En los callejones de un barrio alejado, estigmatizado, que sólo es noticia por hechos violentos, Rosario esconde un verdadero tesoro que brilla a la vista de todos. Por capricho de un soñador, un jubilado que les hace frente a los años armado de amigos, colores y música, barrio Alvear se está convirtiendo a pasos agigantados en un bastión de la cultura urbana. Pocos lo saben, pero en sólo noventa manzanas, la zona sudoeste aloja 300 murales de pintores de América y Europa. El arte sale a la calle en barrio Alvear y demuestra que la cultura popular puede unir a grafiteros, chapistas y amas de casa; puede promover la apropiación del espacio público, combatir el individualismo y erradicar la violencia.
Barrio Alvear se formó y creció a la sombra de Acindar, la empresa siderúrgica fundada en 1942, que supo ser uno de los emblemas del proceso de industrialización peronista. Los hornos de acero, que llegaron a emplear a 1.300 rosarinos, permitieron la urbanización de diferentes sectores de la ciudad y el desarrollo de varios barrios de obreros. "Esta era una zona de quintas. En el cincuentipico se hizo un loteo muy grande y ahí apareció el barrio. Pero fue un proceso muy desordenado: se hicieron boletos de compraventa y hasta el día de hoy hay gente que no tiene gas natural porque nunca escrituró su casa", contó un conocedor de la historia de la barriada.
Allí se instalaron fábricas medianas, talleres y galpones de oficios. Cuando Acindar cerró sus puertas, a mediados de los 80, Alvear cayó en desgracia, al igual que muchos otros barrios de la zona sur. Hoy, muy lejos de sus años de esplendor, en su paisaje todavía se destacan galpones y depósitos que contrastan con casas bajas, con remodelaciones desprolijas, construidas con materiales diferentes y veredas separadas de la calle por zanjones.
Quienes viven ahí toman mate con la gente de la cuadra. Charlan sobre los temas más variados sentados bajo la sombra de alguna parra y se preocupan por los familiares de sus vecinos. "¿Cómo anda el papi? ¿Mejor? ¿Cuándo lo largan del hospital?", se gritan al pasar.
En la esquina de Riccheri y Doctor Riva, justo en la ochava, está el almacén de Juan, que tiene el frente repleto de malvones y un pequeño alero en la entrada para poder charlar con los clientes los días de lluvia. A la vuelta vive y trabaja un carpintero que cuida dos frondosos árboles de níspero desde hace varias décadas: "Todos pueden llevarse las frutas que están a mano, pero no treparse a las ramas, porque las van a romper", explica mientras lija el parante curvo de una silla antigua, de esas que tienen un encordado con huecos hexagonales.
En las noventa manzanas delimitadas por Ovidio Lagos, bulevar Seguí, bulevar Avellaneda y las vías del ferrocarril NCA, en medio de un sinnúmero de calles y cortadas, los colores vivos y brillantes contrastan con el marrón rojizo de los ladrillos y el blanco de la mezcla que los une; de la mano de un obstinado que se permitió soñar a lo grande.
Osmar es nuevo en la zona. Nació en Zárate y se crió en un pueblito de la provincia de Buenos Aires. En 1979, cuando terminó la escuela secundaria, se instaló en Rosario para estudiar ciencias económicas. Nunca terminó la carrera, pero lo que había aprendido le alcanzó para entrar como empleado a una prestigiosa entidad financiera de la ciudad. Se jubiló joven y decidió darle un vuelco a su vida. "No me iba a quedar leyendo el diario en un bar", dice. Hace más de una década puso en alquiler su departamento del centro, compró una casa amarilla con un pequeño jardín delantero en el barrio de la zona sudoeste, se llevó a vivir con él a sus viejos y arrancó una nueva etapa, lejos del tedio y los trámites burocráticos. Cuando muchos deciden encerrarse, Osmar y el arte salen a la calle en barrio Alvear.
Las paredes, terreno en disputa
Los grafitis y pintadas son el espacio clandestino de expresión por excelencia. Amores prohibidos, posturas políticas, pasiones futboleras y hasta odios se pueden leer en las paredes de toda la ciudad.
Para Osmar, en las pintadas se expresa la violencia social en la que estamos inmersos; las broncas entre vecinos que, como forma de identificación, expresan las diferencias que tienen con el que vive al lado. Son el reflejo de lo que ocurre en la calle: territorios que se dividen en fracciones cada vez más pequeñas y vecinos que poco a poco se alejan entre sí.
