Como todos los grandes acontecimientos, la trascendencia que tiene el Mundial de fútbol puede ser una oportunidad muy valiosa para la escuela. Interrumpir el ritmo cotidiano para brindar un espacio-tiempo donde festejar y alojar la alegría que nos dan los goles y los triunfos, o el desaliento, la angustia, los sinsabores que nos genera perder un partido. Mirar el Mundial juntes puede ser una manera de privilegiar la experiencia del encuentro compartido, mucho más allá de los resultados. Darnos permiso para estar ahí, nada más.
Sin la intención de transformar estas experiencias en contenidos educativos, la escuela también tiene la responsabilidad de analizarlos críticamente para ampliar sus propios horizontes. Ir en busca de esa trama de relaciones para acercarlas al escenario propio, al entorno, a las experiencias cotidianas.
¿Con qué estructuras y lógicas internas miramos un acontecimiento, qué principios rigen nuestra visión de las cosas, cómo construimos esos modos de mirar? Y también: ¿Qué pasaría si ponemos atención en aquello que se encuentra oculto en el fondo, podemos mirar el paisaje completo?
Alejarse para volver a acercarse, mirar los detalles, lo que parecía obvio y no lo es tanto. Aquello que teníamos la impresión de ver de un modo, cambiando la perspectiva, puede tomar un nuevo sentido que enriquezca la mirada y que brinde mayores elementos para analizar lo mismo.
Teniendo en cuenta que la mirada inclusiva abarca también aquello que decidimos mirar, analizar, reflexionar (o no), la escuela se transforma en actora y productora responsable de esas decisiones. Y como toda decisión, es política. ¿Cómo mirar el Mundial alojando la multiplicidad de sentidos?
Un modo de comenzar podría ser suspender la hegemonía del punto fijo ubicado en dirección de los resultados. El deporte competitivo y de alto rendimiento opera bajo la lógica productiva mercantilista. ¿Se juega como se vive?, ¿se educa como se juega? Si la expectativa es ganar, todas las acciones se orientan en esa única dirección. El proceso, por tanto, no tiene relevancia. Se privilegia el resultado en el menor tiempo posible, y el modo más eficiente de arribar a éste es a través de la línea recta. ¿Puede la escuela desandar esos caminos, jerarquizar el proceso, atender la diversidad de trayectos? Hay muchos modos de llegar hacia un mismo lugar. ¿Hay tiempo para alojar esas diferencias?, ¿puede pensarse el aprendizaje en términos de rendimiento escolar, deportivo o competitivo?
"Mirar el Mundial puede ser una manera de privilegiar la experiencia del encuentro compartido, mucho más allá de los resultados" "Mirar el Mundial puede ser una manera de privilegiar la experiencia del encuentro compartido, mucho más allá de los resultados"
Por otra parte, en clave de aprendizaje, los errores pueden resultar experiencias enriquecedoras del proceso y su tolerancia un motor para la inclusión de la diversidad. ¿Hay permiso para equivocarse, cómo se viven los errores en el deporte competitivo y en la escuela? A su vez, teniendo en cuenta la educación sexual integral (ESI), es de destacar que el Mundial es un evento de varones. ¿Por qué el Mundial de mujeres no tiene la misma repercusión?, ¿hay actividades que son exclusivas de varones o de mujeres, existe discriminación basada en la orientación sexual en el fútbol?, ¿cuánto de estas tramas están presentes también en la escuela?
En lo que respecta al cuidado del cuerpo, abundan los interrogantes y contradicciones: ¿Entrenar en alto rendimiento representa una práctica saludable, por qué los jugadores de fútbol se lesionan, existe una sobrecarga en el entrenamiento en estos niveles, no es acaso una forma de violencia sobre los cuerpo?, ¿cuál es el lugar del cuerpo en el deporte competitivo y en la escuela?, ¿existe un cuerpo hegemónico, hablar de cuerpo incluye sus aspectos emocionales y expresivos, los cuerpos pueden ser cotizados en términos económicos?
Por otra parte, el despliegue de sensaciones que genera el evento deportivo más grande del mundo, puede ser un impulso para alojar la afectividad, presente en todos los vínculos humanos. Teniendo en cuenta el marco epistemológico en el que se encuentran inmersas las prácticas deportivas competitivas, donde las experiencias son valuadas en términos binarios de ganar/perder, éxito/fracaso, correcto/incorrecto, vale la pena interrogarnos: ¿Qué valores se priorizan en la competencia, es lo mismo jugar que competir?, ¿Qué es ganar, qué gana, quién gana, qué es triunfar, qué es perder, qué pierde quien pierde?, ¿por qué los ganadores suben a un lugar más alto, el deporte es un juego?, ¿se puede pensar la experiencia educativa o deportiva en términos éxito o fracaso?, ¿existe el fracaso escolar, quién o quienes fracasan?
A su vez, es interesante destacar que la carrera de un jugador profesional inicia a muy temprana edad, bajo un entrenamiento intensivo precoz que, paradójicamente, se contrapone a sus derechos, pudiendo establecerse estrechas relaciones con el trabajo infantil. En ocasiones, debe alejarse de su casa, su familia, dejar la escuela para alojarse en una pensión cuando todavía es menor de edad. Otras veces, su familia debe trasladarse o realizar esfuerzos faraónicos, en todos los sentidos, para dar continuidad a la práctica del deporte. ¿El fútbol profesional está pensado en clave de derechos?, ¿qué sucede con quienes “no fueron seleccionados”?, ¿de qué depende que un jugador esté o no en la selección?, ¿las prácticas deportivas competitivas se encuentran centradas en el niñe, en sus necesidades y desarrollo?, ¿cuánto de estas relaciones podrían tomarse para pensar la escuela?
Por último, el Mundial puede ser una oportunidad para reflexionar acerca del tiempo. La duración de las cosas, su fugacidad, los deseos, las necesidades, las prioridades, las imposiciones, las elecciones. Las horas de entrenamiento que demanda un deporte de élite para un niñe en desarrollo, en detrimento de otras experiencias, puede ser una manera de acercarse a lo más humano de quienes están ocupando un lugar en la selección argentina. De la pregunta de qué están hechos los superhéroes a pensar a los jugadores como sujetos dentro de una trama compleja y repleta de paradojas y contradicciones.
El tiempo también nos invita a recordar la propia historia. Lo que se intentó tapar con el Mundial del 78, cuando en plena dictadura funcionaban centros clandestinos de detención y concentración, y se cometían crímenes de lesa humanidad. El Mundial debe ser una ocasión para alojar la memoria, la verdad y la justicia.
En síntesis, la escuela puede mirar el Mundial desde una perspectiva inclusiva, que abarque las contradicciones, los errores, la multidimensionalidad de las miradas, la complejidad de los vínculos. Así como el punto fijo no puede prescindir del horizonte para destacarse, y para aprender la alegría, es preciso experimentar la tristeza, ganar puede estar compuesto, también, por innumerables pérdidas.