Un joven va de una vereda a la otra con nada más que un rodillo casero y un piluso negro y ligero en su cabeza. Sale de la luz del sol solo para tomar perspectiva: está pintando un mural. La aparición de los muros pintados con paisajes, figuras, retratos y formas coloridas en las calles ha sido cada vez más importante en Rosario desde la última década. Su alumbramiento fue silencioso. Los obreros del arte detrás de estas expresiones no sólo se diferencian por técnica y estilo, sino por exposición e historia. La mirada del ciudadano ha cambiado frente a los artistas callejeros, pero aún así no consiguen tener el reconocimiento por parte de las autoridades culturales locales.
Los muralistas son la puerta de entrada a un ecosistema artístico que ha tomado por asalto la ciudad con intervenciones que le han dado vida y personalidad a paredones, persianas e incluso barrios enteros. “La ciudad me ha tratado muy bien. La cantidad de gente que te dice que le gusta que pintes o que le gusta cómo está quedando y te felicita de varias maneras es sorprendente”, dijo Nazareno Marengo, un muralista especializado en dibujar paisajes en los paredones de Rosario y apuntó que en “muchas veces te agradecen por embellecer la ciudad. Se ve poco, es algo que por ahí ocupa poco lugar en nuestra vida pero que cuando lo ven, lo agradecen”.
Nazareno pinta “por interés y pasión”, y muchas veces tiene que poner los materiales de su bolsillo mientras que en otras ocasiones los dueños de los paredones que hacen las de lienzos para sus pinturas terminan cubriendo el costo de la obra. No obstante, “nunca voy con esa intención. En un momento vendía los murales, pero es un negocio difícil”.
Sus protagonistas ubican la expansión del fenómeno de los murales en Rosario hace no más de diez años, donde la mirada persecutoria de los vecinos y el acoso por parte de la policía llevó a que las intervenciones artísticas callejeras sucedieran en el anonimato de la noche. Si bien los artistas destacan el cambio de visión de los transeúntes al momento de verlos pintar, las autoridades locales no han sabido abrir sus brazos a este fenómeno en auge.
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“No había muchas pintadas en Rosario, al principio fue de incógnito. Cuando arranqué en el 2011 era medio novedoso. Antes la misma policía o los vecinos te miraban mal o te paraban. Cuando vieron que no eran dibujos políticos o invasivos, la mirada del ciudadano cambió mucho”, aportó Dimas, un importante artista y muralista de la ciudad cuyas intervenciones engalanan varias de las paredes y esquinas de diferentes zonas de la ciudad. Según sus dichos, "Rosario es una ciudad conservadora, no le abre la cabeza ni las puertas a los artistas locales. Cuando llamaron a los artistas para pintar las persianas del corredor San Luis trajeron todos pintores de afuera, de Buenos Aires", fustigó.
"Darle color y vida a una pared está bueno porque es un aporte a la ciudad pero en un sentido personal siento mucho placer, es muy también terapéutico pintar”, dijo Marengo a La Capital y agregó que esculpir los paisajes ribereños que él descubre en los paradores “en un punto de vista personal me da mucho, porque son horas y horas en las que uno está trabajando, conectando con el color que es todo un universo, cómo el color se forma, cómo el color se afecta entre sí y todo ese mundo es una disciplina muy apasionante. Poder estar en tamaño grande, varios días, concentrado en eso termina siendo muy liberador. Prefiero estar abajo del sol pintando. No sé si es tan fácil de explicar, pero creo que la palabra es placer”.
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Nazareno Marengo, posando frente a un horizonte crepuscular del río Coronda, en cuyas costas nació, ubicado en Sarmiento al 500, entre las calles Santa Fe y San Lorenzo.
Foto: Celina Mutti Lovera / La Capital
Pichincha: la meca de la expresión
El barrio Alberto Olmedo, más conocido como el barrio Pichincha, tiene la particularidad de ser el reservorio de los elefantes de living que el tiempo se fue llevando: territorio histórico de burdeles, ferrocarril y bares. Si bien lentamente los viejos galpones que hacían las veces de depósito del servicio postal, de correo y del desaparecido ferrocarril fueron desapareciendo para dar paso a un carácter más vivencial al barrio, esos inmensos paredones y las esquinas imponentes de gran convocatoria hizo que se convirtiera en el Winwood de Rosario.
Marengo describió que el histórico barrio "se ha convertido en una zona comercial de mucho tránsito, entonces lo que vos pintás ahí se ve mucho. Y después también tiene que ver con el tipo de construcción, donde los edificios se han podido preservar históricamente por fuera de las operaciones inmobiliarias y todavía hay casas viejas o estacionamientos esos edificios abandonados que tienen paredones grandes, están abandonados y por ende se puede pintar. Pichincha tiene esa característica al ser un barrio viejo. En lugares donde está todo construido y hay edificios nuevos no podés pintar".
Pichincha toma ese lugar debido a que en los últimos años se convirtió en un espacio de mucha circulación y donde hay una movida cultural muy importante. "Los artistas ya circulan por ahí, entonces ves paredes, y la forma de los edificios, el hecho de que sean viejos y abandonados... De todos modos, en el macrocentro en general hay muy buenas paredes, muy buenos paredones y sí, hay mucho pintado".
Por su parte, Dimas apuntó a La Capital que “siempre se buscan puntos que sean de impacto visual, transitados”, lo que genera un efecto contagio en decenas de muralistas que de a poco se animaron a dejar su huella en la ciudad.
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Un ambiente autónomo y difícil
El círculo de los muralistas en Rosario tiene dos variantes, el callejero y el comercial, que lejos de ser excluyentes entre sí, cristalizan un ambiente relajado de trabajo, pero con difícil inserción laboral y de mucho sacrificio, sin mencionar la falta de redes de sostén u organización entre los propios artistas.
“Nos conocemos entre todos, tenemos nuestras diferencias en los métodos, en los gustos estéticos, pero hay mucha comunidad, hay muchos muralistas que pintan con otros muralistas, agarran una pared, se la dividen de a dos y firman juntos. Eso se ve mucho", contó Marengo, quien pinta por devoción al arte y se gana la vida trabajando en una galería y dictando clases como profesor de Bellas Artes. Por otro lado, Dimas pudo encontrar el costado redituable de su arte y hoy trabaja para empresas, realiza publicidades y frescos enormes a pedido por negocios, locales y particulares.
Nazareno y Dimas comparten una arista profesional que es la docencia, salida laboral por excelencia de aquellos que buscan dedicar su vida al arte. El primero es profesor universitario, mientras que Dimas también es educador y da clases para niños y jóvenes en el barrio Qom y a menores procesados: “Estoy muy agradecido de poder haberle encontrado la vuelta para poder vivir de esto, porque generalmente se hace muy difícil ser artista y no tener que ver cómo haces para meterle con otro laburo y recién ahí completar con esto".
Dimas dijo que “todo grupo que se ha querido armar (de muralistas, más allá de un proyecto particular y concreto) se termina disolviendo. Trabajar de esto en Argentina es muy difícil y es un privilegio trabajar del arte. Lo que sí hay es mucho respeto por las obras de los otros colegas”.
Existe un circuito comercial, del cual Dimas es uno de los exponentes para la decoración de los paredones, pero el gran respiro de la mayoría de estos artistas sigue siendo la libertad de elegir un paredón, pedir permiso al propietario y transformar una pared alta y fría en una obra de arte.