En vez de encerrarse en el living de su casa, de dedicarse a hablar mal de la gente de su barrio, él decidió participar de la disputa con una propuesta superadora. Apostó a revertir la carga negativa de las pintadas, la división entre iguales, a generar expresiones que unifiquen a Alvear. Se propuso juntar a los vecinos mediante el arte para que se apropien de los espacios públicos, que cuiden y embellezcan su ámbito.
El mecenas de la zona sur
Osmar peina canas, pero es un tipo de actitud joven que escucha hip hop y recorre el barrio en su auto repartiendo saludos y chistes. Su popularidad está respaldada por el trabajo que realiza desde 2012, cuando comenzó a charlar con los vecinos para que cedieran los frentes de sus casas para su proyecto más ambicioso: El Arte Sale al Barrio Alvear, que apunta a cambiar el entorno y erradicar la violencia de las paredes. "Sueño con que algún día mi barrio sea reconocido por su arte, por sus murales, por sus colores, como pasa con La Boca".
En un comienzo Osmar quiso que el Estado apoyara su iniciativa, pero se chocó de frente con la burocracia y el desinterés. Desde entonces, financia con su jubilación este programa de embellecimiento urbano sociocultural que con el tiempo convirtió a Alvear en una galería de arte público que crece día a día.
En su proyecto ya participaron artistas de diferentes puntos de Latinoamérica y Europa. "Consigo las paredes, la pintura y los aerosoles. Les doy alojamiento y comida con la única condición de que las obras no hablen de religión, ni de fútbol, ni de política partidaria. El vecino que presta el espacio sólo tiene que aportar unos mates o un vaso de gaseosa".
Las pinturas de los artistas de Osmar, algunas enormes, tocan los temas más disímiles: hay rostros, animales, dibujos animados o seres mitológicos. Pero tienen un denominador común: buscan generar sentido de pertenencia en los vecinos. Como el robot con guantes de box que pintaron en conjunto un artista de Tandil y otro rosarino en pasaje Santa María al 3700, que rinde homenaje a un pugilista de la cuadra que entrena duro y a quien los vecinos apoyan para que siga con su carrera. O el cavernícola de la esquina de 24 de Septiembre y Castellanos que es custodiado por los pibes que se juntan a tomar cerveza a sus pies todas las noches. "Contra la pared hay un tronco en el que se sientan siempre los chicos de la cuadra. Lo corrimos para pintar y después lo pusimos de vuelta, porque esa esquina es de ellos y la idea era que se apropiaran también del mural", señaló Osmar.
"No sé si me gustó tanto la pintada de mi casa. Me dibujaron a mí y salí feo. Pero me encantan los murales, le dan vida al barrio y nosotros estamos muy orgullosos", contó Miguel, un gordito chapista que no tuvo problemas en posar con la obra que recorre todo el frente de su casa y su negocio, realizada por Nacho Valenti, el mismo que diseñó los botines "Pibe de Barr10" que usó Lionel Messi el año pasado.
Excepto un hombre muy malhumorado que aseguró que el proyecto de Osmar ensucia el barrio, la mayoría de los vecinos de Alvear se ven felices con el movimiento cultural.
En la zona sudoeste, el arte está en la calle. Increpa a los visitantes, custodia la vida cotidiana. "Cuando empezaron a pintar me agarraba la cabeza. Unas cosas rarísimas, no entendía nada. Pero cuando lo vi terminado, quedé chocho. Unos dibujos buenísimos con colores preciosos. Los pibes se coparon y hasta me escribieron el cartel de mi negocio", contó el dueño de un lavadero de autos.
En cuatro años de trabajo, El Arte Sale al Barrio Alvear suma 300 obras repartidas en paredones de avenidas, calles y cortadas. El proyecto tiene una visión de arte popular, dinámico. El programa de Osmar y sus pintores sorprende, embellece y acompaña al almacén a las señoras que pasan caminando con sus changuitos. Su ideólogo ya tiene muchas paredes reservadas para continuar expandiéndolo.
Osmar se niega a recibir dinero. En la página de Facebook que lleva el nombre del proyecto propone a quienes quieran ayudar que compren aerosoles para que los artistas que él reclute tengan más colores que enaltezcan los pasillos de esta galería de arte a cielo abierto. El proyecto podría generar nuevos puntos turísticos para la ciudad, ofrecer alternativas a los recorridos culturales céntricos y reactivar un sector de Rosario por el que sólo circula la gente que vive en las inmediaciones. Pero, hasta hoy, permanecía en el anonimato.