Es un hermoso trabajo ayudar a explicitar estos sentidos últimos del acto educativo, sobre todo, porque muchas veces vivimos muy automatizados y reproducimos las mismas formas durante años, sin saber de los sentidos últimos. Muchas de las razones de determinadas prácticas cotidianas están más fundadas en miedos, temores, prejuicios, repeticiones, dinámicas personales no conscientes que en sentidos decididos. Cuando uno los hace conscientes y explícitos, evidentemente lo anterior no desaparece sino que queda ahí y actúa en relación con una serie de decisiones vitales que la comunidad hace sobre el acto educativo, sobre las personas y la sociedad, a las que cada educador adhiere y sobre los que trabaja.
Hablar de didáctica en clave de comunidad de aprendizaje es hacer alusión a un modo de decidir y organizar el espacio escolar de tal modo que haya intencionalidad centrada en la formación de capacidades y valoración de lo participativo y comunitario.
Con respecto a la ubicación de los estudiantes en el aula debemos decidir el espacio proponiendo un sentido comunitario de los lugares que ocupan cada uno de los estudiantes y que ocupamos todos en los espacios escolares. Se trata de poder decidir entre todos la decoración, el mobiliario, la distribución de las personas, la ubicación de los distintos recursos de enseñanza, los distintos dispositivos escolares, etcétera, de tal modo que quien transite y viva ese espacio tenga la experiencia de la comunitariedad. Por eso, el educador en esta clave ayuda a armar los grupos colaborativos, distribuye los estudiantes en el aula de tal modo que se garantiza "todo a todos". En este sentido, buenas prácticas son las mesas grupales en lugar de los pupitres individuales, las carteleras que visibilizan dónde se ubican los distintos grupos y los roles de cada uno, distintos dispositivos donde se van registrando los saberes aprendidos, la centralidad de los grupos en el espacio por encima del pupitre docente, etcétera. Individualidades que miran todo el tiempo al frente en silencio y el discurso de una sola persona, el docente, no es un modo de hacer experiencia de comunitariedad. Cartucheras comunitarias, responsables áulicos, calendario mural, diario mural, varios pizarrones en distintas paredes, carteleras de usos libres de los estudiantes son algunos de los muchos recursos de los que se pueden valer los educadores para que el espacio vivido sea un espacio donde se respire, valore y aprenda a vivir comunitariamente.
El docente debe poder querer que los estudiantes hagan la experiencia de la comunitariedad, del conocimiento que se aprende, de la vinculación de este conocimiento con la comunidad/mundo en el que estamos insertos, con el sentido emancipador de dicho conocimiento para la vida del mundo, sobre todo, de los desheredados del sistema. Buenas prácticas de ésto son los momentos en los que el educador abre las secuencias didácticas, cuando va sistematizando el saber construido y las intencionalidades del mismo, cuando explicita el sentido de evaluar (y no es simplemente calificar, ni mucho menos atemorizar, controlar, disciplinar) y cuando cierra las unidades a trayectos al ayudar a que cada uno y todos construyan síntesis personales y grupales de lo que se va construyendo. Buena práctica de ésto es la serie de estrategias de aprendizaje cooperativo y de aprendizaje colaborativo que ayudan a que los estudiantes tengan estas experiencias que decíamos antes.
Organizar el tiempo es comprender que debe haber experiencia de proceso, de un antes y un después, de temporalidad, de autoconciencia que se va haciendo cada vez más crítica, responsable, autónoma, libre, solidaria, comunitaria y fraterna con el otro, sobre todo, con el otro empobrecido. Saber que hay proceso implica pensar desde los saberes previos hacia los saberes aprendidos, de las representaciones actuales a las conceptualizaciones críticas, de la conciencia actual a la conciencia responsable. Hablar de procesos implica pensar los tiempos para la desconstrucción, para la reconstrucción, para el trabajo grupal y para la síntesis personal, para la búsqueda de la información y para su procesamiento, para el uso de las tecnologías y la conversación cara a cara. Es desde esta conciencia de proceso que se vive comunitariamente que el educador va organizando recursos y estrategias. Es desde la intencionalidad definida en torno de los saberes que se buscan construir que se toman las decisiones posteriores. Muchas veces, lamentablemente, caemos en el peligro del automatismo, de pensar ejercicios y actividades para el día presente pero no vislumbramos un proceso, ni mucho menos hacemos a los estudiantes conocedores y partícipes de un proceso formativo, educativo. Aludir a procesos implica pensar tiempos propicios para que la palabra sea dicha, compartida, meditada, escrita. Hay un tiempo para cada cosa. Planificar por secuencias didácticas, situaciones problemáticas, proyectos didácticos integrados o por área, portafolios, estudios de casos, seminarios, talleres implica pensar procesos..
Una didáctica que vaya en la línea de comunidad de aprendizaje es una didáctica que permite que el estudiante sea consciente de que vive la escuela de un modo pleno y feliz en donde todo lo que aprende, lo valora y se lo apropia para su vida.
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