Fueron diez minutos de aplausos por parte de un público que, se sabe, cuando está satisfecho suele expresar su entusiasmo ruidosa y alegremente. En realidad, el concierto que presentó anteanoche la Orquesta Sinfónica Provincial de Rosario como cierre de su ciclo internacional fue una noche en estado de gracia.
Lo cierto es que la batuta del maestro David del Pino Klinge llevó a la orquesta a una nueva faceta de crecimiento, logrando precisión, equilibrio y una variada paleta de sonidos, y es allí precisamente donde radica el mérito del director, quien con una orquesta ajustada puede ahora dedicarse de lleno a la interpretación de la partitura.
La Sinfónica rosarina es una orquesta que logra infinitos matices, algo manifiesto en el complejo “Concierto para piano Nº 2” en si bemol mayor, opus 83, de Johannes Brahms, obra que tiene las dimensiones titánicas de una sinfonía pero con piano.
La orquesta se alzó poderosa y robusta en el primer y segundo movimiento, pero en los momentos de sonido camarísticos, típicos de Brahms, consiguió expresar toda la interioridad lírica del sonido brahmsiano, algo que no es fácil de conseguir y que se disfrutó gratamente. El tercer movimiento es señalado como una de las cumbres absolutas de la música romántica, y para su interpretación hay que acercarse, casi con devoción religiosa. Un momento de goce sublime.
El silencio en la sala demostraba la comunión entre orquesta, solista y público. Uno de esos momentos no muy comunes, en que todos los presentes toman conciencia de que algo muy especial está ocurriendo; como una epifanía.
El maestro Alexander Panizza también tuvo una noche de estado de gracia. El pianista logró traducir las emociones contenidas en esta suprema obra de Brahms, con los desatados arrebatos del primer movimiento, la energía enardecida del segundo movimiento, el supremo canto lírico del tercer movimiento y la elegancia de clásico equilibrio del cuarto. Además, Panizza creó una arco de reciprocidad con el público, a partir de una fuerza de comunicación propia de los grandes pianistas, ante cuyo arte nadie queda impasible. La perfecta unión entre director y solista nos llevó en un profundo viaje, sin escalas, directo al corazón de Brahms.
El bis fue tan magnífico como el propio concierto, una versión espiritualmente intensa, de la “Isla Alegre” (1904) de Debussy, que además de los aplausos del público agradecido, cosechó los aplausos de la orquesta a pleno. La obra escogida para cerrar esa noche de alegrías, fue la “Suite del Caballero de la Rosa”, una bella remembranza musical de la ópera más exquisita de Richard Strauss. Maderas, vientos y cuerdas sonaron acordes a la paleta orquestal del compositor, variada y rica. El motivo exultante de “La Rosa de Plata” y el posterior dúo de amor cantado por oboe y trompa, fueron magníficos, como así el arrebatador vals, con ritmo desbocado que marca el fin de la obra. Los aplausos por más de diez minutos demostraron que el público aprobó esta nueva etapa que está viviendo la Sinfónica, la etapa del maestro David del Pino Klinge.