Alberto Fernández sabe que la pandemia por el coronavirus, sus consecuencias y sus correctas decisiones al comienzo de la historia lo empoderaron. Su riesgo es creérsela, hacer una de más, como esos futbolistas que están para ser lo más directos posibles, pero se engolosinan haciendo firuletes con la pelota.
La crisis sanitaria le dio al presidente un poder que no es menor, porque provino del pueblo. La sociedad (arriba, en el medio y abajo) reconoció la rapidez de las medidas de protección, el decreto para el aislamiento y una comunicación plena de sentido común en un país que habitualmente no dispone del más común de los sentidos.
Esa rapidez de movimientos crujió rápidamente las estanterías de la política, aunque no se haya notado en lo público. Esa frecuente estupidez de preguntarse en medio de esta guerra sanitaria por qué Cristina está callada, fue respondida con claridad por un viejo político de mil batallas, el hoy olvidado Carlos Ruckauf en un programa perdido de la TV por cable, en horario inusual: “Está muy bien que la vicepresidenta no aparezca. En la guerra se escucha una sola voz, la del general”.
Seguramente, si la actitud de la ex presidenta hubiera sido otra, haciendo declaraciones públicas todos los días y entrometiéndose en las acciones ordenadas por Fernández, esos mismos analistas de la realidad estarían condenando “el intento de usurpación del poder”.
El coronavirus llegó para quedarse, al menos por unos cuantos meses. Eso significa que la centralidad ya no estará en las voces y las caras de los políticos sin funciones ejecutivas, sino de los sanitaristas, el gobierno y los que tengan influencia en el contexto de la pandemia. Por eso Fernández quiere tener garantizado el control de la calle, el traslado de productos y bienes esenciales en las rutas. Por eso el abrazo y los elogios a Hugo Moyano.
Vaya si será rupturista el tsunami sanitario que en unas pocas horas la Legislatura santafesina bajó las dietas de diputados y senadores, aprobó la ley de necesidad y extendió a 15 mil millones de pesos la cifra para combatir el coronavirus aquí y ahora. Ahora habrá que esperar para saber cómo salen unos y otros de una crisis sanitaria que se extenderá hasta, incluso, el fin de la primavera.
Si los ribetes tremendistas que muchos especialistas anunciaron no se cumple y los Estados logran galvanizar esas corrientes pesimistas, el futuro mediato estará condicionado por esos resultados. Y los tiempos electorales no serán tan difíciles de analizar. Pero esto recién empieza para Fernández, Omar Perotti y Pablo Javkin. Encerrada en sus casas, la sociedad, igual, los está mirando.
No tienen razón de ser los cacerolazos en medio de la urgencia, no hay razones. Hoy, es la política la que se ha puesto los pantalones largos y ha decidido con ubicuidad en muchos lugares (entre ellos en la Legislatura santafesina) bajar las dietas para colaborar con organismos sanitarios.
El presidente de la Nación cree que los cacerolazos fueron instigados por el ala dura del macrismo como una forma de engendrar un clima anti política que recree ciertas vivencias del 2001. Sería penoso de resultar real.
Hay también algunos autodenominados analistas de la realidad que con total irresponsabilidad se pronuncian dialécticamente en contra de lo que las autoridades oficiales han dispuesto, como si el aislamiento fuese una decisión tomada por extraterrestres y no producto de un virus que ya estragó la salud de miles y miles de personas. No es momento para buscar el centro de la escena.
La crisis, la pandemia, la tormenta sanitaria es una magnífica oportunidad para que los gobernantes (todos) pongan en práctica lo que declaman en las campañas electorales, esos espacios en donde está permitido mentir. Es hora de que se convoque a todos los que tengan algo para aportar, sin importar ADN ideológico o características oficialistas u opositoras.
No se trata de “malvinizar”, algo que siempre terminó mal cuando la política intentó usufructuar ese concepto, se trata de apelar a un verdadero espíritu de cuerpo entre los partidos, que no tendrán juego propio electoral hasta el 2021.
Es el momento para que la política no les ofrezca lugar ni argumentos a los cacerolazos. ¿Se producirá el milagro?