Son cerca de una decena los sobrevivientes de esta promoción a 70 años de haber egresado. En las bodas de oro había muchos más, incluso profesores. Por entonces se hizo una charla, placa alusiva, la sala Mariano Moreno a pleno del Poli y un gran almuerzo en el Club Italiano de Alberdi. Quedaron en el recuerdo cenas, y salidas a restaurantes.
Este vez la cosa es más modesta y sencilla pero no menos sentida. Caminando, con bastón o en sillas de ruedas los egresados llegarán este jueves a la escuela y luego a celebrar al bar Blanco. “Todos nos acordamos lo que en el centenario de la escuela (año 2006 y con una megacena con más de 3.700 egresados en el Mercado de Fisherton) nos dijo Miguel Domingo Aguiló (también egresado). «Reúnanse hasta que sean dos», nos aconsejó”.
¿Hay un por qué de tanta unión? Quizás porque los talleres tres veces por semana donde usaban las manos, el torno y las lijas los terminaron juntando aún más.“Hacer manualidades y no estar sentados siempre en un pupitre da cierta forma de ser. La escuela nos dejó mucho y la mejor forma de homenajearla es estar ahí”, dijo Peña.
En la década del 50 la educación era igualadora. Compañeros muy modestos y de familias muy acomodadas. Todos con el mameluco azul, abotonado adelante. “Todos iguales, sin diferencias. Como con el guardapolvo blanco de la ley 1.420 que impuso Sarmiento”, puntualizó. Y la excelencia académica como bandera, incluso con la pérdida de varios profesores que fueron expulsados en 1946 por razones políticas.
Peña puede decir con tranquilidad que el Poli es su segundo hogar. Lo conoció a los cinco años de edad porque su padre fue uno de los pocos egresados de la primera camada de 1907, egresando en 1912. Sus tres hijos fueron al Poli, y una de sus nietas además de transitar por allí es técnica constructora. Cuatro generaciones por la misma institución. Y eso lo distingue del resto. Además de haber sido alumno-celador desde cuarto año, cargo que mantuvo mientras cursó y completó sus estudios universitarios, y luego fue docente hasta que se jubiló en 1990.
Pero además, Peña puede decir con autoridad que fue testigo de los 50 años del Poli en 1957, luego de los 75 años celebrados en 1980, los 100 años de 2006, de los 115 años en 2021, “y me estoy preparando para los 125 años”, aseguró.
Pero su historia ligada a la ex Escuela Industrial también lo tuvo como protagonista al Club Logaritmo, muy vinculado a ella. Allí jugó al rugby y luego fue presidente y participó de varios aniversarios en ambas instituciones.
“Puedo decir con orgullo que fue mi escuela, fue mi segundo hogar. Incluso de niño vivía en Ayacucho y Zeballos, a una cuadra. Al Poli lo tuve en la mano, siempre”, recordó.
¿Cuál es el legado? No tanto la técnica y la formación que resultó muy importante para una carrera profesional sino las relaciones humanas. Mirando en el espejo del pasado de las últimas décadas, Peña no abandona su perfil docente.
“El trabajo por Zoom y las redes sociales pueden ser interesantes y positivas cuando no hay otra alternativa, pero no hay como la presencialidad. Apretar un botón y que salga tanta información es increíble, pero la relación humana, si no se aprende en el aula, no se aprende más. Se puede ser un genio de la robotecnia, pero en un momento dado hay que sentarse y hablar con el personal”, comparó Peña que ya mira con emoción este 10 de noviembre.
“El taburete es nuestro símbolo, es el primer trabajo a mano que une entre pares. Y eso es parte de la escuela”, finalizó para volver a insistir: “La decena que estaremos allí, somos todos iguales”.
Base sólida
Otro de los mosqueteros es el arquitecto José Luis Felcaro, también egresado en 1952 y quien considera es uno de quienes tienen el privilegio y la gracia de poder celebrar nada menos que 70 años como egresado.
