Ser demasiados permisivos o demasiados estrictos. Con frecuencia los padres y las madres dudan, manifiestan dificultades y se cuestionan algunas decisiones que asumen en la crianza y educación de sus hijos e hijas. Aunque existan distintas voces y opiniones al respecto, siempre aparece la necesidad de poner límites en las distintas etapas de crecimiento. En esto coinciden la psicóloga Mariana Prelas y la licenciada en psicopedagogía María Verónica del Pazo, quienes expresaron su percepción en la relación que se cultiva dentro del hogar, la actitud de los adultos y la conducta que manifiestan los niños con sus pares y en la escuela.
"Tanto mamás como papás a menudo se cuestionan si son demasiado permisivos o demasiado rígidos, muchos manifiestan dificultades a la hora de poner límites. No es raro encontrar adultos a quienes les cuesta decir que «No» o escuchar que son los niños quienes establecen las reglas de la casa", señala Prelas y remarca que al establecer normas logran seguridad y mayor autonomía. "Durante la infancia, los límites acompañan la socialización, colaboran en la integración, el respeto hacia los demás y con la prevención de agresiones verbales y físicas. Los límites no indican castigo, son en cambio una demostración de afecto, es una forma de reconocer sus derechos y hacerles conocer qué esperan los mayores de ellos. Este es un proceso que lleva tiempo, perseverancia y coherencia. Establecer un límite es enseñar que no todo es posible, y ayuda en los primeros años de vida a desarrollar la capacidad de espera y de entender que no todo puede ser satisfecho inmediatamente".
Padres seguros y responsables
Por su parte Del Pazo manifiesta que es necesario tomar conciencia que la crianza es una tarea seria que exige reflexionar, demanda tiempo, dedicación y madurez de los educadores; y compara la relación que a veces mantienen hoy los miembros de las familias con la del zapping televisivo: "Entran y salen de una hacia otra actividad con gran rapidez, sin saber conscientemente en qué invirtieron ese tiempo. Sugiero que nos detengamos a pensar en esto, necesitamos mirarnos, hablarnos, escucharnos, aconsejarnos y acompañarnos en esta aventura de la vida", refuerza la especialista. También admite que hoy el mayor desafío es ayudar a que padres, madres e hijos se adapten positivamente al contexto actual — atravesado por nuevas dinámicas familiares, la tecnología y el acceso a la información entre otros— y no desintegrar ese vínculo tan valioso y único que se establece dentro del seno de la familia.
"Cuando los hijos ven adultos maduros, consistentes y coherentes entre lo que dicen y lo que hacen, personas en general felices con su vida, sus relaciones y el trabajo, se sienten queridos y aceptados. Pero si pierden el referente del adulto tienden a sentirse solos, enojados, poco valiosos, es posible que recurran a la violencia, al desacato de la autoridad, y al descuido de su propia vida. Respetarse y respetar a los demás es algo necesario en nuestra sociedad, nuestras aulas y hogares", continúa Del Pazo.
Por qué cuesta decir que No
Las profesionales explican cómo perciben hoy el vínculo familiar y coinciden en afirmar que la dificultad se presenta a la hora de poner pautas claras y educar con responsabilidad. "Antes el límite era más rígido y estricto, hoy ningún límite bien puesto va de la mano de un castigo. Están quienes se preocupan y acompañan a sus hijos en el crecimiento y otros que piensan que los chicos se tienen que hacer solos. Algunas veces se les da una autonomía a una edad en la que todavía no están preparados y otras se les niega, quizás por problemas de inseguridad, en una etapa como la adolescencia que sí la requieren", remarca Prelas.
Del Pazo enumera algunas de las situaciones que atraviesan los adultos cuando pierden su rol como referentes. "Muchos actúan como si fueran adolescentes o niños, comportándose del mismo modo que sus hijos. Otros mantienen una relación distante, por falta de tiempo debido al trabajo o a otras actividades que priorizan por encima de la crianza. También están aquellos papás y mamás que tienen una actitud autoritaria, poco afectiva, que no respetan las necesidades reales de los chicos. Estas actitudes extremas se generan a veces por inmadurez, por miedo a repetir sus historias, porque no toleran que sus hijos se enojen con ellos, o por sentirse culpables por no dedicarse más tiempo a ellos".
Dudas y temores
"Nadie duda en decirle que No a un niño, si vemos que quiere poner los dedos en el enchufe, o pegarle al hermanito o amigo, es decir en una situación extrema cuando la integridad del niño está en juego", admite Prelas. Sin embargo, en otras donde no existen riesgos, los adultos a veces lo dejan pasar, adoptan una actitud de acuerdo a su estado emocional de ese día, que confunde más a los chicos: "«Hoy le digo que No pero la semana que viene se lo permito», tampoco se puede poner un límite cuando estamos enojados o nerviosos o si lo está el niño porque no entenderá lo que le estamos diciendo", sostiene Prelas acerca del límite que es educativo, formador y se consolida en el tiempo.
El que no tuvo límites en la niñez difícilmente entienda y los acepte durante la adolescencia. "Con frecuencia escuchamos que cuestionan por qué ahora le dicen que No cuando siempre lo dejaron hacer lo que quería. También hay que ser flexibles y empatizar con el niño, es decir entender lo que le está pasando, preguntarle cómo se siente y validar sus emociones. No podemos decirle que no puede estar triste o enojado, primero hay que definir el problema, aquello que le pasa o preocupa y en forma conjunta buscar las alternativas para solucionarlo".