"Seguí durmiendo, no tenés clases porque quisieron matar a la vicepresidenta", le dije al cobertor azul de una plaza debajo del cual -podía adivinarlo por el contorno- había un cuerpo infantil soñando en posición fetal. Apenas lo dije me arrepentí por la crudeza de la frase y pensé en cómo mi hijo lo contaría algún día como oscura anécdota. Pero no se me ocurrió forma de suavizarlo, no creo que haya. Son las siete de la mañana y aún no logro digerir lo que ocurrió anoche. No puedo creer que hayan querido matar a Cristina Kirchner.
Camino por una peatonal Córdoba casi vacía, algo habitual en las mañanas de invierno, aunque este viernes el frío y la soledad se sienten un poco más. Un flaco le pide fuego a un hombre con el que se cruza. El favor habilita un pequeño diálogo. "Increíble todo, loco", dice el flaco con el pucho en la boca. "Increíble, no se puede creer", repite de manera redundante, casi como un mantra, el hombre con el encendedor en la mano. Se miran unos segundos a los ojos e intercambian muecas tristes entre el humo antes de segur sus caminos.
Mis grupos de WhatsApp explotan. La catarata de angustiosos mensajes de anoche, con el minuto a minuto del atentado y el discurso presidencial en cadena oficial, se funden con los sorprendidos comentarios de quienes recién se despiertan y se están poniendo al día con lo que pasó en el último capítulo de la gran novela llamada Argentina.
"Cuando me pregunten qué estaba haciendo cuando atentaron contra Cristina, como a veces te preguntan qué estabas haciendo en el 11 de septiembre de 2001, voy a tener que confesar que estaba viendo Moana", me dice un compañero de trabajo que se desayunó esta madrugada de todas las novedades. Quienes se fueron a dormir temprano son los grandes protagonistas de los memes en las redes sociales, donde se replica hasta el cansancio el gif de John Travolta desorientado con la frase "llegando al trabajo sin saber que se decretó feriado".
Pero esta vez los chistes no brillan en las redes sociales. En este momento, el humor -siempre valorado en las crisis- queda relegado y ocupa un lugar secundario. Los grandes protagonistas son los mensajes de políticos repudiando el atentado contra la vicepresidenta. Más allá del color político, leo dirigente tras dirigente lamentar el episodio, hablar de paz y pedir unidad. Se siente como un bálsamo.
Casi unánime la condena temprano este viernes, aunque siempre excepcional Amalia Granata que habló de "pantomima" cuando se refirió al atentado. "Uno puede estar de acuerdo o no con Cristina, pero lo de anoche fue una locura”, escucho decir en radio al presidente del PRO santafesino, que salió a despegarse. Pero también salió a pegarle al presidente, a cuestionar el "uso político" del atentado y criticó que en su cadena presidencial cargó contra la oposición y la prensa.
Pronto veo que en grupos de padres los mensajes de frustración y enojo por la falta de clases -era el primer día con actividad en escuelas tras 72 horas de paro- superan ampliamente a los que lamentan lo ocurrido. Una amiga me cuenta que al negocio donde trabaja fueron todos hoy pero que la mitad decidió que al ser feriado no iba a trabajar y volvió a su casa, mientras que la otra mitad decidió quedarse y hacerlo. "Se discute el feriado pero no el atentado", me llega por mensaje en un chat.
Me pregunto si el episodio de este jueves por la noche logrará achicar la brecha que, por estos tiempos, se siente como abismo. Me pregunto qué hará falta, si no lo hace algo tan fuerte como el episodio de anoche, para lograr unidad nacional. Para que los políticos aflojen en sus eternas peleas, que después replican sus militantes, y también la gente en la calle. Para poder definir políticas de Estado que se trabajen más allá de los gobiernos de turno, para tirar todos para el mismo lado y salir del atolladero en el que estamos metidos desde hace décadas.
Pienso que justo esta semana murió el histórico líder soviético Mijail Gorbachov. Lo imagino sentado en una mesa en 1985 con el entonces presidente estadounidense Ronald Reagan, debatiendo detalles para firmar el desarme que marcaría el principio del fin de la Guerra Fría. “Gente de todo el mundo estaba preocupada, estábamos a punto de perder el control sobre la carrera armamentista nuclear, lo que podía haber tenido consecuencias catastróficas, no por el riesgo de una decisión política fatal, sino por la posibilidad de una falla técnica”, recordó alguna vez en una entrevista el ganador del Nobel de la Paz.
Lejos estamos de una Tercera Guerra Mundial. La comparación se siente ridícula. Pero se comparte esa angustiante sensación de estar al borde. De ser testigo de una carrera hacia la locura. Se repite el peso de las decisiones políticas. Y, siempre, la posibilidad de las fallas técnicas. ¿Cuándo llegará el día en que se sentarán a firmar el desarme en la Argentina?