Cada vez que en algún barrio duro de la ciudad acontece un hecho de sangre, y aparece el ojo de los medios sobre el paisaje urbano de la zona, se observa al pasar un fenómeno que surgió hace unos años y poco a poco se va haciendo familiar: el rostro de víctimas de un acto de violencia retratados en alguna pared.
Los muros de estas áreas calientes de la ciudad, ya acostumbradas pero no resignadas a ver morir a sus jóvenes, muestran la imagen de esos pibes, en general reproducida a partir de una foto, junto a alguna frase alegórica que sus allegados eligieron para inmortalizar su imagen.
Si bien los orígenes de este tipo de prácticas pueden remontarse un par de décadas atrás, cuando empezaron a aparecer recordando a víctimas de violencia institucional (el caso Carlos Gauna, asesinado por la policía en Ludueña es un exponente), la aparición extendida de estos murales se dio en los últimos años, coincidiendo con la escalada en las cifras de asesinatos que se dieron en las calles de Rosario a partir de 2011 y con un pico máximo en 2014.
Como reflejo directo de casos que a menudo van quedando en la impunidad, se fue haciendo costumbre que familiares dejen esta suerte de epitafios en las paredes del barrio, a modo de recuerdo pero a su vez como reclamo de justicia. Aunque del mismo modo los miembros de bandas lo comenzaron a utilizar como forma de construir la identidad de cada grupo.
"Las bandas pintan los murales para recordar a sus caídos, pero a la vez es un mensaje de que van a tomar venganza"
Distintas
El denominador común es que trata de muertes violentas que se dan en contextos vulnerables, sobre todo en jóvenes y de sexo masculino. A veces acontecen en el marco de disputas o enfrentamientos entre integrantes de diferentes bandas, por lo que la pintada se convierte en una suerte de homenaje a los líderes "caídos", como lo muestran los ejemplos de Rubén "Cachón" Arriola en barrio Santa Lucía o Claudio "Pájaro" Cantero en una canchita de La Granada.
Pero lo cierto es que en más de un caso los fallecidos son personas que no formaban parte del entramado delictivo. En estos ejemplos puede tratarse de víctimas circunstanciales e involuntarias que tan solo pasaban o se encontraban en el lugar donde sucedió el ataque sin ser precisamente el blanco del mismo (el reciente caso de Maite Ponce, de tan solo 5 años, es un ejemplo), o bien sólo acompañaban a algún conocido que era el objetivo de la balacera (Julieta Sosa, baleada en un ataque a su novio, tiene un mural en una plaza de la zona de Nocheto al 600), como lo representa la multiplicación de dobles y triples crímenes en los últimos años. La aparición de este tipo de hechos habla, obviamente, de la ferocidad e irracionalidad de los ataques.
Pero también en este segmento aparecen chicos que tuvieron tan solo un entredicho con alguien con poder de fuego que se resolvió de manera fatal (el rapero Ariel Avila en Empalme), como corolario quizás de lo que los especialistas catalogan como nuevas formas deconstrucción de la masculinidad a través de las armas. Además, se incluyen en este grupo a personas que fueron asesinadas en hechos de robo (como Marcos Rivero, de barrio Belgrano).
Por último hay casos, quizás los menos usuales pero con gran resonancia mediática por la movilización que le imprimen los organismos a las causas judiciales, de muchachos quecayeron bajo las balas de la policía (David Campos y Emanuel Medina, baleados en una persecución, tienen un mural en Callao y Cazadores), en especial cuando se sospecha que fueron víctimas de gatillo fácil.
Perfil
La estadística sustenta la construcción del perfil antes mencionado. Según números del Observatorio de Convivencia y Seguridad del municipio,de las 500 personas que ingresaron baleadas al Hospital de Emergencias Clemente Alvarez el año pasado, más de la mitad tiene entre 15 y 24 años. En tanto, datos recabados por La Capital en enero de 2018 marcan que el año pasado hubo en el Gran Rosario 112 víctimas de homicidio menores de 35 años, un 69 por ciento del total. Según el Ministerio Público de la Acusación, el 79% se cometió con arma de fuego.
