Observar a las niñas y niños, respetar sus tiempos, acompañar su crecimiento desde el amor y el cuidado, vivir en el presente propio de la infancia, propiciar su autonomía desde muy pequeños, entender que el aprendizaje no ocurre solo en la escuela sino durante todo el día, son algunas de las sugerencias que Paula Lo Celso desarrolla en "Pedagogía de lo cotidiano" (Homo Sapiens Ediciones), donde explora con una mirada exhaustiva la filosofía Montessori. El libro se presenta este jueves 21 de septiembre, a las 18.30, en el Museo Castagnino, Pellegrini 2202.
Paula Lo Celso es rosarina, profesora de educación preescolar y especialista en el método Montessori, con un recorrido por instituciones nacionales e internacionales en esta filosofía que pone en jaque las prácticas tradicionales y busca enfocarse en el potencial de cada niña y niño. Escribe en primera persona, desde su experiencia que al transitar de la lectura devela estar sostenida por un estudio profundo, con un trabajo de años que aflora en esta publicación en la que pasa el método Montessori por su propio tamiz. Lo Celso lo acerca, lo afloja, lo vuelve más actual, simplifica su vocabulario e incluso propone en dos anexos aportes para resignificar espacios escolares y familiares. Cada rincón del libro confiere una invitación dirigida a los adultos, para que puedan revisar sus prácticas cotidianas en relación a las niñas y niños, repensar y cuestionar su propio andar, acercarse a la filosofía Montessori desde una perspectiva simple, siguiendo los intereses de los más pequeños, sus fases y espacios, recordando que están descubriendo el mundo, aprendiendo a vivir.
En diálogo con La Capital, Paula Lo Celso resalta el potente legado de María Montessori. “Sobre todo -dice- por la época, por darse la posibilidad de mirar al niño en el 1900, que había poca atención sobre ellos, de observarlos y encontrar las respuestas en ellos. Pasaron 150 años y actualmente también existe esta falencia, siento que todavía en los espacios que alojan a las infancias, sobre todo en la educación más tradicional como las escuelas, no hemos podido aggiornarnos a las necesidades reales del niño. O a lo mejor no hemos podido darnos la oportunidad de conocer al niño y qué necesita”. Y ejemplifica: “Un niño que es movimiento, que está en un proceso de adquisición de la palabra, necesita hablar. En la primaria necesita agruparse y resulta que todavía están sentados en forma individual”.
El niño, parte del hogar
En las páginas finales del libro Pedagogía de lo cotidiano, se despliegan dos anexos con sugerencias para revisar, repensar, para actualizar nuevas formas de estar en el aula con los niños, con el ambiente y con los adultos: “No se trata de imponer, son propuestas para acompañar a los niños, a los adultos, con respeto a los propios tiempos y las propias posibilidades. El primer tip es ser coherente con uno, por más que a lo mejor Montessori dice que el niño tiene que manipular vidrios si yo no me siento seguro para eso no lo hago. La idea es ir transformándose de a poco, pero también respetándose a uno mismo. El consejo más concreto es la observación, como ya venimos hablando, y que el niño se sienta parte del hogar, que no se sienta como un invitado, que se pueda tener en cuenta el tamaño del vaso que manipula, de los cubiertos, los platos, que tenga las cosas a su alcance, pero que también sean cosas que él pueda manejar y no lo pongan en riesgo: que tenga una pequeña jarrita para servirse el agua cuando él desea y no tenga que ponerse en peligro trepando para llegar a la canilla o abriendo la heladera. Que haya espacios que sean compartidos, donde él puede ir al baño y poner una banqueta para llegar, o que sus cosas estén en una mesita o en un lugar más bajo. Lo más importante en esto es pensar todo lo que el niño sí puede hacer por él mismo sin ayuda del adulto. Generar esos espacios, que sus juguetes o sus cosas estén ordenadas en canastos y que no haya tanta cantidad, que no tenga todo a disposición y que esos canastos que contengan sus juguetes sean pequeños”.
Lo Celso remarca que los desafíos tienen que ser acordes a su edad, al tamaño de su mano, para que el niño no se frustre. Afirma que la vida no tiene por qué ser trabajosa ni sacrificada: “Esos son mandatos que recibíamos en otra época, pero todo puede ir acompañado de disfrute”.
Es el amor como motor de cambio, dedicar tiempo a las niñas y niños que nos rodean, frenar para sentir sus necesidades, acompañar esos deseos, aceptarlas y aceptarlos como son. Es conectarse con lo más cándido, intuitivo e ingenuo que tiene la infancia, con la risa, la alegría. Ese amor incondicional que se revela en cada abrazo que busca contención, es valorar a los chicos como seres humanos. Y hacerlo en lo cotidiano.
