“Si queremos que florezcan mil flores y generen mil ideas, debemos ir a las fuentes, allí donde todavía hoy (y quizás por siempre) se alimenten los deseos, la curiosidad y la imaginación: debemos entrar en las escuelas”, dice Diego Golombek en La ciencia de las (buenas) ideas, su último libro editado por Siglo XXI, publicado dentro de la serie “Ciencia que ladra”, que dirige este docente y doctor en ciencias biológicas.
En el libro, Golombek se pregunta cómo nace la creatividad, advierte que los momentos de inspiración surgen en realidad como fruto de mucha obsesión y trabajo, aunque también dice que son claves los momentos de ocio. El libro se presenta este sábado 10 de junio a las 11 en la librería Homo Sapiens (Sarmiento 829). Este viernes a las 17 estará en la Facultad de Humanidades (Corrientes 745), donde participará de un panel sobre "Tiempo y temporalidades en las Humanidades y en las Ciencias", en el marco del "II Congreso Internacional Las Humanidades por venir. Diálogos / Resistencias / Praxis".
—Pensando en la escuela, ¿qué conductas llevan a tener buenas ideas?
—Si tuviéramos que pensar una receta para las ideas es bastante sencilla, porque es trabajo, trabajo, trabajo y disrupción. O sea, estar obsesionado o entusiasmado con un tema, pero en algún momento darte el permiso de poder mirarlo desde otro lado: salir a pasear, dar una vuelta con los amigos, bañarte, dormir. En ese momento tal vez se te produzcan asociaciones entre los conceptos que obtuviste cuando te obsesionabas por el tema y generes una idea nueva. Hay muchas formas de pensarlo, el asunto es cómo llevar eso a la educación. Si pensáramos en niveles educativos, el nivel inicial posiblemente es el más científico y creativo de todos. Cuando una maestra se tira en el piso a entender el mundo con sus alumnos a través de los sentidos o haciendo experimentos para ver “qué pasa si” está haciendo ciencia, está dejando fluir ese pensamiento creativo que muchas veces después se encorseta un poco en la educación formal, por falta de tiempo, por programas kilométricos o por otras prioridades. En la primaria casi no hay ciencias naturales ni formas de experimentar con el mundo, porque el imaginario es aprender a leer, escribir, sumar y restar. Después en la secundaria todo el mundo pasa a ser compartimentalizado: ahora es “la hora de esto, la hora de esto otro”, y es muy difícil tender estos puentes y, después de mucho trabajo, darse el permiso para la disrupción. Eso queda un poco impreso en los pibes y llegamos a adultos y adultas que se cohíben o se censuran a la hora de pensar de manera divergente. Hay mucho por hacer en el terreno educativo para fomentar la creatividad.
"Cuando una maestra de jardín se tira en el piso a entender el mundo con sus alumnos a través de los sentidos está haciendo ciencia"
—En el libro también mencionás la palabra “desaprender”.
—Sí, es un concepto antiguo, pero que ahora se está considerando nuevamente sobre todo en la psicología organizacional, en el sentido de que para aprender cosas nuevas a veces hay que desaprender las viejas. No olvidarlas, sino darte el permiso de aprender de una manera diferente. Hay muchos ejemplos en el deporte, en las empresas y la ciencia donde se tuvo que dejar de lado una forma de ver el mundo activamente —porque el olvido a veces no es activo, pero el desaprendizaje sí— para lograrlo. Por ejemplo, Hannah Arendt cuando escribe sobre la banalidad del mal tuvo que desaprender el concepto de que todo lo que hacemos está bien o mal, porque acá es un mal banal, un mal de oficinistas. O Serena Williams, que después de un accidente tuvo que desaprender ciertos tics que tenía su juego, que ella ni siquiera los había visto, entenderlos y desaprenderlos para lograr aprender cosas nuevas. Esto es fundamental, pero está lejos de lo que es un fenómeno no solo de aprendizaje sino corporativo: en las empresas hay cosas que se hacen de una forma porque siempre se hicieron así. Bueno, a veces activamente hay que desaprender ese “siempre lo hicimos así” para llegar a algo nuevo.
—Al hacer foco en el trabajo para el surgimiento de buenas ideas se pone en entredicho la famosa “inspiración”, o “el momento ¡eureka!”.
