Lima. —El presidente del Perú, Ollanta Humala, cumplió ayer un año de gobierno, ya sin temores respecto a lo que se creía que podría ser una administración de izquierda radical, pero sin cumplir aún la promesa básica de la "Gran Transformación".
Lima. —El presidente del Perú, Ollanta Humala, cumplió ayer un año de gobierno, ya sin temores respecto a lo que se creía que podría ser una administración de izquierda radical, pero sin cumplir aún la promesa básica de la "Gran Transformación".
La mayoría de analistas coincide en que Humala hasta ahora se parece mucho a sus antecesores. Y también a lo que teóricamente habría hecho la derechista Keiko Fujimori, su rival de 2011. "¿Cuántos ministros actuales podrían haberlo sido de Fujimori? Mi cálculo es que, de los 18, la mitad se ponía sin problemas el «fajín». Entristezcamos la pregunta: ¿en cuántos ministerios se estaría haciendo algo sustancialmente distinto si ganaba Keiko? Mi cálculo se reduce a dos, tal vez tres", comentó el analista Alberto Vergara.
¿Para esto? "O sea, la colérica, polarizada y emponzoñada campaña presidencial que sufrimos en 2011, ¿qué importancia tuvo?, ¿para esto fue que agriamos nuestras relaciones de amigos, familiares, profesionales?, ¿para esto nos dijimos cholos de mierda?", reflexionó el experto.
Humala comenzó con un gabinete variopinto, presidido por Salomón Lerner Ghitis como primer ministro, un ecléctico que juntó a figuras de izquierda con varias de derecha, incluidas algunas impensables en un gobierno suyo, como el ministro de Economía, Luis Miguel Castilla, que es un liberal ortodoxo.
La heterogeneidad del primer gabinete explotó en desorden, con ministros que avanzaban por distintas rutas, según análisis coincidentes. En diciembre, Humala unificó criterios con un golpe de timón a la derecha y colocó frente al gabinete a Oscar Valdés, un militar en retiro de supuesto corazón fujimorista.
Valdés y su "mano dura" aplaudida por la derecha se desgastaron pronto en un país convulsionado. Dieciesiete civiles murieron en choques con la policía en protestas populares, ligadas sobre todo al tema minero, y el jefe del gabinete quedó descolocado.
El presidente inicia el segundo año con una propuesta nueva. El Consejo de Ministros estará desde mañana en manos de Juan Jiménez, un jurista de buenos antecedentes que ha proclamado al suyo como un "equipo de diálogo", aunque los analistas coinciden en que habrá que verlo en acción, en especial ante el radicalismo de muchos de los líderes de la protesta.
Piloto automático. Vergara no se ilusiona: "Gobernar en el Perú es abdicar en favor del célebre piloto automático. El sueño de (el mexicano) Porfirio Díaz en pleno siglo XXI de mucha administración y poca política". Para Vergara, el continuismo tiene como primer explicación que el Perú se mantiene desde hace ya años con un buen paso macroeconómico lo que, paradójicamente, confabula contra que se arriesguen reformas. Un éxito que tiene mucho que ver con la coyuntura internacional. "Sin crisis no hay reforma. Para ver cambios acaso habrá que esperar a que la China y la India desaceleren", dijo el politólogo.
Mientras Humala decepciona a quienes creyeron en su mensaje de "Gran Transformación", ilusiona o al menos tranquiliza a los que lo veían con pánico y animadversión. El conocido teórico del capitalismo popular Hernando de Soto resalta su "mesura" y poderes fácticos se ponen de su lado, aunque sin dejar de criticar lo que consideren concesiones.
El presidente, teniente coronel del ejército en retiro de 50 años que ha tenido además que lidiar con una politizada familia de ideas pintorescas y radicales, ha llegado a más de un 60 por ciento de aprobación en las encuestas, pero en las últimas apenas si logra un 36. Una realidad que explica que se haya desecho de Valdés.
Por paradoja, el apoyo a Humala llega ahora de Lima y los sectores más pudientes. Es decir, lo opuesto a lo que pasaba en la campaña del año pasado, cuando lograba la diferencia en el interior más pobre. Quienes más lejanos lucen ahora son quienes vieron en él la esperanza de un cambio radical. El reto para Humala es recuperar la confianza de los unos sin perder la de los otros.
En el Congreso. El mensaje de Humala ante el Congreso dado ayer fue en ese camino: se centró en la necesidad de resolver los conflictos sociales, de los que admitió que en buena parte se derivan de antiguas malas prácticas de las empresas de la actividad minera, principal fuente de divisas del Perú. "No se permitirá ningún proyecto que exponga a la población al desaprovisionamiento de agua", indicó el mandatario, cuyo gobierno se ha visto afectado por su luz verde al proyecto minero Conga, que lo mantiene enfrentado al departamento de Cajamarca, precisamente por el uso del agua. "Al final de mi período (en 2016) se crearán siete reservorios de agua", prometió Humala, quien niega haber dejado atrás sus promesas de cuidado estricto de la ecología en uno de los países con mayor biodiversidad del planeta.
Disipada cualquier duda sobre un supuesto izquierdismo desorbitado de su gobierno, la pregunta es si hay espacio para la corrección de las distorsiones que generan inequidad. Desde hoy comienza a correr el reloj por cuatro años más para lograrlo.