El fanatismo, la brecha y la violencia
Qué pasa con el cerebro cuando no existen límites. La "falsa" seguridad de las certezas. Qué rol juega la dopamina. Un recorrido por las posturas extremas y sus riesgos
4 de septiembre 2016 · 00:00hs
Empecemos por una definición: ¿qué es el fanatismo? El fanatismo puede ser definido de muchas maneras, más aún si reconocemos que este término bien puede ser ponderado por distintos campos, como la psicología, la psiquiatría, la sociología, la antropología, la religión. En todos los casos vale pensar que existe debajo del fanatismo una adhesión incondicional a una causa. Se trata de una actitud, más que una simple conducta, que se manifiesta con pasión exagerada, desmedida y tenaz en defensa de una idea, teoría, cultura, estilo de vida. En nuestro suelo argentino, nos es fácil reconocerlo cuando hablamos de fútbol, política, música, religión: el fenómeno es el mismo, tan viejo como la humanidad misma. Con esta sencilla definición entre líneas ya podemos leer por dónde va el riesgo: cuando no existen límites, entonces se puede llegar a ejecutar cualquier conducta que vaya en favor de la idea en cuestión.
El fanatismo tiene quizás la función adaptativa de lograr certidumbre y seguridad respecto de algo. Para la mente es muy importante reducir la incertidumbre, dado que la certeza le da un piso firme donde pararse. Y con la finalidad de ir cerrando cada vez más el discurso, haciéndolo inviolable a cualquier persona que pretenda vulnerarlo, el fanatismo se vale de un recurso que conocemos como distorsión cognitiva. La mente sabe transformar lo que escucha o ve en aquello que quiere escuchar o ver, sin tomar registro de esta distorsión. Y, del mismo modo, desatiende cualquier cosa que parezca ir en contra de su idea, minimizando o despreciando su aporte. Es por esto que a la hora de defender aquello que tanto valora, puede caer en contradicciones o errores que la lógica o el sentido común pueden derribar. Pero estas críticas no hacen mella, por el contrario, refuerzan la posición del fanático. Incluso, cuando algún argumento o prueba se muestre contundente contra el ideal defendido, las justificaciones dejarán lugar a críticas al que comienza a ser considerado "el otro bando". De esta manera se va escalando un espiral de ira, desprecio y rencor en el que la mejor defensa parece ser el ataque. Se termina modelando así un pensamiento dicotómico, de todo o nada, de blanco o negro, de estás conmigo o contra mí. Así se abre la brecha. ¿Te suena este último término? Un legado de los últimos años: esta brecha es la misma que separa a terroristas (por ejemplo, los extremistas islámicos) del resto de la población, leprosos de canallas, K de anti-K. Un legado nefasto, en mi humilde opinión: esta grieta es suelo fértil para la intolerancia y la violencia.
¿Qué pasa en el cerebro del fanático? Te voy a contar quién es uno de los sospechosos de este fenómeno: la dopamina. ¿Siempre los mismos nombres, ¿no? Se trata de un neurotransmisor fuertemente implicado en el circuito de recompensa cerebral, encargado de gratificarnos cuando el organismo consigue algo que desea. En el fanatismo se juega una motivación muy importante para el ser humano, por esto las sensaciones que se viven en el cuerpo son tan intensas, ganando esta pulseada las emociones frente a la razón. Cuando el fanático asiste (en lo real o en su mente) a un encuentro con aquello que tanto lo absorbe, aparece la recompensa, generándose aquí una señal en el cerebro que buscará ser repetida. En los momentos en los que el cerebro se mueve en torno al circuito de recompensa, buscando su trofeo, pronto las suaves palabras dejan lugar a los gritos, los argumentos a los insultos, las quejas a las manos.
Cuando se pierde la flexibilidad, aparecen los riesgos. Uno de los riesgos del fanatismo es que sabe hacerse cada vez más denso y cerrado, que sabe extenderse a mayores campos de dominio de la persona y que, ya como una cualidad de la mente y de manera independiente del contenido, sabe mutar de un tema a otro. Dicho de otro modo, es más fácil para la mente cambiar el tema, sosteniendo la actitud fanática, que moderarse o templarse. El fanatismo puede pensarse así como una estructura o cualidad mental característica, mucho más que una simple idea sobrevalorada u obsesiva. Así, acompañado siempre de una alta intensidad de emociones y una amplia repercusión sobre la vida cotidiana, el fanático lleva a la escala de un ideal lo que observa y desprecia todo lo que vaya en contra, elaborando prejuicios sobre los demás y respuestas estereotipadas para cualquier tipo de manifestación en contra, siempre con escasísimo lugar para la reflexión.
De este modo, poco a poco se irá diluyendo esa flexibilidad mental que es la que mejor define a la salud, apareciendo trabas mentales que hacen que el otro deje de ser un familiar o amigo para pasar a ser solamente un enemigo, quebrando el afecto y logrando de este modo apuntar los cañones y disparar. No hace falta mirar afuera, esto no sólo sucede en manos del terrorismo o en las canchas de fútbol, ¿podés ver cómo está pasando esto mismo en tu grupo de amigos o en una cena familiar cuando se habla de política? El fanático está parado sobre un extremo, y esto ya se sabe muy bien, los extremos nunca son buenos.
¿Vale una sugerencia?
No importa cuál sea el contenido de la idea que defiendas, recordá que es sólo tu punto de vista. Y esto implica que hay otros, no mejores ni peores. Aun cuando consideres que no hay otra forma de ver las cosas, porque esa idea sostiene valores morales y éticos que son pilares de tu vida, procurá entender que no todos tienen por qué pensar igual. Y si en algún caso la posición del otro te irrita o molesta, buscá ampliar tu tolerancia, el respeto por las diferencias. Esta actitud siempre acerca, más allá de cualquier divergencia.
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