"No importa cuánto hayas estudiado y lo que sepas, el sólo hecho de ser trans te marca un destino de marginalidad y te condena a morir trabajando en la calle", dice Sofía, como se hace llamar hace ya varias décadas. Pese a eso, como licenciada en Letras de la Universidad Nacional de Rosario (UNR) y en Filología Hispánica, un título que homologó en 2004 en la Universidad Autónoma de Barcelona, aún aparece Raúl Scarpetta Larenti, ese adolescente de 17 años que llegó a Rosario desde Carcarañá para recalar en la universidad entrados los 80, en el fervor de los primeros años de recuperación democrática. "Ya era gay en ese entonces, pero con los años fui llevando adelante la transformación", cuenta en el departamento de Pellegrini al 600 y aclara: "Se viene abajo, como yo". El cambio de imagen y la decisión de tomar hormonas admite que "no fueron fácil"; y ahora, tras idas y vueltas a Europa y sin trabajo, insiste en que "pareciera que la condición te predestina a lo peor".
Con 52 años ya superó en una década la expectativa de vida que el Ministerio de Salud de la Nación indica para la población trans. "La realidad de discriminación que históricamente ha impactado en este colectivo, la exclusión estructural que comienza en la familia y continúa por los ámbitos escolares, sanitarios, de capacitación y empleo, según explican los informes oficiales, son las principales causas que llevan a que en promedio mueran apenas a los 42 años.
La inserción social y laboral de esta población es claramente una deuda, y los datos oficiales de la provincia hablan de que el 95 por ciento de esta población no ha accedido al empleo registrado, más del 60 por ciento no ha finalizado sus estudios primarios o secundarios, y el trabajo sexual aparece como la principal actividad (ver aparte).
"Yo estudié, me gradué y tengo cajones de papeles", cuenta mientras saca de sus placares los títulos de la UNR y de su paso por la Autónoma de Barcelona, como rindiendo cuentas. Trabajó en un quiosco y fue empleada administrativa, se prostituyó en la calle, dio algunas clases particulares, envió "montones" de currículum a escuelas secundarias y para adultos pero, admite, "cuando te ven, no te toman".
Casi con tono de resignación, agrega: "No puedo cambiar. Soy lo que soy, puedo adaptarme, recogerme el pelo y ubicarme, pero no puedo dejar de ser lo que soy".
Letras
Sofía tiene buenos recuerdos del ingreso a la Facultad de Humanidades y Artes de la UNR, donde hizo la licenciatura en Letras. "Fue cuando arrancaba la democracia, todo muy floreciente", rememora de esa primera época, donde hizo sus primeros pasos como ayudante y ya entrados los años 90, comenzó a trabajar en la cátedra de Literatura Argentina 2 y en la biblioteca.
"Siempre fui gay, pero en ese momento comenzaron los cambios de imagen", recuerda en referencia a su transformación y, fundamentalmente, al tratamiento de hormonas que inició en ese tiempo, un proceso que admite "no fue fácil, generaba rechazos y he pasado de todo".
En el 95 hizo una primera experiencia de estudio en Barcelona y en el 98, ya recibida, se fue por dos años a través de una beca del Fondo para el Mejoramiento de la Calidad Universitaria (Fomec). En ese tiempo, definitivamente se transformó en Sofía. "Fue un cambio fuerte, me puse las prótesis mamarias y si bien algunos lo aceptaron mejor que otros, les costó mucho el cambio", señala en relación a sus propios compañeros de trabajo.
El paso por Barcelona tampoco fue fácil. Sin embargo, lo recuerda como "lo mejor y lo peor" de su vida, en un vínculo de "amor y odio" que permanece en las imágenes, postales, pósters y constantes referencias a la ciudad catalana que conserva sobre las descascaradas paredes de su departamento. Incluso detrás de su escritorio, donde asegura que intenta "leer y trabajar" a pesar del síndrome de Meniere que padece hace unos años, una afección en el oído interno que le provoca mareos y desmayos.
La exclusión
Cuando volvió de estar dos años en España cursando a través del pago de la beca un doctorado en Filología Hispánica, se encontró con que su lugar en la cátedra de Literatura Argentina y en la biblioteca ya no estaba. "Me sacaron todo, esos cargos se fueron para la Escuela de Artes, eso me dijeron, y nunca más pude reinsertarme", relata y apunta a esa situación como la que la dejó "sin nada. Fue limpiarme debajo de la alfombra".
Hubo idas y vueltas a Barcelona, logró homologar su título de la UNR por el de filología hispánica en España, hubo amores, participó de congresos e hizo algunos trabajos, estudió con reconocidos hispanistas e investigó autores españoles exiliados durante el franquismo, escribió artículos sobre Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares, Bustos Domecq y José Mármol. Hubo desamores y regresos a la Argentina, donde finalmente se reinstaló hace una década.
Si bien colabora con el Centro de Estudios Españoles desde entonces y tiene allí una membresía, dice que eso "no alcanza para comer" y señala: "Nunca pude volver a reinsertarme laboral y socialmente. Donde sea, no importa cuántos títulos tengas, cuánto hayas estudiado o formado, por el solo hecho de ser trans estás condenada a hacer la calle, a prostituirte y a morir en la calle, porque nadie te da trabajo. Te miran el currículum, te llaman, pero cuando te ven, nadie te toma. Y cuando envejeces, es cada vez peor".