El niño dice algo que entendemos muy bien cuando estamos haciendo otras actividades: estudiar, comer, trabajar, comer... Pero ¿por qué no existe ese mismo tope para dormir? Aunque el niño se haya acostado tarde, aunque no haya dormido bien, tiene que levantarse de forma inexorable. Es la hora de ir al colegio. Pero ¿y si no ha terminado de dormir?
Me imagino a los niños y a las niñas, en pleno invierno, cuando una voz enérgica y a la vez cariñosa les susurra al oído:
—Cariño, arriba, es la hora.
—¿Cómo la hora? No he terminado de dormir.
¡Cuántas historias podrían contar los padres y las madres si compartiesen lo que han tenido que vivir muchos días para lograr que sus vástagos se pongan de pie! Súplicas, argucias, promesas, amenazas, castigos, premios, trucos, bromas, recompensas...
El acto de levantarse pronto y bien tiene conexión con dos fenómenos: uno relacionado con la hora de acostarse. Algunos niños ofrecen mucha resistencia para ir a la misma cama de la que se niegan a salir por la mañana: quieren agua, luego desean ir al baño, después tratan de despedirse otra vez, luego dicen que tienen frío o calor, ahora reclaman un peluche... El otro se relaciona con el interés que suscita en ellos la actividad que van a realizar en el colegio. Si se aburre, si es comparado peyorativamente, si no es aceptado ni querido, si lo que estudia no le interesa, es lógico que no quiera levantarse.
—¿Estás dormido?, pregunta la mamá en un susurro desde la puerta de la habitación de su hijo.
—Depende de para qué, contesta entre dientes el interpelado.
Para hacer algo atractivo, interesante y divertido, estoy despierto. Para hacer algo ingrato y desagradable prefiero seguir durmiendo.
Conseguir que vaya pronto a la cama, tratar de que se desconecte a tiempo de sus absorbentes aparatos, leerle (o que lea) algo de interés, contarle alguna historia, despedirse con ternura, establecer rutinas razonables, disponer de un lugar acogedor... facilitará un descanso prolongado y profundo. Es una de las claves de la estabilidad emocional. Y del éxito educativo. Se olvida muchas veces.
Una vida equilibrada, amorosa y segura, facilitará un descanso pleno. Para que se produzca, el niño debe dormir el número de horas necesario. Hoy mismo, la enfermera del colegio de mi hija Carla nos ha mandado a las familias un tabla con las horas de sueño deseables para las diferentes edades: 1 a 2 años =11-14 horas; 3 a 5 años =10-13 horas; 6 a 13 =10-11 horas; 14 a 17 años = 9-11 horas. Es prudente plantear un arco flexible de dos horas porque cada niño, cada familia, cada historia es diferente.
No se suele hablar de esta cuestión tan importante. Se habla de capacidades, de expectativas, de motivos, de nivel social, de ayuda familiar, de métodos, de condiciones, de curriculum, de ratios... Pero si no se ha dormido lo suficiente, poco se podrá de hacer.
(Perdóneseme este paréntesis. Hablo también del sueño de los docentes. Por dos motivos. Uno es el ejemplo que se ha de dar a los alumnos para ser coherentes y eficaces y otro es la exigencia de un descanso reparador que facilite una enseñanza motivadora. El malhumor, el embotamiento, la falta de chispa, la pereza intelectual echan sus raíces en un descanso corto y pobre).
En uno de mis viajes a Londres, vi sobre las camas de la habitación del hotel, un pequeño cartel, que decía: "Si no duerme usted bien, no le eche la culpa a nuestras camas, analice su conciencia". Una singular forma de hacer publicidad sobre los colchones, las camas y las condiciones acústicas del hotel. Después de la advertencia, imagino que nadie se atreverá a decir que no ha pegado ojo en toda la noche.
Decía más arriba que un factor determinante del acto de levantarse es la riqueza de la actividad escolar. Alguna vez he reproducido la dedicatoria que le hice a mi hija Carla en el libro "La casa de los mil espejos y otros relatos para la educación inicial": "Para mi hija Carla que, yendo un día al colegio y lamentándome yo que íbamos a llegar tarde, me quiso tranquilizar diciendo: «Papá, no te preocupes por llegar tarde, porque vamos al cole. Lo malo de llegar tarde es que fuéramos a un cumple y me perdería el mago, la tarta y la piñata»".
Lo tenía claro: ausentarse del cole no supone sufrir pérdidas importantes. Pero llegar tarde al cumpleaños de una amiga es un problema que no tiene una solución fácil. No ir al cumple significa perderse cosas emocionantes.
El tiempo que se dedica al descanso no es tiempo perdido; es la forma mejor de ganar el tiempo de vigilia. Para estar bien despierto hay que haber dormido bien.
El escritor Miguel de Unamuno dormía diez horas cada noche. Sus días se limitaban a apenas trece o catorce horas que repartía entre trabajo, creación, ocio y vida cotidiana. En cierta ocasión, un periodista bisoño, y por ello audaz, quiso aprovechar la debilidad del célebre pensador para clavarle una banderilla y ganarse el aplauso del publico. Enmascarado tras una sonrisa astuta, interpeló al filósofo:
—Maestro, ¿cómo es posible que una persona de su inteligencia duerma tanto? Se rumorea que hasta diez u once horas al día. Y de un tirón.
Unamuno, sin dilación alguna, respondió con ironía y perspicacia:
—Joven, es que cuando estoy despierto, estoy mucho más despierto que usted.
El niño tiene que dormir mucho y bien para estar muy despierto. Sin haber dormido no puede realizar un buen trabajo ni estar de buen ánimo. Dormir bien es una exigencia didáctica ineludible. Para el aprendizaje en la escuela y para el aprendizaje y en la vida. Los niños y las niñas tienen que ir a la escuela cuando hayan terminado de dormir.
Del blog El Adarve