Unos 1.555 kilómetros (840 millas náuticas) en cinco días con sus cuatro noches. Primero, mar abierto y luego el más familiar Río de la Plata. Cuarenta tripulantes, incluyendo una docena de activistas de la organización y los tres periodistas. El barco venía de una travesía por Chile, donde se enfocó en la situación de los glaciares, y el sur argentino; aquí llega con la consigna de alertar sobre la crítica situación de los bosques nacionales. Ahora va de Mar del Plata a Rosario: este es el diario de viaje a bordo del Esperanza, el más grande de los barcos con los que Greenpeace hace sus acciones.
El primer día es el más tranquilo y el más turbulento. Comienza con la dichosa calma que precede al huracán, solo que yo no lo sabía. Me entero que compartiré camarote con Oleg, robusto marinero ucraniano con el que casi no intercambiaré palabra, salvo cuando me reta en inglés por no haber dejado la silla en su correcta ubicación. Como la montaña o el campo, el barco tiene sus reglas, a las que se le suman las propias de Greenpeace: reciclar lo máximo posible, reutilizar lo que se pueda, compartir limpiezas, no consumir de gusto. “Esto no es un crucero”, advierte Hernán Pérez Orsi (uno de los 30 detenidos en Rusia, aquí segundo de a bordo) a los jóvenes que se suben.
Además de ucranianos, veo y oigo que hay chilenos, un coreano, un italiano y muchos argentinos. A la tarde viene a cantar a cubierta Elena Roger. Antes, tres o cuatro pudimos escuchar la prueba de sonido. Lennon en tiempo de chacarera. Después, Roger nos contó de su compromiso ambiental desde chica y que está armando una casa sustentable en el barrio de Barracas, en Buenos Aires.
Lo malo vendría después: el barco sale a las 8 de la noche, tal como había planeado el capitán Daniel Rizzotti. Se mueve mucho. Pero mucho. Mi estómago y mi cerebro lo advierten y reaccionan en consecuencia. Mi primera noche en alta mar promete ser inolvidable, en el peor de los sentidos.
Día 2
Siete de enero
El malestar pasa. Un poco. Tarareo muy seguido “El mareo”, de Cerati y Santaolalla. El barco caminó toda la noche y ahora estamos a la altura de San Clemente del Tuyú, pero a unos 90 kilómetros mar abierto. No se ve otra cosa que agua; ni un barquito, nada. Agua. Hay muchas formas de la soledad, pero ésta entra en el catálogo con fuerza. Subo a la zona de mando (“puente”, en la jerga) a hablar con Rizzotti. Gran personaje es este tucumano que lleva casi 20 años en Greenpeace y estuvo al frente de operaciones varias en el Ártico, la Antártida, entre otras decenas, y capitaneó el barco cuando fueron detenidos los treinta activistas por las fuerzas de Vladimir Putin en Rusia. Rizzotti me contó de las personalidades que se subieron al barco alguna vez, desde Javier Bardem hasta Emma Thompson, que incluso les cocinó a bordo y armó un show para los tripulantes. “Acá a las estrellas se las trata como iguales, son uno o una más de la tripulación, y eso, que no los adulen todo el tiempo, en el fondo les gusta”, me dice.
—¿Entonces, en comparación, este es un viaje de rutina?, pregunto.
—Para nada. Nunca es rutinario o aburrido con Greenpeace, como sí puede serlo en la marina mercante. Siempre cambian los tripulantes, gente que entra y sale. Y por ser argentino, navegar por acá tiene otro interés y genera otra responsabilidad.
Después me contará con detalle de los dos niños (12 y 14 años) que se le metieron de polizones en Djibouti (Africa); y que en lugar de entregarlos en el siguiente puerto les consiguieron estatus de refugiados de la ONU y hoy son universitarios canadienses.
Mientras hablo, los activistas, seis escaladores y seis conductores de gomones, entrenan ahí afuera. Después, lo mejor: hora libre y a nadar un rato al lado del Esperanza. No está tan fría el agua.
Día 3
Ocho de enero
El barco ya está camino de Montevideo, donde debe subir un “práctico”, un capitán-experto en manejar el barco en las aguas mitad dulce-mitad saladas del final del río, principio del Atlántico. Los activistas ensayan más maniobras de escalada y abordaje que simulan lo que será una acción verdadera contra una petrolera, una máquina que desmonta o un gobierno que comete una ilegalidad.
Desde uno de los tres gomones que rodean al barco grande veo que la simulación incluye fuertes chorros de agua que arrojan sin piedad los marineros ucranianos, no sin diversión. Luego, con el periodista de Gente hablamos con otro personaje clave de la tripulación: Daniel Bravo, el cocinero mexicano. Nos cuenta de la preocupación de conseguir comida orgánica y producida por cooperativas en cada puerto al que se llega. Además, cocina como los dioses (¡para 40 personas dos veces por día!). Ah, eso sí, las reglas son estrictas: a las 12 y a las 18 hay que estar pronto para almuerzo y cena. Igual, hoy le tocará hacer las ensaladas y Pérez Orsi estará a cargo de un auténtico asado argentino en alta mar. Un marinero de Odessa me pregunta por detalles de la “barbacoa” y me cuenta cómo la hacen por allí (una especie de brochette de albóndigas de cerdo con especies, paso).
A las 10 de la noche se ve Montevideo en forma de luces lejanas. Por primera vez se nota que hay insectos a bordos y son tábanos.
Día 4
Nueve de enero
Temprano a la mañana pasamos por Punta Lara, cerca de La Plata, que se distingue claramente a la izquierda de proa (o babor); un distraído se daría cuenta que estamos en el Río de la Plata por el color muy marrón del agua (y veníamos de Mar del Plata, no de Papeete).
Contra lo previsto, el nuevo práctico decide no pasar por Buenos Aires sino tomar un canal por el que el barco irá pegado a la margen uruguaya del río hasta alcanzar el Guazú por donde se remontará al oeste hasta llegar al Paraná. Además de Pérez Orsi, en el Esperanza viaja Camila Speziale, otra de las detenidas por Rusia durante más de dos meses (también está por aquí el italiano Cristian D’Alessandro). Camila cuenta que se tomó un tiempo largo para meditar qué hacer con su militancia ecológica. Así que, recién en estos días está volviendo al ruedo, en aguas argentinas. Al principio tenía algo de miedo, pero está rodeada de amigos, se siente bien.
A las ocho de la noche pasamos por el puente Zárate-Brazo Largo. Se ven campings y casas inundadas, justamente consecuencia también de los desmontes y el escaso cumplimiento a la ley de Bosques que el Esperanza busca revertir con esta campaña. Los mosquitos se hacen una fiesta con la tripulación. Música: “El marinero y el capitán”, de Los Rodríguez.
Día 5
Diez de enero
Desde media mañana ya se ven las afueras de Rosario, y sabemos que el viaje está cerca de concluir. La ciudad se deja ver primero con sus alrededores fluviales y alguna que otra fábrica abandonada, hasta que se hacen distinguibles los edificios y el Monumento a la Bandera, de donde quedaremos a pocas cuadras en La Fluvial. Un activista, de los más veteranos, me señala los petroleros que cruzamos y me dice con una media risa: “Estos nos ven pasar y deben preguntarse qué vamos a hacer ahora”.
Al rato ya es el mediodía, hace 88 horas que salimos del puerto marplatense. Una recepción con aplausos de activistas locales matiza la espera de las maniobras finales de atraque que durarán casi dos horas más, corte de algunos fierros incómodos incluido. Contra todas las previsiones, al pisar tierra el mundo no sigue dando vueltas.
Eso quedará para el día siguiente.