, señala la filósofa española Marina Garcés.
Pero ¿se puede filosofar en un mundo apurado? La respuesta es sí, siempre –o a veces– cuando estemos dispuestos a mirar desde otro lugar. Jaspers decía que el origen en cada uno es múltiple. Filosofamos cuando dudamos, cuando nos asombramos frente a lo cotidiano o cuando afrontamos situaciones límite. Todos, alguna vez, ponemos en duda alguna certeza o nos enfrentamos a circunstancias que no podemos eludir y nos hacen tomar conciencia de nuestra subjetividad y es allí cuando inauguramos la filosofía; en algún momento de nuestra vida lo hacemos o necesitamos hacerlo cuando nos enfrentamos a la muerte o cuando dudamos si estamos enamorados o cuando nos asombramos ante algún hecho inédito en nuestra vida.
Umberto Eco, en un artículo periodístico, sumó al ocio como un nuevo origen de la filosofía en cada sujeto. Allí señala “Descartes pensaba mirando una estufa. Esto es filosofar. Utilizar los intersticios de nuestro tiempo para reflexionar sobre la vida, sobre la muerte y sobre el cosmos. Deberíamos dar este consejo a los estudiantes de filosofía: no apuntéis los pensamientos que os vengan a la cabeza en el escritorio de trabajo, sino los que se os ocurran en el retrete. Pero no se lo digáis a todos, porque llegaríais a la cátedra con mucho retraso. Comprendo, por otro lado, que esta verdad pueda parecer ingrata a muchos: lo sublime no está al alcance de cualquiera”
En definitiva, cada una/o puede filosofar si lo desea, si se cuestiona aquello naturalizado, si plantea otras miradas que rompan con el círculo trazado, si se atreve a ir más allá. Si leer es recrear, como sugería Nietzsche, la lectura motiva el pensar, nos hace reflexivos porque tiene pliegues y máscaras por develar, nos plantea seguir girando en torno a ella después de haberla realizado. Por eso leer es siempre interpretar una interpretación y leer filosofía es un cuestionamiento a saberes de algunos filósofos para repensarlos en función de nuestra propia realidad.
Reflexionar sobre los pareceres y decires harán valorar o cambiar la manera de juzgar o actuar. Y allí radica la utilidad y el verdadero sentido de la filosofía. Pero para que un adulto filosofe es conveniente promoverlo desde la niñez más temprana para que se transforme en un modo de vida.
¿Es posible filosofía con niños?
No sólo es posible, sino que es necesaria. La filosofía para niños busca fomentar la actitud que tienen en común los filósofos con la infancia, es decir la curiosidad por todo lo que les rodea. Los por qué y para qué, preguntas propias de una determinada etapa del desarrollo de la infancia, son el modo de vida de los filósofos, quienes nos ayudan a entender el mundo. Sin embargo, dicha actitud infantil comúnmente es cercenada por los adultos, haciéndoles creer que no es bueno hacer tantas preguntas.
La filosofía en la infancia puede ayudar a desarrollar habilidades de pensamiento, o sea habilidades cognitivas, comunicacionales, sociales y emocionales. A través de ella, los niños podrán interpretar algunas ideas, podrán desplegar su creatividad o podrán pensar si es buena o mala tal acción, por ejemplo; es decir podrán ir encontrando sus propias respuestas y no las que los otros tienen pensada para ellos. Fomentar una actitud de búsqueda constante es el gran objetivo de una filosofía para los primeros años. Y se puede lograr con un conjunto de relatos filosóficos sencillos, acordes con la edad, los cuales sirven como textos de lectura y como disparadores para la discusión filosófica.
La escuela podrá ser el lugar donde, desde el nivel inicial, se hable de estos y otros tantos temas que nos preocupan como sociedad. La convivencia en la vida adulta no es producto de un milagro, es el resultado del diálogo y de la reflexión para lograr la tan mentada construcción ciudadana.
Si leer es recrear, como sugería Nietzsche, la lectura motiva el pensar, nos hace reflexivos porque tiene pliegues y máscaras por develar, nos plantea seguir girando en torno a ella después de haberla realizado. Por eso leer es siempre interpretar una interpretación y leer filosofía es un cuestionamiento a saberes y pareceres de algunos filósofos para repensarlos en función de nuestra realidad. Sólo se trata de cuestionar nuestra vida cotidiana para vivir mejor con nosotros mismos y con los demás.