Gabriela Mansilla se hizo conocida en el mundo por ser la mamá de Luana, la niña que eligió su propio nombre a los cuatro años. Cuando en 2007 nacieron sus mellizos, Gabriela "los amó al instante". A uno le puso Federico y al otro, Manuel. Tenían genitales masculinos, por lo tanto, eran varones. Pero las cosas en la vida son más complejas que los silogismos. "Vos sos un nene y te llamas Manuel", le dijo la mamá. "No, soy una nena y me llamo Luana", le respondió la hija. Manuel crecía sintiéndose nena pero, como no lo dejaban ser, crecía triste. Gabriela no sabía cómo actuar hasta que, después de andar largos y dolorosos caminos, aprendió que la sola genitalidad no alcanza para definir la manera en que una persona se siente. Su hijo, luego hija, atravesaba una experiencia de infancia transgénero. En 2013, y después de una gran lucha, Luana fue la primera niña en el mundo que logró que el Estado argentino le cambiara el DNI de acuerdo a su identidad autopercibida.
Gabriela Mansilla no eligió ser conocida pero las circunstancias y el deseo de ayudar a muchas otras familias, la fue empujando con el tiempo a ser una referente en el tema. Narró su historia en el libro Yo nena, yo princesa, traducido al italiano y próximamente al inglés y al francés. Después Mariposas Libres, donde cuenta cómo sigue ahora la vida de Luana. Desde 2017 coordina la Asociación Civil Infancias Libres y milita para promover la igualdad de derechos de niños, niñas y adolescentes trans. Hace unas semanas, Mansilla estuvo en Rosario para dar una charla en la facultad de Humanidades y Artes de la UNR y participar como entrevistada del largometraje documental El Laberinto de las Lunas, una producción de la realizadora Lucrecia Mastrangelo "que explora el universo de personas travestis". Durante su visita a la ciudad La Capital conversó con ella, sobre las dificultades que existen en las escuelas para abrazar a estas infancias y sobre los desafíos que aún quedan pendientes para construir una educación sexual integral (ESI) que incluya a los cuerpos diversos.
—¿Cómo advertís que el sistema educativo aborda la experiencia de las infancias trans en las distintas provincias? ¿Hay algún buen ejemplo a seguir?
—Que yo diga ¡uh que bueno!, no. Sí he viajado y me pasó, también en Buenos Aires, que me he maravillado con algún trabajo que hizo alguna profe de literatura o que trabaje la ESI y que haya agarrado mi libro para mostrárselo y leérselo en el aula a sus alumnos. Lo que causa que el docente trabaje el libro dentro de la escuela es impresionante. Yo llego a esas escuelas y me encuentro con que los alumnos hicieron láminas, afiches, dibujaron a Luana, secuencias del libro, hicieron trabajos prácticos. Escriben en el pizarrón qué le pasaba a Luana, eso los hace pensar mucho. También le mandan cartas a mi hija.
—¿Se las entregás a ella?
—Sí obvio y si me regalan flores llego, se las doy y le digo "te mandaron esto para vos, Lu". También le han fabricado muñecas de trapo con pene y testículos para que Luana se siga identificando. Pero eso ¿en cuántas escuelas? Te las puedo contar con los dedos de una mano, no más. Es la voluntad de ese docente que, seguramente tiene una cabeza muy abierta, trabaja la diversidad o la vive en carne propia, o quiere un mundo diferente, es militante o activista feminista, es decir, tiene que tener un montón de cualidades ese docente para que en lugar de trabajar tal libro que le impone la currícula, trabaje Yo nena, yo princesa, y que lo dejen al docente trabajar ese libro en la escuela. Una vez que los pibes y las pibas escuchan esa historia, no pueden parar de conmoverse, de abrazar, de entender. Una docente me dijo el otro día en Marcos Paz (Córdoba) algo increíble: "Terminamos de leer Yo nena, yo princesa en la secundaria y se acabó la discriminación, ya no hay gordo, ya no hay puto, ya no hay torta, no hay más nada". Yo no lo podía creer.
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Foto: Silvina Salinas / La Capital
—Desde Infancias Libres cuestionan que en los manuales escolares no haya láminas con cuerpos trans. ¿Cambió eso?
—Seguimos igual, porque estamos a merced de la buena voluntad de algún docente o algún directivo que lo incluya, en el caso de que haya un niño o una niña trans dentro de la escuela. Tienen que sentir que están obligados y presionados a hacerlo y aún así, no lo hacen. De todos los niños y niñas trans de Infancias Libres, yo creo que la escuela de Luana lo hace a veces, porque estoy yo ahí presionando. Es necesario que muestren la diversidad de los cuerpos. Estas corporalidades tienen que ser visibles para que estos niños y niñas sean visibles, sino les obligan a vivir una infancia cisgénero (N de la R. personas cuya identidad de género y género biológico coinciden) y si mi hija vive una infancia cisgénero, está viviendo una infancia que no le pertenece, está viviendo una vida ajena. No está nombrada. Por ejemplo, ella va al turno mañana y la docente del turno tarde había hecho láminas del aparato reproductor masculino y femenino. Inmediatamente hablé con la directora y bajaron esas láminas.
—¿Pero no se reemplazaron por otras?
—No. Se está trabajando, dicen, y el se está trabajando, es sacar las láminas pero no reponerlas. Lo que pasa es que se quejan los padres, se quejan las madres, te dicen por ejemplo que no es necesario decirle eso a los niños. Ya está, Luana está ahí, pero no hables de este tema. Seguimos con el no hables del tema.
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Foto: Silvina Salinas / La Capital
—La escritora Gabriela Larralde cuenta que, cuando era chica, sus papás estaban divorciados y los cuentos infantiles no narraban a ese tipo de familias. Ella sentía que su familia no existía
—Acá directamente es que no existís vos, no existe tu cuerpo. Es más, tu cuerpo lleva la etiqueta del "no es", "no te corresponde".
—¿Desde Infancias Libres presentaron algún proyecto para pedir que se modifique la ley ESI de manera tal que se incluya a esas infancias?
—El problema es a quién se lo presentamos, quién va a hacer fuerzas más que esas 60 familias. Nadie te quiere escuchar y aparte tenemos que ocuparnos de tantas cosas. Hoy la mayor urgencia es contener al niñe que llega. Hasta que contengo al niñe, abrazo a la familia, hablamos en la escuela y con la directora. Las urgencias nos sobrepasan. En cada jornada somos 120 personas, es muy difícil llegar a cubrir todos los agujeros. No se puede. Sí, lo estamos reclamando, los hacemos visible, lo decimos en cada lugar al que vamos. Pero no hay nada concreto y menos, en este contexto político.
—¿Sos pesimista en relación a cómo la sociedad mira el tema?
—Sí. Soy realista, más que pesimista y la realidad a mí me muestra que está todo mal. Hasta que no entendamos que los genitales no definen la identidad y que la gente realmente lo acepte y se lo crea, no vamos a tener más nada. Vivo una realidad de violencias continuas y diarias que me hace sentir que no hay salidas o que si va a haber una salida, no la va a disfrutar mi hija y me frustra mucho eso. Me entristece saber que esa lucha sólo puede ser para las futuras generaciones porque ¿y mi nena? ¿y mi hija? Por qué no lo puede vivir ahora. ¿Por qué tengo que dejar la vida por una causa? A lo mínimo que aspiro es a que Luana lo disfrute y después obviamente, que lo disfruten todos porque para eso es que hago todo lo que hago.