Intercambio
Cada vez que puede el director del Max Planck recuerda una anécdota que vincula a la creación de esa plataforma de comunicación de la ciencia. Era el año 2013 y tras una entrevista en un canal de televisión se cruzó con el entonces secretario de Transporte de la Nación y ex intendente de Granadero Baigorria, Alejandro Ramos. El funcionario le comentó que sentía que los científicos estaban alejados de la charla más cotidiana y el investigador le retrucó que los políticos ponían vueltas. El intercambio derivó en un trabajo común del que se beneficiaron cientos de estudiantes. Así arrancaron las charlas de difusión científica en acuerdo con el Conicet, la Universidad Nacional de Rosario (UNR) y el Centro de Estímulo al Desarrollo del Conocimiento, que hacía poco se había formalizado en Baigorria.
—¿Cuál fue el saldo de esas charlas iniciales?
—La charla con Ramos la armamos rápido, pero a la otra semana me subí a un autito y me fui a recorrer escuelas de Granadero Baigorria, Fray Luis Beltrán, San Lorenzo, Capitán Bermúdez... Después me empezaron a convocar. Era alucinante cada charla con 800, 900 pibes. O cuando también la hicimos en el teatro El Círculo (convocada por La Capital), donde pudieron asistir chicos y chicas de otras localidades. Había quienes tenían miedo a que los pibes "molestaran" pero fueron dos horas y media de escuchar en silencio y luego hacer preguntas. Allí también estuvieron Diego Golombek, Luis Cappozzo y Valeria Edelsztein. Este recorrido lo hice por todo el país, desde Ushuaia, Salta, Mendoza, Misiones y Corrientes... Lo primero que me quedó fueron las imágenes de los pibes diciéndome con una mirada o con un abrazo: "Ok lo que me diste me recontra interesó. ¿Cómo seguimos?" Y eso es lo que hoy me carcome. En la provincia de Santa Fe pudimos abrir el instituto para un montón de pibes, pero ¿cómo se hace para que el otro montón también llegue acá? Es una tarea mezclarnos con ellos, generar confianza y que, sin caer en la demagogia, nos vean como tipos normales, además de llegar con un mensaje claro de que para ser científico hay que poner mucho esfuerzo. Otro desafío es cuando el pibe te pregunta: "¿Qué es un científico? ¿Qué hace? ¿Para qué me sirve lo que hace un científico? ¿Cómo discuten y cómo muestran los resultados? ¿Dónde trabajan ustedes?" Esto nace de los pibes y a cada una de estas inquietudes les dimos respuestas.
—¿Cuál de esas preguntas es la que más repiten los estudiantes?
—¿Para qué me sirve lo que hacen? Y para respondérsela financiamos proyectos de educación científica. Cada año hacemos una convocatoria de proyectos de desarrollo tecnológico con función social que los pibes llevan adelante. Los invitamos a que vengan al instituto a trabajar un día, cada 15 días. Siempre son de escuelas secundarias y de distintas localidades. Cuando están a dos años de los proyectos los reunimos en un congreso de Manos a la ciencia y ahí muestran los resultados, con pósters, con ponencias. El público son ellos. Discuten lo que hace el estudiante de Coronda con el de Santa Fe y el de Buenos Aires. Son científicos en potencia. Nosotros no planteamos el conocimiento científico como algo alejado. Aquí los pibes vienen y meten mano en los mismos instrumentos que usamos nosotros. Es algo horizontal, que está armado así, no les hablamos desde un púlpito. Necesitamos que metan mano a la ciencia para que comprendan.
—Eso rompe con el mito de que "los estudiantes no se interesan" por estos temas.
—Eso es absolutamente falso. Hace poco cuando fui a dar una charla a Esperanza los profesores estaban preocupados por cómo iba a hacer con tantos estudiantes. Sin embargo, escucharon durante una hora y media, más un tanto de tiempo de preguntas. Lo mismo me pasó en Casilda. El próximo ministro o ministra de Educación de Santa Fe va a tener que atender a un lindo problema: las pibas y los pibes piden ciencia en las escuelas. Hay una avidez por la ciencia y a eso hay que darle respuesta.
—En el marco de esas propuestas, en septiembre 2019 se pone en marcha el XLab (laboratorio) para estudiantes
—Es un laboratorio emblemático que existe en Göttingen, donde van los estudiantes y están de una a tres semanas trabajando en distintas ramas de la ciencia. Aquí es una propuesta para escuelas secundarias y estudiantes de los tres primeros años de la universidad. Es una convocatoria abierta para todas las provincias, con prioridad para los colegios de Santa Fe. Ahora está llegando el equipamiento, los pibes van a poder venir al laboratorio y usar el mismo equipamiento que usamos nosotros. Van a hacer —entre otras experiencias— química, síntesis química; extracción de compuestos usando cromatógrafos; clonado de proteínas, purificación de proteínas; bioinformática donde van a poder ver las moléculas en aparatos de 3D que traigo de Alemania. El espacio lo hemos remodelado para eso. Hay muy pocos institutos en la Argentina que puedan tener espacios para este tipo de proyectos.
