"Los pueblos tienen que poder beneficiarse del trabajo que las universidades llevan adelante en materia de investigación". La afirmación corresponde al politólogo Eduardo Rinesi, quien la semana que viene dará una charla en la Facultad de Humanidades de la UNR. En línea con a los postulados de la Conferencia Regional de Educación Superior (Cres) de 2008, Rinesi propone pensar a la universidad no como un gasto sino como un derecho humano universal y un bien público. Y por ello alerta que las facultades deben ser autónomas no solamente del Estado, "sino de los grandes grupos económicos y corporativos".
El año que viene no sólo se cumplen cien años de la Reforma Universitaria del 18, sino también una década de la declaración final de la Conferencia Regional de Educación Superior (Cres), realizada en Cartagena de Indias (Colombia) y organizada por el Instituto Internacional de la Unesco para la Educación Superior en América Latina y el Caribe (Iesalc). Los postulados plasmados allí se posicionaron distantes de los pedidos de la Organización Mundial del Comercio (OMC), que instaba a que la universidad sea un bien comercial y transable.
"Creo que el principal desafío de la universidad argentina, en el actual contexto nacional y regional, es seguir funcionando y funcionar cada vez mejor, de manera de estar a la altura de lo que postula ese documento de 2008", sostiene el politólogo y docente rosarino.
—¿Por qué es tan importante ese documento final?
—Esa declaración postula que la universidad debe ser pensada como un bien público y social. Un derecho humano universal y una responsabilidad de los Estados. Eso es muy novedoso y revolucionario. Es muy relevante que a la universidad, que tradicionalmente se pensó a sí misma y siempre fue pensada como una máquina de formar élites, la podamos pensar como un derecho universal.
—¿Ese derecho a la universidad es individual o también es colectivo?
—Hay que pensarla como un derecho de los individuos y como un derecho de los pueblos. Me parece importante subrayar que la universidad es un derecho individual de los ciudadanos, que tienen no sólo que poder ingresar, sino también permanecer, avanzar, aprender y recibirse en plazos razonables. Y hacer todo eso en los más altos estándares de calidad, sea como sea que la bendita calidad se mida, ese es otro problema técnico, no poco interesante, pero que no es el que importa acá. Todo eso es lo que uno podría llamar el derecho individual y ciudadano a la universidad. Pero junto a esto, la universidad debe ser pensada como un derecho colectivo de los pueblos. Y esto quiere decir que los pueblos tienen que tener la posibilidad que las universidades provean los profesionales, técnicos, científicos, académicos o profesores necesarios para su desarrollo. Que los pueblos tienen que poder beneficiarse del trabajo que las universidades llevan adelante en materia de investigación. En las universidades se investiga y se conocen cosas muy importantes y relevantes para las naciones y sus sistemas productivos. Y no es posible que las universidades no se empeñen esforzadamente en aprender a hablar los lenguajes de las grandes conversaciones colectivas a los que esos conocimientos tienen que llegar.
—¿Cómo pensás ese vínculo con la sociedad?
—Lo que dije se refiere un poco a la vieja función de formación e investigación en nuestras universidades. Una idea que instaló la Reforma Universitaria del 18 con mucha fuerza es que las universidades también hacen extensión. Es decir, un vínculo con las organizaciones, con el pueblo y las comunidades que están fuera de los muros de la universidad. Ahí hay una tradición importante en la Argentina que hay que sostenerla, afirmarla y también actualizarla. Hoy no se puede pensar simplemente a la universidad saliendo amable y filantrópicamente de sí misma al encuentro de las reales o presuntas necesidades de la gente. Es necesario también pensar cómo generamos mecanismos de "intensión universitaria", como llama Diego Tatián, un amigo que hasta hace poco fue decano de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC). Plantea un juego de palabras y cambia extensión por intensión con S; es decir, meter dentro de la universidad las tensiones, preocupaciones, anhelos, conflictos, intereses de ese pueblo que está allá afuera y que tienen que tener una voz también dentro de la universidad. Por eso es importante seguir los interesantes ejercicios que se están haciendo, por ejemplo, en materia de conformación de consejos sociales en el interior de las universidades. El pueblo tiene que poder decir también con relación con la universidad qué espera de ella, qué líneas de investigación, qué formaciones.
—A casi 100 años de la Reforma ¿Qué significa ser reformista hoy?
—No es fácil decir qué quiere decir hoy ser reformista. Pero me gustaría insistir en la importancia de dos valores que la Reforma acuñó y que puso en el centro de los debates sobre los modos de pensar la universidad. Uno es el valor de la democracia: los reformistas de 1918 insistieron mucho en la necesidad de democratizar la universidad, pensaron en ese proceso de democratización hacia adentro de la misma academia. Un camino de mejoramiento, ampliación de voces en los órganos de gobierno de las universidades. Hoy hay que recoger ese legado y sin dudas profundizarlo. Una universidad democrática hoy debe incorporar otras voces como las de las organizaciones sociales, políticas, culturales, religiosas, deportivas, de los territorios donde están emplazadas y desarrollan su tarea. Es necesario democratizar en un sentido mucho más profundo a las universidades. Y uno de los modos de democratizar ese sentido profundo es ponerlas al servicio de la idea de que son garantes de un derecho individual y colectivo los pueblos a usufructuar la existencia y el trabajo de esas universidades.
—¿Y el otro valor a rescatar?
—El otro es el valor de la autonomía. Ese es un importante valor de la tradición reformista y también hay que perseverar e insistir en él. Hay que sostenerlo, al mismo tiempo que profundizarlo y actualizarlo. Hace algún tiempo estaba más o menos claro que la autonomía universitaria era en primer lugar frente al potencial heteronomizante del Estado, que con mucha frecuencia intervino y de maneras a veces muy violentas sobre las universidades, sus orientaciones y planes de estudio. Y me parece que hoy hay que pensar que las universidades deben ser autónomas no solamente del Estado, sino de los grandes grupos económicos, corporativos y de los distintos factores externos e internos a la vida de las propias universidades, que pueden ser factores de heternonomización de nuestros modos de pensar, trabajar y escribir en la universidad. Sostener estos dos valores, la democracia en un sentido más profundo y amplio que en el 18 y el valor de la autonomía, también en un sentido más generoso que la entendida apenas como limitación de los poderes estatales, son los modos en los que hoy deberíamos insistir en ser reformistas.
Reforma en tiempos de neoliberalismo
El próximo martes 21 de noviembre, el politólogo rosarino Eduardo Rinesi disertará en la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional de Rosario (UNR) en la charla: "Democrática o elitista: los legados de la reforma en tiempos neoliberales". La actividad es las 18.30 en el aula 3C de la Facultad de Humanidades, Entre Ríos 758. La entrada es libre y gratuita. Rinesi fue rector de la Universidad Nacional de General Sarmiento (UNGS), es profesor en la UBA y UNGS y autor del libro "Filosofía (y) política de la Universidad". El encuentro es organizado por la Agrupación de Docentes Universitarios "Nicolas Casullo" y por el Centro de Estudios Nicolas Casullo.