Marchas, contramarchas, paro nacional. Tensión en las calles, grieta cada vez más marcada entre oficialistas y opositores. Argentina sigue siendo un enclave de la desmesura.
Por Mauricio Maronna
Marchas, contramarchas, paro nacional. Tensión en las calles, grieta cada vez más marcada entre oficialistas y opositores. Argentina sigue siendo un enclave de la desmesura.
En otra de las singularidades nacionales, la movilización espontánea del primero de abril sorprendió, más que nada, al propio gobierno, que de tan ensimismado con los timbreos, la búsqueda de likes en las redes sociales y las fotos producidas con vecinos a la hora del mate, no había logrado internalizar el deseo de muchos ciudadanos de salir a la calle en defensa de la democracia. Cosas que pasan en estos tiempos de democracia líquida, al decir de Zygmunt Bauman.
A dos meses del cierre de listas para las primeras elecciones de medio mandato, lo nuevo sigue sin terminar de nacer y lo viejo se resiste a decir adiós. En esa pelea por el centro de la marquesina, el gobierno nacional decidió olvidar y dejar a un costado del camino aquellos mensajes de amor y paz a la hora de hacer campaña y clavar la diatriba verbal contra el adversario ideal: el kirchnerismo.
La enemiga perfecta.
Así como Cristina le concedió a Macri la oportunidad de subirse al ring desde 2011, construyéndolo como adversario perfecto, ahora es el presidente quien pone a su antecesora en el rol de enemiga preferida. Cuando no hay economía sana para ofrecer, lo mejor es construir un rival que permita el voto oficialista por espanto a la repetición. Y eso es lo que está haciendo Jaime Durán Barba desde un buen tiempo a esta parte.
Pero, al margen de las decisiones comunicacionales del relato macrista, una buena porción de la sociedad está dispuesta a decirle que "no" nuevamente al kirchnerismo y, por añadidura, al peronismo. Esa es la gran novedad.
Por primera vez en un paro nacional, no fueron pocos los ciudadanos que resistieron las apretadas para bajar las persianas en el paro del jueves pasado. Al margen de una mayoritaría adhesión a la medida de fuerza —sólo alguien con escasa honestidad intelectual puede negarlo— fue palpable el malestar de muchos argentinos por no poder ir a trabajar. Quien crea que esta es una elucubración subjetiva, puede leer las declaraciones del sindicalista de la UTA rosarina Manuel Cornejo.
"Paramos porque somos orgánicos y no queremos que en algún piquete le rompan la cabeza a algún compañero. Ni los trabajadores del transporte están convencido del paro. Así están las cosas", dijo el viejo cacique sindical con honestidad brutal, al menos desde lo declarativo. Y Cornejo algo de experiencia tiene en estas lides. No son los mejores momentos en materia de opinión pública para los sindicalistas.
Atento a ese contexto social, el gobierno nacional sí militó contra la huelga y dio batalla discursiva. Pocas horas antes del paro, Macri convocó a Casa Rosada a Gerardo Martínez (Uocra) y a José Luis Cloro Lingeri (Aguas), entre otros. Y los trató sutilmente de mafiosos, cara a cara, durante el discurso presidencial.
En Balcarce 50 ya tenían encuestas respecto del rechazo mayoritario al paro. "Está de acuerdo con el paro general", fue la pregunta. El 56 por ciento respondió que no, el 37 por ciento que sí. A la vez, el sondeo refiere que el 58 por ciento de los argentinos consideró que la medida de fuerza fue contra el gobierno y el 36 por ciento a favor de los trabajadores. Con esos números en la mano, Macri se envalentonó durante el atardecer del 1º de abril, previo al paro, y habló contra los colectivos y el choripán que, en el segundo caso, es como hablar mal de la patria. Fue una manera, poco elegante, de confrontar con los sindicalistas, además del kirchnerismo.
Ese duelo a veces grotesco entre macristas y kirchneristas saltea al resto y demora la aparición en escena de una tercera vía. O, como dicen ciertos snobs y reaccionarios: de Corea del Centro. Curioso paralelismo entre los haters kirchneristas y los haters macristas. Durante el último gobierno de Cristina se intentaba criticar a los neutrales, algo que repite cierta tribu que, sorprendentemente, admite su fanatismo por los CEO's. Vaya si cambiamos.
En este punto de choque entre kirchneristas y macristas, quedan afuera de la foto central Sergio Massa y la centroizquierda. Curiosa situación: cuando la tensión es entre extremos, se facilita la aparición de alguna avenida del medio, de tránsito más lento pero convencional. "Nosotros no podemos darnos el lujo, sobre todo en provincia de Buenos Aires, de elegir como rival a Massa. Compartimos algún target electoral y él está esperando el momento para que eso se rompa. No le vamos a dar el gusto. Esto es entre Cristina y nosotros", le dijo a LaCapital un calificado legislador nacional de Cambiemos.
La idea del socialismo santafesino de poder encarar un proceso que no los muestre cerca de Cambiemos ni del FpV fue blanqueada directamente y sin intermediarios por el presidente del PS, Antonio Bonfatti, quien dijo que ese vector no está en ninguno de los dos lados de la grieta.
Una objeción de la coyuntura para que Bonfatti acepte ser candidato a diputado nacional sería que esa realidad se extienda hasta el mes de octubre. Nada parece sugerir lo contrario. El escenario electoral en Santa Fe depende de lo que haga o deje de hacer el ex gobernador socialista.
Ese ruido de fondo de la política argentina, lleno de marchas, contramarchas y desmesura genera también confusión a la hora de la definición de las candidaturas. A dos meses del cierre de listas ningún frente tiene postulantes definidos. Y basta con ver los temores que generó en el PRO porteño el nuevo desembarco de Martín Lousteu a la política doméstica para comprobar que nadie tiene la vaca atada.
Octubre, mes de las elecciones, es para la política argentina toda una eternidad.
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