—¿Cómo impactan estas experiencias en las vocaciones científicas?
—El 80 por ciento de los estudiantes que llegaron al Max Planck no nos conocía. El 52 por ciento, que es un número muy fuerte, no solamente se anotó en una carrera universitaria, sino que lo hizo en carreras como bioquímicas, farmacia, medicina, biotecnología o química; que es lo que aquí les enseñamos: las ciencias biológicas, las ciencias exactas y naturales, y las neurociencias.
—¿Qué opinás de la desaparición del Ministerio de Ciencia y Tecnología de la Nación?
—En la Argentina el 98,5 por ciento de los científicos somos profesores de la universidad pública o investigadores del Conicet. Es decir, el conocimiento en la Argentina lo genera el Estado. Si el Estado no financia la educación y la ciencia no hay conocimiento. Y lo que diferencia a un país rico de uno pobre es la cantidad y calidad de conocimiento generado. Sin conocimiento no hay futuro y sin ciencia no hay desarrollo. El que determinaba las políticas de desarrollo científico era el Ministerio de Ciencia y Tecnología de la Nación, si se lo reduce a una Secretaría está clara cuál es la intención. También es importante decir que no se generaron junto con la creación de este Ministerio instancias de reflexión en un contexto territorial, donde se concientice sobre su importancia. No se comunicó la ciencia a la comunidad. No se amplió la cultura científica de la gente. Entonces no se puede defender lo que se ignora. No alcanza con decir que la creación de este Ministerio fue la medida más importante de los últimos años. Hay que decirlo con todas las letras: crear este Ministerio fue la decisión de un gobierno que desde la plenitud de lo político decidió poner a la ciencia y la tecnología en el centro de la escena nacional y al servicio del desarrollo.
>> El reto de formar científicos con compromiso social
Al director Claudio Fernández lo enorgullece que las y los estudiantes que pasaron por alguna actividad impulsada por el Instituto Max Planck —que dirige en Rosario— lo reconozcan públicamente como alguien que los acercó a la ciencia. Tiene una anécdota cercana que elige compartir: "Una piba de Esperanza me paró por la calle y me preguntó: «¿Vos no sos Claudio del Max Planck? Bueno, mirá estoy estudiando ciencia a partir de una charla tuya a la que fui. Para mí vos sos un obrero de la ciencia». Y la verdad es que es una definición magnífica porque yo me siento eso".
Claudio Fernández nació en una humilde familia de Villa Soldatti (provincia de Buenos Aires), su papá era fletero y su mamá una ama de casa empecinada en proveer otro futuro a sus hijos. A tal punto que quien es hoy un científico reconocido en el mundo por sus investigaciones y aportes sobre las enfermedades degenerativas, asegura que fue su madre quien le transmitió esa avidez por la ciencia: "Cuando nací me dieron una pelota de fútbol y me dijeron «Flaco vos naciste acá, arréglate con el fútbol». Tuve la suerte de contar con una familia particular, sobre todo mi mamá que pensaba que había que hacer una carrera universitaria. A ella le quitaron esa posibilidad".
A los 18 se anotó en bioquímicas y farmacia, dos carreras que cursó y aprobó en los años que marcan los planes de estudio. "Me iba de mi casa a las ocho de la mañana y regresaba a las once de la noche. Compartía la misma habitación con mis tres hermanos, quienes se acostumbraron a dormir esos seis años con la luz prendida, porque a eso de las cuatro de la mañana me despertaba a estudiar. Nunca me dijeron nada. Cuando me iba a la facultad mi vieja me daba la vianda que era agua mineral y un sandwich de salame o mortadela. En esos seis años siempre fue así porque la carrera había que terminarla en ese tiempo, porque la energía está ahí. A los 30 podés rendir un parcial pero la energía no es la misma. Además hay que tener conciencia de que a la educación pública la pagamos entre todos. Podés hacer una carrera en 15 años, pero no sé si eso está bien. La filosofía de trabajo que me quedó es que hubo un equipo para que yo llegara: el de mis hermanos, la sensibilidad de mi familia".
