Frances Inglis, una británica de 57 años, fue condenada a prisión perpetua ayer por un tribunal londinense que la juzgó por haberle inyectado una dosis letal de heroína a su hijo, quien estaba internado con una lesión cerebral irreversible.
Frances Inglis, una británica de 57 años, fue condenada a prisión perpetua ayer por un tribunal londinense que la juzgó por haberle inyectado una dosis letal de heroína a su hijo, quien estaba internado con una lesión cerebral irreversible.
La vida de Frances dio un trágico vuelco en julio de 2008. Thomas (22), uno de sus tres hijos, se vio involucrado en una pelea a la salida de un pub de Londres. El joven se rompió el labio y los médicos que acudieron al lugar para asistir a quienes habían participado del enfrentamiento decidieron trasladarlo al hospital para atenderlo mejor.
Pero Thomas no quería que lo llevaran al hospital. Por eso, cuando lo trasladaban, intentó escapar: se arrojó desde la ambulancia en movimiento y se golpeó la cabeza contra el asfalto. La caída le produjo una lesión cerebral irreversible y quedó en estado vegetativo. Frances no soportó ver a su hijo así. Eso dijo ante el tribunal que la juzgó, no era vida, era "un infierno". No podía quedarse de brazos cruzados. Tenía que ayudar a Thomas, librarlo de su sufrimiento.
Días después del accidente, en noviembre, Frances se registró con una identidad falsa en el hospital donde su hijo estaba internado y trató de administrarle una inyección letal. No tuvo éxito y fue detenida. No obstante, la Justicia le otorgó el beneficio de la libertad condicional.
En noviembre de ese mismo año, la mujer repitió la operación. Sólo que esta vez sí logró su objetivo. Pese a que en el hospital donde el joven estaba internado había fotos de Frances para que el personal de seguridad la identificara y no la dejara acercarse a Thomas, la mujer logró burlar la vigilancia. Así, Frances llegó hasta la habitación donde su hijo se encontraba postrado y le aplicó una dosis mortal de heroína.
“Lo sostuve en mis brazos, le dije que lo quería, tomé una jeringa y le inyecté en los muslos y el brazo. Le dije que todo iría bien”, relató la madre ante los jueces. Los médicos descubrieron lo que había pasado, llamaron a los guardias del hospital y Frances fue detenida. Durante el juicio, la mujer nunca negó lo que había hecho. Una y otra vez contó lo ocurrido y aclaró que había actuado impulsada por el “amor y la compasión” que sentía por su hijo. Su caso dividió a la sociedad británica: muchos comprendían el sufrimiento de Frances y destacaban el coraje de sus actos. Otros, en cambio, la condenaban.
Esta fue la postura que tomaron la mayoría de los miembros del jurado. Diez de ellos la consideraron culplable, dos la absolvieron. Así fue que la Justicia resolvió condenarla a la pena de prisión perpetua. El juez Brian Barker dio a conocer los argumentos de la sentencia: “Más allá de cuál hubiera sido su intención, (Frances) cometió un asesinato”.
Tras el veredicto, la familia de Frances pidió la revisión del caso. Sus otros dos hijos la apoyan. Alex, el hijo mayor, salió a defenderla y remarcó que su madre había actuado por amor hacia su hermano.
Por Aníbal Fucaraccio
Por Eugenia Langone