"Yo soy así resuelta", dice Verónica, decidida a sumar compañeras y salir adelante con uno de los puestos de la feria de la plaza Montenegro, donde lleva lo que cocina. Sin embargo, la mujer, de 30 años, no fue siempre así. No la dejaron. Pasó más de una década siendo víctima de su pareja, un hombre 20 años mayor, que la sometió a todo tipo de violencia: física, psíquica y económica. No le bastó con golpearla hasta romperle la cabeza, sino que además una vez que ella se decidió a irse de esa casa con su hijo la persiguió hasta el hartazgo, tuvo que utilizar más de 30 veces el botón de pánico en apenas horas para salvar su vida. "Me quería matar, y no se cansó de intentarlo", dice Verónica y recuerda el 1º de septiembre pasado, cuando la sorprendió durmiendo para ahorcarla. "Ese día fue mi terror, pensé que me moría, pero terminó preso y yo con mi hijo recuperamos nuestra vida", cuenta.
Verónica es una de las tantas mujeres que, sometida durante años, intenta ahora recuperar su vida, sus proyectos, sus vínculos y su autoestima, y para eso necesita con qué sustentarse económicamente. Con capacitaciones a través de la Municipalidad, sumó herramientas para hacer algo que siempre le gustó, cocinar; ya fue parte de la feria de la plaza Montenegro con un grupo de mujeres con las que hizo panificación y ahora espera el inicio de este año para seguir adelante.
"Hay que seguir y salir adelante", dice, poniendo entusiasmo, y recordando: "La primera vez que fui a la feria no quería saber nada, pero nadie se animaba, así que encaré nomás y fui, y terminé vendiendo bien. Así que ahora hay que volver otra vez".
Si bien cuenta que "no alcanza para vivir", sino que apenas "permite comprar los materiales para seguir trabajando y elaborando cosas", señala: "Es la forma que tengo de trabajar, de tener la cabeza ocupada, pensando en otra cosa y no angustiada".
Que no servía
Es que apenas pasaron cinco meses de que Verónica logró caminar por la calle sin tener que estar en estado de alerta permanente, y pensar en su reinserción laboral le genera mucha ansiedad. "Me cuesta una redonda salir adelante", dice sin medias tintas, y cuenta: "Me hicieron creer que no servía para nada, entonces me pongo nerviosa y me desespero cuando llevo currículum y no me llaman, porque además necesito y quiero trabajar".
Verónica tenía apenas 16 años y un hijo de un año cuando conoció a su pareja, un hombre de 38 años que la sometió desde el principio de la relación. "Me ayudaba con el nene y para mí eso era todo, aunque también lo verdugueaba", recuerda, y dice aún con inocencia: "Yo era tan chica que cuando me dio las primeras cachetadas y me insultó las primeras veces, yo pensé que era así estar en pareja, porque no sabía y nunca había estado con nadie".
La mujer vivió 13 años "rogando y pidiendo a Dios no quedar embarazada", siendo víctima de todo tipo de violencias y de golpizas tan brutales que la llevaron a estar internada en coma, estar a poco de perder la vista y a sufrir amnesia durante tres semanas.
El cansancio la llevó un día a escaparse de esa casa, con la ayuda de otra mujer que le prestó plata para pagar el remís. "Me fui a Tribunales y lo denuncié", dice de esa jornada de 2017 en la que se animó con su hijo.
Lo que no imaginó fue que empezaría otro infierno, el de las persecuciones que la pusieron en riesgo de vida pese a tener botón de pánico.
"Ahora logré que esté preso, soy como un pajarito al que lo sacaron de la jaula", señala, y admite "el terror" que le genera pensar en que su agresor pueda pedir salidas, aunque más no sean transitorias, en poco tiempo.
"Temo por eso", dice una y otra vez, y añade: "Ahora hago cosas que antes no podía: me siento en la puerta, mi hijo puede salir y jugar al fútbol, no lo quiero volver a perder".