¿Dónde está Santiago Maldonado? Ese interrogante fue ganando espacio hasta limitar el contexto poselectoral. O hacerlo mutar. La oposición, en todos sus formatos, pregunta. El gobierno no sabe. Así, ¿hasta cuándo?
Por Mauricio Maronna
¿Dónde está Santiago Maldonado? Ese interrogante fue ganando espacio hasta limitar el contexto poselectoral. O hacerlo mutar. La oposición, en todos sus formatos, pregunta. El gobierno no sabe. Así, ¿hasta cuándo?
Transcurridas tres semanas desde las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias, la temática que gana terreno en la agenda no es la que el macrismo quería. Con una victoria clara y contundente el 13 de agosto, un tránsito normal de la realidad política hubiera puesto ya sobre la mesa lo que será un exclusivo tema de conversación desde el 22 de octubre en adelante: la posibilidad de la reelección del presidente de la Nación, Mauricio Macri.
Por estas horas, ese debate postergado parece una nimiedad frente a la gravedad del tema de discusión: el destino de un ciudadano que fue visto por última vez en una unimog de Gendarmería. Falta saber cómo escalará la situación en la campaña electoral, de cara a octubre, aunque en las primarias no constituyó un problema para el gobierno, todo lo contrario.
Las profusas movilizaciones en torno al caso, generan una primera lectura. Aunque el oficialismo tenga despejado el horizonte electoral sobrevendrán años de muchísima tensión social en las calles, un ámbito que no es —en realidad, nunca lo fue— propiedad del macrismo.
Ese escenario ya venía siendo autosuficiente sin la ausencia de Maldonado. La política económica del gobierno nacional, los nuevos usos y costumbres del cambio de época macrista y la caída electoral de un relato que duró 12 años, tensará el pulso social. Las urnas y la calle. Un dilema que preocupó al kirchnerismo desde su nacimiento. Por eso Néstor Kirchner se preocupó tanto por granjearse la adhesión de sindicalistas, piqueteros y organizaciones de derechos humanos.
El gobierno consideró hasta acá que las derivaciones del caso Maldonado eran, apenas, otros ladrillos en la pared. Otra muesca de "la grieta", ese negocio político que les viene de perillas a macristas y kirchneristas.
Claramente, el oficialismo apunta a que todo sea visto como una ofensiva desesperada de la oposición kirchnerista para sembrar terror y parangonar al macrismo como un reservorio de la dictadura. En ese camino, Patricia Bullrich cometió el desatino de poner las manos en el fuego por Gendarmería en vez de esperar el desarrollo de las investigaciones.
Habrá que esperar también para saber si el efecto Maldonado se lleva puesto a algún funcionario/a —al fin, los ministros son fusibles— o si la derivación en crisis política provoca otro tipo de situación. Alguien recordaba por estas horas que la desaparición del soldado Carrasco, en los 90, terminó con el Servicio Militar Obligatorio. Lo único que puede esperar una persona de bien es que el chico Maldonado aparezca. Sano y salvo.
Más temprano que tarde, la campaña electoral volverá con todo su estruendo a apoderarse de la agenda mediática, al menos. Si la instancia de mitad de mandato le dio la victoria a Cambiemos al margen de la situación económica, después de este tramo comenzará a hablarse de la eventual reelección de Macri.
En una primera instancia, apenas asumido el gobierno, se intentó crear por medio de los voceros mediáticos del macrismo una idea de diferenciación del resto de los presidentes argentinos, quienes pensaron más rápidamente en su propia reelección que en mejorar realmente las condiciones del país. Nadie les creyó. Macri mismo admitió en una entrevista en Casa Rosada con La Capital y otros diarios del interior que iría por 8 años de mandato.
Entre macristas y kirchneristas hay una coincidencia que va más allá de la funcionalidad de "la grieta": Macri, como Néstor Kirchner en su momento, tiene una proyección estimada de 20 años de macrismo. Néstor tenía a Cristina para extender a dos décadas la influencia kirchnerista. Macri la tiene a María Eugenia Vidal. Y no hay que perder de vista los pasos de Horacio Rodríguez Larreta, uno de los mejores que tiene el espacio. Algunos se preguntarán: ¿y el radicalismo? Bien, gracias. Parece destinado a ser furgón de cola del PRO.
Si a la gestión de Macri le va bien, el 2019 será para Macri, no para un radical. Y si la gestión Macri termina mal, la UCR pagará carísimo su alianza con el PRO. Por lo tanto, no hay ninguna posibilidad de que el escenario político oficialista, en cuanto a la cabeza de una fórmula presidencial, lleve a un radical. La única utopía que se pueden plantear es colar un candidato a vicepresidente. Y para eso deberán rogar que se disipen las voces macristas que quieren "desradicalizar" un posible binomio a futuro.
A propósito del futuro del radicalismo, en diciembre dejará la presidencia del partido José Corral, quien tendrá el desafío de correr políticamente hacia la Gobernación, pero sin el plus de estar todas las semanas en la Casa Rosada, al punto de lograr que el gobierno designe a un candidato propio al tope de la lista a diputado nacional, tal el caso de Albor Cantard.
Los dos nombres que por estas horas se mencionan para reemplazar a Corral al frente de la UCR son Mario Negri y Federico Storani. Negri es el más macrista del dueto y eso tiene mucha ascendencia en momentos como los actuales. De todos modos, con los radicales nunca se sabe. Y mucho menos cuando de internas se trata.
A días del inicio de la nueva campaña electoral, empiezan las operaciones políticas que tratan de mostrar encuestas de todo tipo. Como siempre. Pero ahora, cada vez son menos los que detienen demasiado su tiempo para observar sondeos. Por una razón que se repite elección tras elección: la inmensa mayoría de los encuestadores erró todos los pronósticos.
Muchísimos encuestadores frente a un proceso electoral se parecen a Pipita Higuaín, luciendo la casaca argentina, en el área rival. Se vienen otros dos meses repletos de eslóganes.