¿A qué responde este perfil? La población joven es la más golpeada por el espiral de la agresión, porque es la que se encuentra inmersa generalmente en el círculo de violencia barrial, "la bronca entre juntas", explica Enrique Font de la Cátedra de Crimonología de la Universidad Nacional de Rosario (UNR).
"Las bandas pintan los murales para recordar a sus caídos, pero a la vez es un mensaje de que van a tomar venganza", analiza. Según sus investigaciones, esto se inscribe en "la lógica de la respuesta privatizada, los hechos no se denuncian sino que lo arreglan por sus propios medios. Y el Estado tampoco investiga estos asesinatos, en la jerga la policía los denomina «homicidios ecológicos»", señala.
Según Font, para estos grupos, "la violencia, inclusive la letal, es parte de la construcción identitaria, y en ese marco se inscribe la imagen y el recuerdo del que mataron. ¿Por qué hay bronca? Porque hay muertos de por medio", indica.
En este contexto, dice el especialista, "la hipermasculinidad y el uso de la violencia es una forma de obtener reconocimiento en el territorio". Y menciona que los estudios arrojan que "es un fenómeno en el que víctimas y victimarios son intercambiables: varones, jóvenes y de sectores populares con trayectorias escolares inconclusas, nulo acceso al trabajo formal, y con experiencias laborales humillantes", define.
>>> Reflejo urbano
Un chico de vida dura. Valentin Reales tenía 14 años cuando desapareció en el barrio Cabín 9 de Pérez, en noviembre de 2016. Un chico de vida dura y familia desacoplada, se presume que habría sido asesinado por una banda criminal para la que trabajaba y a la que denunció. Los Cuatreros cayeron presos, pero el chico desapareció y su cuerpo jamás fue hallado. Los relatos barriales hablan de complicidad policial y de horribles torturas en venganza de la delación. En barrio San Cayetano, en el límite entre Rosario y Pérez, hoy las paredes lo recuerdan.
Asesinado por el clan Funes. Eugenio "Pupi" Solaro, de 26 años. Un mural en pasaje Esperanto al 300 (zona de Uriburu y Ayacucho) fue emplazado en memoria de un muchacho asesinado por el clan Funes en Villa Manuelita, en 2016. La Justicia encontró recientemente culpable a Alan del crimen, que tenía solo 17 años al momento del hecho, en el contexto de la sangrienta disputa entre la banda con la familia Caminos que se cobró varias vidas de uno y otro lado.
Murió en un intento de robo. A Marcos Rivero (21) lo mataron en un intento de robo en septiembre de 2011, en Forest y Alvarado (barrio Belgrano), de un disparo en la espalda. Iba, como todas las mañanas, a trabajar en su moto a una empresa de helados. Su muerte provocó un intenso reclamo de la familia ante el Ministerio de Seguridad provincial. Un mural en su honor se erige en una esquina del pasaje 1812.
A tiros frente a su casa. Ariel "Chuki" Vila. A los 21 años lo asesinaron a tiros frente a su casa de Campbell al 1100 bis, cerca de un búnker de venta de drogas y donde sus amigos pintaron un retrato en un muro. Corría 2014 cuando según los vecinos tuvo un cruce de palabras con un soldadito narco. Recibió siete tiros. Ariel, que tenía una banda de hip hop, había escrito una canción profética sobre su propia muerte: "Esta es la realidad de mi barrio/Donde hoy estás y mañana te están velando/Donde la droga corre como un comando/Si son la misma mierda, para qué vamos a seguir hablando", rezaba el tema.
Apuñalado en una pelea barrial. Rubén "Cachón" Arriola. Con sólo 18 años, era el líder de Santa Lucía hasta que en abril de 2010 cayó muerto de una puñalada en el cuello en una pelea barrial. Admirado por algunos y respetado por otros, era descripto como una combinación de matón y líder popular. Su figura, afirman, cohesionaba a los jóvenes del lugar y su ausencia desató una guerra con un grupo narco que quería tomar la zona. El homenaje de sus amigos no sólo fue pintar un enorme tapial con su cara en el centro de salud del barrio: hasta un equipo de fútbol lleva una foto suya en las camisetas.