El mundo gira muy rápido. El celular (smartphone) que estoy usando hoy, del que me quedan todavía unas cuantas cuotas por pagar, ya era viejo el día que lo compré. Para ese momento ya tenía poca memoria, un procesador lento y una cámara sin tanta resolución. Hoy, ni te digo...¡y eso que lo tengo desde hace apenas 4 meses! El anterior, que anda por ahí dando vueltas, un día no funcionó más, así de simple. Y también tengo guardado su antecesor, el que fuera novedoso y revolucionario hace sólo 3 o 4 años: un BlackBerry. Ese aparato lo había "cambiado todo" hace muy poco tiempo, y hoy es un trasto viejo.
Así de rápido suceden las cosas en los tiempos que vivimos. Las novedades se pasan de moda en el momento en que salen al mercado. Lo revolucionario es casi una antigüedad en el mismo instante en que llega a nuestras manos. Pero el vertiginoso avance de la tecnología no sólo se aplica a la comunicación y al entretenimiento sino también a la ciencia, la industria, los servicios. Por eso la mayoría de los trabajos de hoy, en los que en este mismo momento nos desempeñamos muchos de nosotros, no van a existir dentro de un par de décadas. Algunos quedará en el olvido mucho antes que eso. Unos cuantos seremos "reemplazados" por máquinas. Pero como siempre, detrás de esta gran crisis —que ya está en curso— existe una oportunidad, porque otras cosas son y serán necesarias. Sólo hace falta leerlo, no quedarse paralizado frente a la incertidumbre y las demandas de cambio. Ahora ¿sabés dónde está el problema, dónde se esconde la traba más grande para adaptarnos a esta realidad? En nuestra mente ¡cuándo no!
Es necesario aprender a pararse de otro modo frente a la incertidumbre: la realidad es de cambio permanente. Para esto tenemos que prepararnos. Ya no para enfrentar temibles leones, el depredador de nuestros días es el cambio vertiginoso por lo que estamos obligados a movernos rápido, a saltar, a arriesgar. Los trabajos fijos, mecánicos, prácticamente sin variantes se van a extinguir. Sentarte siempre en un mismo escritorio, en un mismo contexto de trabajo y con la misma gente cada vez va a suceder menos.
Responder siempre a un mismo jefe o a una misma línea, trabajar para una misma compañía o empresa durante largos años es ya muy poco probable. El campo laboral se mueve más hacia contrataciones por proyectos, respuestas para problemas concretos, soluciones para clientes de los más diversos. Por todo esto, para enfrentar esta situación que ya está tocando la puerta de nuestros tiempos es preciso cultivar tres virtudes: flexibilidad, creatividad y coraje.
Flexibilidad para entender que lo que ayer servía, hoy tal vez no. Que lo que hoy funciona quizás mañana no. Que los contextos se modifican a cada rato. Que los trabajos estables, estáticos, siempre iguales, tienden a desaparecer. Nuestra forma de trabajar debe adecuarse a lo que las distintas situaciones van señalando. El tema es que esto genera mucha inquietud y el cerebro percibe la incertidumbre como una amenaza. Las emociones disparan un espiral de ansiedad y miedo que, la mayoría de las veces, más que ayudar a prepararnos para el desafío nos paraliza.
El resultado, que sucede de manera automática y ajena a nuestro consentimiento es que nos quedamos frizados o actuamos de manera defensiva, impulsiva, siempre de manera rígida y sin considerar alternativas.
Para ser más flexibles en nuestras respuestas hace falta frenar la pelota, para evaluar los nuevos contextos, para proyectar y definir. Y a esto sólo podemos hacerlo si logramos templar nuestras emociones para no treparnos en esa montaña rusa de ansiedad y miedo que reina en la incertidumbre. Si logramos salir de la parálisis o la reacción impulsiva, recién ahí ganamos en flexibilidad.
Segundo: creatividad para saber caminar de manera transversal distintos campos, articulándolos, valorando los aportes de las diferentes disciplinas, mirando los problemas desde distintos enfoques e innovando. Porque hoy estamos inundados de información, datos que llegan de diversas fuentes a cada minuto, pero de nada sirven estas toneladas de datos si no pueden integrarse: éste es hoy el valor del conocimiento, el que nos permite integrar disímiles saberes, optimizar recursos, reconocer los contextos y prever los puntos de inflexión para un nuevo cambio.
Para que la creatividad tenga lugar es necesario ecualizar el cerebro de un modo diferente. Para crear es necesario soltar el control inhibitorio del hemisferio izquierdo, que siempre busca reducir todo a la lógica, analizando y poniendo todo en secuencias de causa y consecuencia ya conocidas. Soltar el control para dejar que el hemisferio derecho logre ver la imagen general, el bosque, y no sólo árboles cerca unos de otros, olvidándose de lo que sólo dicta la razón para relacionar las cosas de una manera diferente, para ver los problemas de una forma distinta.
Por último, hace falta coraje, valor para salir de la zona de confort: ese lugar del que no queremos movernos, refugiándonos en la comodidad de lo que ya conocemos. Ahí nos sentimos seguros, controlamos todo caminando sin sobresaltos. Esa es una tendencia natural de la mente: no salirse de lo que ya conoce. Pero el mundo de hoy marcha rápido, y debemos movernos ya. La zona de confort encaja en el dicho de "más vale malo conocido que bueno por conocer", pero se olvida de que "cocodrilo que se duerme, es cartera". Hoy, al que se queda quieto, se lo come el depredador. Por esto, hace falta coraje para avanzar, para salir del estancamiento y para derribar los límites que nuestra misma mente pone, y animarnos.
No perder nuestros valores
A nuestro cuerpo le lleva cientos de miles de años adaptarse a pequeñas cosas. La evolución va muy por detrás del vertiginoso ritmo con que avanza la tecnología o las demandas de este campo laboral en cambio permanente. Pero nuestra mente, si aprendemos a destrabarla, sabe caminar muy rápido. Para desatar este nudo, el secreto está en sintonizar estas tres virtudes: flexibilidad, creatividad y coraje. Eso sí, sin dejarnos devorar por el sistema, sin pasar a ser meros mecanismos de una máquina que use nuestras vidas para su propia producción, sin perder nunca de vista nuestros valores y sueños. Se trata de adaptarse con un corazón siempre ético y compasivo, sin pisar a nadie, mirando en todo momento a quien está al lado. Este es nuestro difícil desafío. Y creo que vale intentarlo.
Lucas Raspall
Médico psiquiatra y psicoterapeuta
Facebook: unjuguetellamadomente.com.ar
ESPECIAL PARA MÁS