Transcurrieron dos años y el pasado sigue vivo. Las paredes lo reeditan, impiden el olvido. Desde un balcón cuelgan un pañuelo fucsia con el puño feminista, otro verde que simboliza la lucha por el aborto legal, seguro y gratuito, y una bandera de la diversidad sexual. Ese minúsculo espacio en las alturas de un departamento de Valparaíso sintetiza lo que los muros aún gritan con la furia del color y la irreverencia de las formas. Ya corrió bastante tiempo desde el 18 de octubre de 2019, cuando se produjo el estallido social en Chile y “fueron muchas las voces ignoradas que se volvieron grito de tanto encierro”, como relató con precisión el escritor y periodista Patricio Fernández en su libro “Sobre la marcha”. Pero la historia se sigue escribiendo en esos ladrillos.
Nos romperán las cabezas, nuestras ideas no, avisa la frase que aún persiste en un viejo grafiti de esa ciudad que hace dos años no midió entre los cerros y el puerto, el arriba y el abajo, para sumarse a la certeza de que no hay paz sin dignidad.
Masturbá la mente, eyaculá ideas, inquiere una minúscula y delicada caligrafía desde el travesaño de una vieja puerta y otra recuerda que si no haces nada, nada cambia, desde una prolija pared azul garabateada con aerosol amarillo.
Las consignas El arte es activismo, Unete al baile, Heroes just for one day, Resistimos, Belleza es actitud, Dignidad, Despertamos, decoran los escalones de un centro cultural que invita al encuentro, mientras desde los cimientos de esas casas multicolores brota la consigna cuidate y resiste.
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La plaza Dignidad (ex Baquedano) hoy es el punto de encuentro y movilización en Santiago.
Porque ya no hay miedo, porque Valpo es antifa y reclama Asamblea constituyente ahora, desde una despintada persiana de un comercio marchito en pleno centro de la ciudad que insiste con la libertad a los presos por luchar. Esos presos que enfrentaron a los pacos ladrones y asesinos, como se lee en una vieja empalizada donde un pibe improvisa un almuerzo, sobre un banco desalmado, en una esquina sucia por el paso de la noche.
El estallido de 2019 mostró que aquellos que ganaron la calle no eran ni terroristas ni delincuentes sino estudiantes conscientes. Por si faltaba aclararlo, lo reafirma la imagen pintada de dos adolescentes con la constitución de 1980 en llamas, aquella que el dictador Augusto Pinochet sometió a plebiscito a fuerza de terror.
La calle Esmeralda está sucia. A pocos metros de la plaza Aníbal Pinto -el punto de convocatoria en Valparaíso- las persianas bajas del fin de semana son un libro que invita a la lectura. No hay que tomarse demasiado tiempo para descubrir que el estallido tuvo allí su epicentro en la ciudad portuaria. Y tampoco para reconocer que esa historia aún resiste desde las puertas intervenidas y las paredes garabateadas que no fueron restauradas.
Porque valor no es precio y sociedad sin Estado es posible, para aquellos manifestantes que sintetizaron en un solo estallido demandas sociales, políticas, ambientales y de género que encontraron sentido en abajo el fascismo, arriba el feminismo, masculinidad no es igual a hombre cis, o la verdadera violencia es la violencia de género. Y con no soy más tu mamacita resumieron la disputa a las múltiples caras del patriarcado.
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El reclamo de libertad a los presos detenidos durante el estallido, sigue presente.
Toda una coralidad de consignas que en cada ciudad de Chile tuvo su identidad, pero que encontró una síntesis en ACAB (All cops are bastards: Todos los policías son bastardos) o su expresión numérica 1312, una frase que habita en cada grafiti o pintada callejera de un país que se animó a cuestionar el orden político y a gritar Piñera vale caca, peligro Piñeravirus, y a exigir no más Sename (Servicio Nacional de Menores de Chile).
A pocos metros de la Plaza Sotomayor, por la calle Prat, donde los imponentes edificios de la Armada y los bancos se mezclan con consulados y compañías financieras, aún quedan vestigios de la manifestación de la furia y hay espacio para la emoción, aquella que asalta cuando te recuerdan que eres hermosa cuando luchas.
Santiago, grito y reencuentro
Por La Alameda (avenida O’Higgins) el tránsito es intenso. El tramo que une la ex plaza Baquedano, hoy Dignidad, con el palacio La Moneda tiene dos caras. Sobre la calle, los micros urbanos cargan pasajeros apurados por la rutina y los autos sólo aceptan la autoridad de las luces rojas de los semáforos. En las veredas, el ritmo cambia.
Detrás de las barras de hierro en forma de cruz alguna vez hubo comercios. Detrás de las placas metalizadas habitaban vidrios y escaparates invitando a consumir. Hoy en la denominada “zona cero” del estallido en la capital chilena resisten los vestigios de la mayor protesta callejera de las últimas décadas en ese país que, en las próximas horas, verá asumir a Gabriel Boric -un hijo de estas luchas- como nuevo presidente.
Ni un día más en la cárcel, libertad sin condiciones a todos los presos por luchar, es la consigna renovada en esos muros que llamaron a resistir al régimen y cuestionaron al paco enemigo, weón, que perdió la calle.
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El cuestionamiento a la policía, una constante en los muros de Santiago.
Tres mujeres charlan sin apuro bajo la sombra. Hacen cola para entrar por una puerta que rompe la uniformidad de metros y metros de paredes cubiertas de tablas. Es el local de la famosa cadena de “Farmacias del Dr.Simi”. Está oculta detrás de una empalizada eterna que se extiende por varias cuadras y atrás esconde viejos comercios cerrados y algunos tímidamente abiertos pero sin vidrieras. Cualquier vestigio del consumo capitalista quedó sepultado hasta nuevo aviso por esa arteria, testigo directo de una movilización que llamaba a arrasar con lo que no te deja ser feliz , especialmente con la policía asesina y la yuta inservible.
Es verano en Santiago, el sol del mediodía golpea horizontal sobre el pedestal que alojó hasta hace poco la estatua de Baquedano, hoy exiliada a la fuerza, y un grupo de turistas se saca fotos con la mole de cemento intervenida hasta el hartazgo. El 1312 pintado en rojo furioso convive con consignas que mutan temporalmente en esa plaza que hoy es el punto de encuentro de las luchas al cobijo del Cerro San Cristóbal. La gente sigue su marcha, se sabe protagonista desde el día que, como las paredes, dijo Adiós Sebastián, nuestra venganza es ser felices.