Alrededor de las 15, cuando trascendió la lista de heridos y los centros médicos en que estaban destinados, aquellos que todavía no tenían noticias de sus familiares, comenzaron a arrimarse a la esquina de Avellaneda y 3 de Febrero, para tratar de obtener algo de información, entre tanta tristeza.
Muchos provenían de las localidades cercanas de Zavalla, Casilda y Pérez, puntos que conecta la línea Monticas en sus trayectos. En pequeños grupos y en vehículos, la mayoría camionetas, se acercaban buscando un dato, una respuesta, algún grado mayor de certeza.
En ese momento, la tragedia se transformaba con crudeza en historias personales con nombres propios, y en pérdidas inexplicables.
Para moderar ese traumático trance, integrantes de un equipo de asistencia psicológica provincial perteneciente a la Dirección Provincial de Salud Mental se acercaban con muchos recaudos a cada núcleo familiar para ofrecer apoyo de tipo profesional. "Son golpes muy duros, y a veces hace falta este tipo de asistencia para encarar estas dificultades", contó Cristina Gentile, quien sostuvo que grupos similares se instalaron en el lugar del choque, en los hospitales, y en la morgue. Además, remarcó que ya realizó trabajos parecidos en la explosión de calle Salta.
En la puerta del Instituto Médico Legal, las cabezas gachas, los abrazos cerrados, y las gargantas apretadas de tanta angustia, no permitían profundizar demasiado en el terrible episodio ocurrido en la ruta 33. Sin embargo, se pudieron captar algunas historias de aquellos que sufrieron el peor saldo de la tragedia que enlutó ayer la provincia de Santa Fe. Una de ellas es la de Juan Burzacca, quien a sus 82 años estaba totalmente pleno, y había venido desde Zavalla a Rosario a realizar un trámite formal de firmas como testigo, junto a un amigo.
"El tenía una vida muy llena. Tenía sus amigos, la música y siempre estaba haciendo algo", contó afligida una de sus sobrinas, mientras esperaba que la hagan pasar a la sala de reconocimiento. Esa mujer, junto a su prima, recalcó que no le llama la atención lo que le ocurrió a estos colectivos de la línea Monticas. "La verdad es que se nota que no están en buenas condiciones. Está a la luz que esos colectivos no tienen buen mantenimiento. Está a la vista", exclamó.
Otro de los fallecidos fue Jorge Ledesma, un trabajador no docente de la Facultad de Ciencias Agrarias de Zavalla, de 58 años, que brindaba apoyo en la cátedra de Fisiología. Ese hombre vivía en Pérez y utilizaba el Monticas como vínculo cotidiano con su destino laboral. Por el terrible choque dejó una esposa, dos hijos y dos nietos, una de sólo meses.
Pérdidas inexplicables
Cuando Alberto Tieppo reconoció el cuerpo de su esposa, eran las 18.10. Había llegado a la morgue un par de horas antes, con la presunción de que su mujer estaba entre las víctimas fatales. "Me habló desde el colectivo diciendo que en media hora llegaba a Rosario, y después no tuve más contacto. Al rato veo en la televisión lo del accidente. En el listado de los heridos no está, entonces me vine hasta acá", le había contado a La Capital una hora antes, cuando estiraba la duda, cerca de las 17.
La mujer de Alberto era Cintia Albornoz, quien hoy cumpliría 39 años. En efecto, ella había partido de Casilda —como lo hacía casi una vez por semana en este último tiempo— para encontrarse en la terminal, donde arriba el Monticas, con su esposo.
Alberto, un rosarino que estuvo entre los socios fundadores del bar Vereda 14 (Córdoba y Balcarce) a comienzos de los años 90, lloraba por la terrible pérdida, pero también lloraba por sus hijos, de 11 y 13 años, que desde ayer se quedaron sin mamá. La pareja de Cintia y Alberto, que compartieron juntos 16 años, repartía su tiempo entre el club Gherardi, y el club Boca Juniors de Casilda, donde manejaban los bares (en Boca Juniors lo hacia Cintia) y la terminal rosarina donde Alberto sostiene un emprendimiento.
Cuando Alberto relataba su drama, ese dolor amenazaba con multiplicarse en la morgue de bulevar Avellaneda y 3 de Febrero. La gente llegaba con lágrimas contenidas, intuyendo que la tarde se las iba a arrancar despiadadamente. Como finalmente ocurrió.
Angustia interminable
Sentado en el cantero de la esquina estaba Carlos, un muchacho de unos 30 años, el hijo de Juana Ferreyra, de 69. "La verdad es que no tengo la seguridad, pero mi mamá viajaba en uno de los colectivos. Se estaba haciendo un tratamiento de calor en las piernas. No aparece por ningún lado y entre los heridos no figura", relató angustiado a este diario.
También a Carlos le tocó reconocer un par de horas después a su madre, en una de las camillas de la morgue. Seguramente, como en todos los casos, con el rastro de las contusiones, de una colisión violenta, fatal, que provocó la muerte de 12 personas.
"A ese apellido Márquez que tiene en la lista, le falta el nombre", le avisó un hombre que había estado pispeando el machete a uno de los cronistas de La Capital. "Gabriela, mi hija", completó tiernamente. Jorge Márquez, un pintor de Casilda, contó que Gabriela era docente y tenía 25 años.
"Daba clases en las escuelas de la zona y venía a Rosario a hacer un curso o un posgrado", acotó. No hacía falta que lo diga, se le notaba en los ojos, para Jorge, papá de otros dos hijos, Gabriela fue una de las personas más bellas que le dio la vida y ayer la tuvo que despedir.
"Hay muchas cosas que quizás no sabemos, y deberían saberse sobre el accidente", advirió Márquez. "Entre ellas, cuándo será el bendito día que hagan la prometida autovía para descongestionar la 33", reclamó entre lágrimas.
No se le podía negar sentido común al hombre. Probablemente, exhibía lo contrario a la desidia gobernante de los funcionarios, que ni siquiera en lustros se han encargado de ensanchar un metro de banquina. "La 33, la 34... y tantas más están en las mismas condiciones", resaltó con la voz quebrada.