La elección de la señora presidente en la provincia demostró, entre otras cosas, la versatilidad de los ciudadanos. En Santa Fe, por lo menos, está ampliamente demostrado que el votante se puede adaptar al sistema que le tiren por la cabeza. También es claro que a Cristina la votaron muchos no peronistas. Un dato muy claro es que el cristinismo ganó en la provincia de Santa Fe. Pero aquí sobrepasó las estimaciones previas. Sobre todo sorprendieron los resultados de las mesas de los barrios más humildes de Rosario. Por ende, su lista de diputados encabezada por Omar Perotti tuvo una performance similar teniendo en cuenta que no se registró demasiado corte de boletas. Por su parte, Binner sorprendió con su proyección en Capital Federal y algunas localidades de la provincia de Buenos Aires, adonde el socialista dirigió su campaña en las últimas semanas. Contrariamente a todos los negros vaticinios que se hicieron contra las primarias abiertas, simultáneas y obligatorias la concurrencia a las urnas fue masiva en todo el país y en Santa Fe estuvieron cerca del 70 por ciento. La falta de competencia entre candidatos presidenciales de una misma fuerza tentó a los analistas a decir que había que suspender el comicio, que era nada más que una encuesta nacional, que lo que aquí vale es octubre. Las elecciones siempre sirven y nunca son una encuesta. ¿Cómo comparar un sondeo de mil o dos mil personas con una demostración efectiva de millones de argentinos concurriendo a las urnas? Estas elecciones sirven para mensurar, entre otras cosas, que hay una oposición que queda muy lejos del cristinismo. Y que dentro de esa sumatoria hay un precandidato peronista que se lleva la mejor porción. Por eso la alianza de Alfonsín y De Narváez resultó lapidaria para describir este espiral de vedetismo y personalismo que llevan a los dirigentes a posiciones mucho más allá de sus propias convicciones. Las derrotas siempre son duras lecciones. Y esas lecciones sirven para aprender cosas.