El 10 de septiembre, a las cinco de la tarde, el padre Joaquín Núñez, un cura que conoce la realidad de la villa como pocos en Rosario, se verá cara a cara con el Papa Francisco. Aunque nunca lo trató en persona, los relatos de otros sacerdotes sobre la actuación durante la dictadura del entonces superior provincial de los jesuitas en Argentina, Jorge Bergoglio, lo llevaron inicialmente a mirar su designación con un "gran interrogante". Hoy, cree Joaquín, Francisco ha recorrido otros caminos que lo llevan a confiar en su capacidad para impulsar cambios. Por eso llegará a Roma con el deseo de mantener con él una "charla pastoral". ¿Qué le planteará? Básicamente, "una mayor apertura en la administración sacramental". En pocas palabras, que nunca más se deje de bautizar a un niño porque sus padres no están casados, que divorciados y parejas igualitarias puedan acceder a la comunión, y que el celibato sea sólo una opción entre los curas. Y, por supuesto, que el compromiso de la Iglesia con los pobres sea "más profundo".
—¿El Papa Francisco lo invitó o usted se invitó solo?
—No, yo pedí. Porque soy franciscano y un grupo de estudiantes nuestros (yo no, porque ya era viejo) concluyó su carrera sacerdotal en el (Colegio) Máximo, que es la casa y el instituto de los padres jesuitas en San Miguel, Buenos Aires. A (Jorge) Bergoglio después naturalmente lo nombraron obispo, luego cardenal y primado de la Iglesia argentina, hasta que cuando se retiró el otro Papa (Benedicto XVI) él fue a Roma y lo eligieron.
—No, porque en la elección anterior había andado cerca y creo que hubo un negociado para que al final lo eligieran a Benedicto.
—Hace poco contó que Francisco lo llamó un par de veces...
—Sí, pasó así: un domingo antes de Semana Santa yo estaba dando un bautismo acá en la capilla (Nuestra Señora de la Consolación, en su propio barrio) y cuando llego reviso mi teléfono para ver si había algún mensaje. Y justo aparece el de él.
—¿Qué le decía?
—Se presentaba diciendo «Soy Bergoglio y quería comunicarme contigo para charlar algunas cosas pastorales y sobre lo que estás haciendo». Me decía que había recibido una carta que yo le había mandado para ver si podía hablar con él sobre temas eclesiásticos y de la historia, también.
—¿Y la otra vez?
—El Jueves Santo, a las 7 de la mañana. Yo estaba medio despierto y agarro el teléfono. Me dije yo: «¿Quién carajo está jodiendo a esta hora?». Y me dice: "Hola, ¿padre Joaquín? Soy Bergoglio". Y yo le contesto: "¿Qué ángel está de guardia para que me llames?". Y ahí ya conversamos un poco, me preguntó qué estaba haciendo y por otro franciscano que creo era compañero de él en Teología...
—¿Lo conoce personalmente?
—No, sólo a través del resto de los colegas franciscanos.
—Durante los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner Bergoglio encarnó posiciones opositoras e incluso llegó a haber cortocircuitos. Y popularmente, al menos en el interior del país, no era una figura demasiado popular o que se mostrara especialmente comprometido con los cambios sociales y eclesiásticos. ¿Usted lo veía como alguien que podía impulsar transformaciones?
—No.
—¿Y hoy?
—Hoy va abriendo espacios. Pero es cierto que él no sufrió la represión de los militares y algunos de sus compañeros sí. Yo los conocí en distintas jornadas y ellos no hablaban justamente bien de Bergoglio como su superior. Decían que les había soltado la mano y los había entregado a (Emilio) Massera. Y ellos mantuvieron eso públicamente.
—¿Entonces cree que en el pasaje Bergoglio-Francisco se dio una especie de transformación?
—Creo que sí. De hecho, después de que se fueron los militares él empezó a acercarse más al sector periférico y también entró por ejemplo en la Villa 31, donde estaban el padre (Adolfo) Mugica y todo un grupo de sacerdotes. Eso lo ayudó a tener una visión distinta. Pero inicialmente yo a Bergoglio, cuando fue designado Papa, lo miré con un gran interrogante. Porque la jerarquía lamentablemente había estado con los milicos.
—¿Qué expectativa tiene con este Papado?
—El está intentando cambios, pero no le resulta fácil porque la estructura eclesiástica tiene una relación muy antigua, mucho más ligada al imperio y el poder que a la misericordia y la piedad.
—¿Qué le va a pedir al Papa?
—Todo un replanteo sobre nuestra sociedad creyente, con mayor apertura a la administración de sacramentos.
—¿Qué quiere decir eso?
—Que nunca se deje de bautizar. Hoy muchos chicos nacen de parejas no casadas por civil ni por Iglesia y sigue habiendo resistencia en las parroquias y los curas, que no los bautizan. ¿Sabe cuántas criaturas me llegan a mí? Yo en eso soy un gran transgresor desde hace 40 años: vienen a mi capillita de Cerrito y Servando Bayo y yo bautizo a los que rechazan en otros lados.
—¿Qué otra cosa?
—Comunión para los divorciados y vueltos a casar. Yo hace años que lo vengo conversando conmigo mismo y el Papa ya hizo algunas insinuaciones en ese sentido.
—¿Celibato sacerdotal optativo?
—Ese es otro tema, que sea opcional. Y otro punto, un gran interrogante que tenemos desde el ángulo de la Iglesia es la aceptación de las parejas igualitarias. No se crea que para mí es fácil, me cuesta enormemente el tema. Pero es una realidad: estas personas no eligieron cómo ser, sienten así, vinieron así. ¿Y por una estructura eclesial hay que separarlos? Todos estos cambios se van a dar. Y mejor que sea hoy. Mire: en unos meses va a haber un sínodo y la propia Iglesia, directamente del Vaticano, ya nos mandó a preguntar todo esto que pregunta ahora usted.
—¿Y en materia de doctrina social y compromiso con los pobres, concretamente?
—Eso tiene que ser cada vez más profundo. En la Iglesia se han dado fuertes choques internos y tiene que haber todo un replanteo. Sobre todo Francisco, que está soñando con que la gente vuelva a la Iglesia. Y eso no significa que la gente vuelva a los templos. Porque si los curas nos quedamos adentro, con los brazos cruzados y a veces hasta con las puertas cerradas, la gente no va a venir. Somos nosotros los que tenemos que salir en busca de la población.
—¿Usted fue alguna vez al Vaticano?
—No, de hecho no soy muy partidario de ir a Europa, porque de ese continente vino la Conquista de América.
—¿Y cómo va a ir vestido?
—Así. A lo sumo con un cuellito, que no uso porque casi no tengo cogote.