La antigua Escuela Industrial tenía un ciclo básico de 3 años y después cuatro especialidades (electrónica, química, mecánica y construcciones).
“Tengo mi primer recuerdo a los 12 años, cuando fui en compañía de mi madre a rendir el examen de ingreso, que era bastante difícil. Tomaban matemáticas y lengua, y no pasaban todos, pese a que había muchos postulantes. Pasé una parte importante de mi vida ahí, egresamos a los 18 años de una escuela rigurosa y que dejaba una base de química, física y matemática entre otras disciplinas, muy importante. Cuando ingresé a la Facultad de Arquitectura había una gran diferencia con el resto, que luego se nivelaba. Pero ese plus lo había dado la escuela”, recordó Felcaro.
Eran épocas donde no había computadoras, ni ninguna asistencia más que confeccionar los dibujos técnicos a mano. Una institución donde los alumnos acudían de saco y corbata y para los talleres se colocaban el tradicional mameluco azul.
“El nivel de los profesores era muy bueno, muchos daban clase también en la facultad”, recuerda Felcaro, quien al igual que Peña también fue preceptor hasta 1958 y luego docente de Arquitectura por 40 años.
“Hemos tenido la gracia de vivir muchos años y quedamos unos pocos. Este 10 de noviembre, día tradicional del fin del ciclo lectivo, iremos al hall de la escuela, saludaremos a las autoridades y luego nos iremos al bar”, comentó Felcaro y recordó un viaje de egresados lleno de travesuras allá por 1952 a Córdoba, donde uno de los objetivos era visitar usinas hidroeléctricas.
Otro que está cumpliendo 70 años como egresado es el ingeniero Rubén Gagliardo. En diálogo con este diario agradeció a las autoridades y compañeros con quien dijo, vive con gran emoción este aniversario de egreso escolar y “también comparto mi sentimiento muy grande de estar con mis compañeros de estudios en un acto de estas características. En marzo de 1947 se pusieron en marcha los motores de una carrera que nos permitió hacernos útiles a la sociedad y hago extensivo este orgullo a quienes no están con nosotros pero están igual de presentes. Siempre sostuve que a pesar de mi formación como ingeniero en la Universidad, los conceptos de la ciencia los traje incorporados de esta hermosa escuela tan trascendente. Todo ello conjugó para una construcción de mi profesión como ingeniero, en la actividad empresaria y en el desarrollo artístico”, finalizó.
Para toda la vida
Por su parte, el ingeniero Anselmo Fabbri también dio su testimonio. “Todavía recuerdo cuando fuimos a conocer el resultado en el pizarrón en el hall de ingreso y encontramos que 5 de los primeros puestos éramos compañeros de sexto grado del Normal 3, sobre los 400 concursantes”, recapituló en los orígenes de su ingreso al Poli.
Tras destacar su formación integral en lo técnico y en cultura general (francés, historia, geografía y geología para técnicos), Fabbri indicó que la falencia fue no tener ninguna materia referida al cuerpo humano. En cuanto a su conocimiento del francés, se mostró eternamente agradecido, ya que terminó un posgrado en Francia en 1963 en la especialidad geotecnia, para agradecer especialmente a la investigadora Pierina Passotti, ciudadana ilustre de Rosario 1988, maestra en el Poli y en la facultad.
“Otro hecho a destacar es que nunca hubo enfrentamientos por causas políticas, raciales o religiosas, ni siquiera casos de bullyng”, cerró Fabbri para recordar: “Si miramos fotos antiguas nos reaparecen imágenes queridas rescatadas de nuestro túnel del tiempo”, en las que la avenida Pellegrini se inundaba de alumnos con saco y corbata pedaleando en sus bicicletas. Los talleres llenos de mamelucos azules, el viejo ómnibus, la impresionante caldera a vapor y los talleres de carpintería donde se hacen los famosos e icónicos taburetes del Poli.