Miércoles 18 de enero. Sobre el mar. Confieso que los he buscado. No para la foto, sí para la constatación. Castillos en la arena. Hoy los busco. Hay pocos.
Por Raúl Acosta
Miércoles 18 de enero. Sobre el mar. Confieso que los he buscado. No para la foto, sí para la constatación. Castillos en la arena. Hoy los busco. Hay pocos.
Los castillos en la arena, en Argentina, se convirtieron en una metáfora que explica demasiadas cosas que nos suceden.
Es fácil, por este método de enseñanza, advertir que no se deben construir castillos de arena, en la arena.
La cuestión basal es el agua de mar .Toda planificación que depende de una pleamar es circunstancial, frágil, inconsistente. Nada se puede hacer (y menos reprochar al destino) si se construye en la arena sabiendo que el agua, ¡ay!, llegará.
Mi infancia no fue de castillos de arena. La enseñanza de la infancia es fundamental. Mis viejos, mis amistades, mi barrio fue de café, de cafetín, escoba de 15, básica y chinchón. Finalmente truco y tute cabrero. Codillo. Billar. Esquina, cigarrillos, confesiones. Entendí el tango fácilmente. No había arena. Si me preguntan por castillos de naipes confirmo que sé bastante, pero son otra cosa, dependen del viento, del vecino que toca la mesa y del pulso. Tan frágiles como los otros, pero diferentes.
Hablar de los castillos de arena donde me crié era absolutamente teórico. Novela. Fantasía. Dibujitos. Postales. Llegué demasiado viejo a la playa y miraba, aún miro a esos padres, los muchachones, los chicos que se acuestan y le arman un auto, un cuerpo diferente con apenas la cabeza saliendo de la arena, están felices y sonríen. Uf. Claustrofobia no, porque no es un claustro, pero imposible pensar en cualquiera de nosotros, los del viejo barrio, enterrados en la arena y quietitos. No. Imposible.
Hay vidas diferentes, infancias que no se han cruzado nunca pese a que las ilusiones de la adolescencia son todas marcas de fe, de ganas, de porvenir absoluto. Ahora, ya absolutamente de retorno, busco esas señales. Eran visibles, eran muchas. Quedan pocas. Padres que les enseñaban a sus hijos; muchachos que jugaban entre sí forjándose un cuerpo, otro cuerpo en la arena. Pistas, castillos, fuertes y fosos. Vamos, hay concursos de castillos de arena. Los promocionan.
Este verano 2016/17 la búsqueda es incesante. En las playas céntricas como en aquellas que, mas allá del Faro, conservan el título de agrestes. Nada es agreste cuando el negocio es la arena, el sol, y el mar y las comodidades se pagan. Baños, agua tibia, jabón, bicicletas fijas y restaurantes a la carta alejan cualquier ilusión de soledad y fantasía.
Encontrar castillos en la arena es una constatación de inutilidad y esperanza, de tontería y belleza. Si hay padres que enseñan a construir castillos de arena para una tarde soleada y chau es que hay un mundo posible con hadas, imaginación, solidaridad y vecinos con amor por el gusto de la risa y nada mas porque, seamos sinceros, profundamente claros: ¿ quién gana qué cosa con un castillo de arena?
La constatación no es alegre ni positiva. Hay pocos castillos de arena en las playas marplatenses. Pocos y se insiste, los que se construyen para un concurso no son iguales. Son tramposos.
Ni bien, ni mal. Pocos padres enseñando a sus hijos a construir castillos de arena. Eso es todo. A poco que pensemos que votar equivocadamente y pensar que lo que cuentan los candidatos será posible, no será otro castillo de arena, la ausencia playera no es una mala señal. Por el contrario, es un buen comienzo. Para decirlo del mejor modo: este año en MDQ minga de SandCastle y eso es bueno.
No agrego la búsqueda de los castillos de arena en la playa a nada que se parezca el destino o la riqueza. No señor. No los busco tratando, como al pie del arco iris, de encontrar la vasija con monedas de oro. Supongo, como mínimo ejercicio de estudio sobre comportamientos sociales, que si hay padres que aún enseñan a construir castillos de arena estamos en un país. Si ya no construyen castillos de arena es otro el país... y el porvenir, claro está.