Motor de trabajo
Su historia de vida la tiene siempre presente, es un motor para aportar a la formación de "científicos con compromiso social". "No formo parte de ninguna elite científica y si así fuera me quedaría trabajando en Alemania. Mi interés está en transformar y provocar una revolución educativa desde la ciencia", dice y considera que para convertir estas iniciativas en políticas de Estado hay que articular con quienes ejercen el poder político, quienes toman las decisiones de gobierno.
Para el investigador, no es posible plantear el conocimiento científico como algo alejado de las personas. Recuerda que cuando comenzaron a llevar a las y los estudiantes al instituto a su cargo, muchos les decían que "eso era imposible", que considerara "el seguro que hay que pagar" (que en realidad es un costo ínfimo, afirma). "No nos podemos encerrar en los laboratorios y no abrirnos a la comunidad", enfatiza.
"Nosotros en el Max Planck Rosario no podemos concebir la ciencia sin las historias humanas que hay detrás. A veces los médicos se enojan conmigo porque recibo aquí a los pacientes con Parkinson; y lo hago porque cuando me preguntan por qué los quiero curar te das cuenta que no es una proteína en un tubo de ensayo para lo que estás trabajando, no es la ciencia por la ciencia misma, sino que nosotros laburamos para que impacte en la humanidad. Cuando ese paciente viene me retroalimento, redoblo los esfuerzos y muchas veces a partir de una charla hasta cambio el rumbo de una investigación".
Fernández se hizo cargo en 2014 del Instituto Max Planck, el Laboratorio de Biología Estructural, Química y Biofísica Molecular de Rosario. Desde entonces desarrolla proyectos de divulgación científica para que —como sostiene— nadie quede afuera del conocimiento.
Esa movida didáctica de ciencia y educación es mirada con buenos ojos en otros países, desde donde también lo invitan para que cuente cómo es eso de la educación científica. Entre otros lugares, ya visitó Chile, México y Brasil. Y agrega que hay interés institucional por lo que hacen desde el Max Planck, en referencia a los Ministerios de Educación de Santa Fe y de la Nación.
>> Apoyo a la universidad pública
Desde 2014, la Argentina cuenta con el primer doctorado binacional en biociencias moleculares y biomedicina. Es un programa desarrollado entre la Universidad Nacional de Rosario (UNR) y la Universidad de Göttingen (Alemania). La oportunidad la tienen las y los estudiantes para transitar esta carrera en ambas universidades.
Además de este mérito de contar con el primer doctorado binacional en esta disciplina, el director del Max Planck, Claudio Fernández, destaca el compromiso de esta universidad pública en la difusión de la ciencia. "Toda esta transformación que se hizo desde Rosario para la provincia y el país —hablamos de la primera plataforma de comunicación pública de la ciencia— fue porque hubo una comunidad científica y académica que con su contribución permitió que se abriera un camino. En esto el rol de la UNR ha sido claro. El apoyo tanto en la gestión de Darío Maiorana como del actual rector Héctor Floriani han sido clave. Aquí hay inversión de la universidad pública. Es un proyecto genuino que se desarrolla a partir de esta universidad, en el que se están alimentando y definiendo las vocaciones de miles de jóvenes de todo el país".
Distinción del Senado
El viernes 7 de diciembre pasado, Claudio Fernández recibió la Mención de Honor al Valor Científico 2018 que otorga el Senado de la Nación, a través de su Comisión de Ciencia y Tecnología. La distinción fue a propuesta del senador Omar Perotti. Entre los argumentos, se señala que fue "en reconocimiento a su destacado desempeño en la promoción de la ciencia, la federalización de las actividades científicas y el desarrollo estratégico de las regiones". También por su activo trabajo en la gestión y articulación de proyectos interinstitucionales y la promoción de la cultura científica en diferentes ámbitos, con el objetivo de fortalecer el sistema científico y tecnológico del país.
Trayectoria
Fernández llegó a Rosario en 2006 "luego de una estadía en el Instituto Max Planck de Biofísica y Química, gracias a la adquisición del primer espectrómetro de Resonancia Magnética Nuclear (RMN) de alto campo (600 MHz) por parte del sistema nacional de ciencia y técnica", se lee en el sitio del iidefar-conicet.gob.ar Luego de su reinstalación en el país "forma el Laboratorio de Biología Estructural y Molecular de Enfermedades Neurodegenerativas".
El trabajo articulado con investigadores de reconocida experiencia derivó en "la creación, en primer lugar, del Laboratorio Max Planck de Biología Estructural, Química y Biofísica Molecular de Rosario (MPLbioR) y, posteriormente, del Instituto de Investigaciones para el Descubrimiento de Fármacos de Rosario (IIDEFAR), dependiente del Conicet y la Universidad Nacional de Rosario".