La observación
Lo Celso precisa que lo que más le impactó de Montessori fue esa mirada sobre lo cotidiano que justamente da título a su libro, encontrar la riqueza en lo que sucedía delante de ella cada día, en el niño, en el hacer constante, en lo que pasa todos los días desde que se levantan hasta que se vuelven a acostar, no sólo en los espacios educativos: “Montessori es una pedagogía muy lógica, muy de sentido común. Por ejemplo, se impulsa a que el niño pueda participar de la vida del hogar, que pueda incorporarse a servirse agua o cocinar. Son aprendizajes para la vida, habilidades para su independencia y su autonomía, pero también son la base para procesos más complejos relacionados a la matemática, la lengua o la escritura, hay mucha riqueza en eso”. En el inicio del libro un apartado repasa la historia de María Montessori, sus estudios, creaciones, su legado, su atención puesta en el niño como fuente de amor.
“Lo que más me aportó el método en sí, esta filosofía como me gusta llamarla, es la posibilidad de poder observar al niño y acompañar el proceso de desarrollo de un ser humano, que no tiene que ver ni con adoctrinar, ni con entorpecer, ni con intervenir, sino en dar lugar. Es el adulto el que da borde, ya que el niño solo no puede construirse por sí mismo, porque necesitamos ser acompañados, mirados, sostenidos. Pero si esto es desde el respeto, el amor y el cuidado -y también desde el respeto por las propias necesidades que el niño va mostrando- todo es más orgánico, más calmo. Y así es como que el niño también está más conectado con sí mismo, con el entorno y con el otro”, resume.
La tensión está puesta en el adulto: en las madres, padres, docentes, educadores, profesores, a los que Lo Celso les propone “una transformación” que se puede iniciar con preguntas, indagando sobre las prácticas, sobre las aulas, las disposiciones en la casa, la organización familiar. Anticipando que lo que suele ocurrir es que se les exige a las niñas y niños que se adapten a la vida de los adultos.
Por eso el desafío es comenzar a atender sus intereses y pasiones, proponer la autoobservación, mirarse para poder mirar. “Llegamos al mundo perfectamente bien, sin nada que modificar, venimos siendo seres con mucho amor, nobles, incluso nos sentimos libres de explorar el cuerpo. Después el ambiente nos determina o nos contextualiza de diferentes maneras: la cultura, la familia a la cual llegamos. Esto no quiere decir que no deba existir, porque eso es un poco lo propio. Pero sí que este adulto, que en general lo hace desde el amor y con el recurso que él ha recibido, en vez de poder dejar al niño aparecer y dejar que le muestre el camino, quiere que todo sea en función de su necesidad y no de la del niño. Entonces, ahí hay algo que se rompe”, alerta.
Lo Celso aclara que eso no significa que el adulto tenga que relegar sus necesidades. “Quiere decir que hay que equilibrarse, que hay que observar, que hay un tiempo en el que el niño necesita crecer y acomodarse. Y entonces no puede vivir al ritmo del adulto, porque nosotros hace a lo mejor 40 años que estamos en la vida, y hace 30 que hacemos lo mismo. Y este niño está llegando y está aprendiendo de la vida. Nosotros ya sabemos alimentarnos de una manera, comer determinada cantidad, entonces el niño también lo tiene que hacer. No es así. Hay tiempos que necesitan ser respetados. Y por eso, nuestra transformación es el camino para dejarnos maravillar por todo lo que el niño nos trae”, propone, para luego recomendar: “En esos momentos que no sabés por dónde ir, si te das el tiempo para observarlo, es increíble toda la información que el niño te da para que vos lo puedas acompañar y ayudar. Entonces la energía fluye, se ordena, y puede cambiar. De la observación llegan las respuestas”.
La plaza y el escarabajo
“Paula, como María Montessori, logra colocar en lo alto a lo cotidiano, a lo sencillo, a lo simple. La naturaleza -como la infancia- ama lo pequeño, lo curvo, lo lento, lo invisible. Las personas adultas tenemos muchísimo que aprender de ellas cuatro”, es un fragmento del amoroso prólogo de Cristina Romero Miralles a Pedagogía de lo cotidiano.
Lo Celso refiere que esos detalles para los chicos son lo más importante. “El niño está en lo sutil, que es casi invisible a nuestros ojos, o en realidad estamos un poco adormecidos. El niño es muy presente, muy cotidiano. Cuento una experiencia de un día que íbamos a la plaza con mi hija. Pero nunca llegamos a la plaza porque se tiró a ver un escarabajo que estaba en plena calle, y eso para ella era todo un hallazgo. Yo pude entender en esa acción todo lo que en ella se estaba abriendo y lo que se estaba construyendo. Y pude correrme de mi interés que era el de llegar hasta la plaza, pude salir de mis pensamientos que indicaban «está tirada en la calle toda sucia, está vestidita limpia, se le están ensuciando las manos». Pude correrme de todo esto para darle lugar a esa experiencia. A veces no entendemos que los niños ven algo por primera vez y se sorprenden, se maravillan. Ellos están en esa sutileza, en la sutileza de la vida”.