—La inspiración no existe, está absolutamente sobrevalorada. No existen las musas que te soplan algo en el oído. De hecho en los casos en los cuales aparece esa inspiración repentina —y hay varios ejemplos de la historia de la ciencia— te das cuenta de que es el resultado de mucho trabajo y obsesión previa, como pasó con el descubrimiento de la fórmula del benceno, la tabla periódica de los elementos o algunas cosas de Edison. Laburan, laburan, laburan y por ahí se van a dormir, se emborrachan, se van a correr, y en ese momento aparece la supuesta inspiración, que no es más que la realización de toda obsesión previa que vienen trabajando, en algunos casos, durante años.
—Ahí hay un paralelo entre el momento de creación entre los artistas y los científicos.
—Absolutamente, porque hay mucho en común entre el arte y la ciencia. Son dos fenómenos metódicos que tienen el mismo objetivo, que es el de entender el mundo o la naturaleza. Robarle secretos a la naturaleza a través del arte o la ciencia. Además son fenómenos de mucha prueba, error y corrección. Si ves los manuscritos de Borges son corrección sobre corrección sobre corrección. Lo mismo sucede con un experimento científico, donde corregimos una y otra vez.
—Cuando hablabas de la disrupción mencionaste el tiempo de ocio. ¿Es clave para la creación?
—Al ocio lo defiendo a rajatabla. No existe un momento en el cual se apague el cerebro. Cuando te parece que no está haciendo nada se activan áreas de asociación que te permiten combinar ideas previas. El ocio, ese supuesto no estar obsesionado con un problema, te permite que el cerebro entre en un vagabundeo mental que puede generar nuevas ideas. Eso tiene consecuencias prácticas: te subís al bondi y lo primero que hacés es prender el celular, porque no te querés perder de nada. ¿Pero qué pasa si en esos 20 minutos no lo prendés y mirás por la ventana o a la otra gente? Te diría que es muy probable que cuando te bajes en tu parada se te haya ocurrido una idea nueva.
—Y un buen sueño, como siempre decís.
—Eso por supuesto y por muchos motivos. Uno de los motivos es que durante el sueño se consolidan las memorias, el aprendizaje y se producen estos fenómenos de asociación. También se levantan las puertas de la censura que ejercen nuestros cerebros. La censura no es solamente ajena, la ejercemos nosotros mismos al elegir qué camino seguir en función de qué va a pasar, qué pasó antes o que van a decir otros. Bueno, en el sueño esas puertas están mucho más permeables y se producen asociaciones. Además hay dos momentos de “duermevela”, de una conciencia diferente, que es cuando te estás por dormir y cuando te acabas de despertar. En esos momentos tenés esa censura levantada y la actividad del lóbulo frontal —que es un poco el guardián del cerebro— es menor. Pero a diferencia del sueño tiene cierta conciencia y es posible que se generen ideas en ese momento donde estás peleándote o amigándote con la almohada. El problema es que muchas veces esas ideas maravillosas e innovadoras son muy efímeras, te las olvidás al toque. Entonces hay que anotarlas para pensarlas un poco mejor.
—El tema también es que en ambos momentos de “duermevela” lo primero que hacemos es agarrar el celular.
—Ese es un gran enemigo de las ideas, en el sentido de que interfiere con ese vagabundeo mental, por ejemplo, al despertarte.
—Si bien aun está en etapa embrionaria, ¿crees que la inteligencia artificial jaquea la creatividad?
—No soy experto en el tema pero soy patológicamente optimista, aunque escucho que los que saben no son tan optimistas y piden mucho más recaudo, control y regulación. ¿Por qué digo que soy optimista? Porque todavía lo veo como una maravillosa herramienta de complementación de nuestras ideas. De hecho, hay una gran discusión sobre el uso de estos sistemas de inteligencia artificial en el aula y hay gente que está desesperada. ¿Ahora vamos a mandar a los alumnos a hacer tareas y las van a hacer una máquina? Bueno, primero que si uno no puede diferenciar si lo hizo una máquina o un humano quiere decir que lo del humano no había sido tan creativo como pensábamos. Y lo segundo, la verdad que puede ser una gran ayuda si los alumnos utilizan esto pero después tienen que ir al aula y criticarlo, defenderlo o despedazarlo. Ahí puede ser una gran herramienta, pero si en cambio la ponemos en el banquillo de los acusados y decimos “no, con esto no se juega”, nos estamos perdiendo de una herramienta que potencialmente puede ser muy interesante para las tareas científicas o educativas.