De vuelta la noche se puso agitadísima para Dante, el miembro mutante de la música urbana
porteña. Nuevas inspiraciones atravesadas por las penumbras y las luces cachondas del amanecer.
Encima, soltería forzosa. “A veces muto en el Hombre Lobo”, dice entre risas, quien
otras veces mutó en una especie de Prince con su guitarra afilada y su bigotito como marcado con
lápiz delineador; o, en pibe palpitante esfumado tras la capucha-Eminem oscura y triste y lanzando
frases filosas con estribillos a puro gancho y melodías pegadizas.
En su reciente álbum “Pyrámide”, el ex Illia Kuryaki, como era de esperar, mutó otra
vez. Corrido a veces del rap del norte adhirió medio cuerpo a un paredón porteño y abrió los brazos
para sentir mayor libertad. “Por eso también me saqué un poco la gorra... del hip hop
norteamericano hay muchas cosas que ya no me representan”, dice. Y entonces convocó a Fito, a
Adrián Dargelos y también a Residente, de Calle 13. Pasen y escuchen al hijo célebre del legendario
Luis Alberto Spinetta.
—¿”Pyrámide” representa una nueva etapa en tu vida?
—Algo así. Pude encontrar un balance desde lo estético, lo conceptual y de mensaje. En el
medio, cuando estaba haciendo el disco, pasé por un par de tormentas personales y después todo fue
como que se empezó a alinear de nuevo y las cosas empezaron a salir mejor.
—También hubo como un redescubrimiento de la noche, sobre todo como lugar desde donde
escribir canciones.
—Exactamente. El disco está basado bastante en lo que sucede en la noche. La sociedad te
empuja a que lo único que importa sea consumir y ganar guita, e incluso en el terreno de las
relaciones amorosas se llegó a eso. Y esto se ve mucho en la noche; el botinerismo no sólo está en
el mundo del fútbol. Es el billeterismo. Salir de eso se tratan algunas canciones del disco. Qué te
hace rico de verdad o si estás en una cama del hospital, ¿quién te va a ir a visitar? ¿El banco? Me
refiero a cosas más importante, como más de base.
—¿Eso explica el título del álbum?
—Claro, como una estructura bien sólida y que resiste todo. Espíritu, cuerpo y alma. Todos
tenemos nuestras contradicciones y también las hubo en el disco, pero hay un análisis social más
ligado con lo que pasa con el amor que en otro álbum. Creo que mucha gente se siente identificada
con “Mostro”. Desde un lado divertido estoy hablando de cómo nos transformamos en la
noche. Hay cosas, para mí, que de noche deben seguir siendo como son de día. Es decir, no nos
regalemos tanto.
—¿Vos en qué mutás de noche?
—De vez en cuando me salta la térmica. De verdad, no soy un pibe que se mete con
sustancias heavy, no me interesan ni las necesito, pero sí, me agarra esa arenga a veces y me
transformo en... No sé, a veces muto en el Hombre Lobo (risas).
—Si te quedás encerrado entre cuatro paredes podés escribir una gran canción, pero
seguramente no de hip hop.
—Siempre salí, sobre todo en las giras, pero es verdad que este último tiempo usé la noche
directamente como inspiración. Era necesario para mí salir y reencontrar un montón de cosas. Me
gusta mucho la noche, aunque me quede en mi casa. Lo bueno de este disco, creo, es contar ciertas
situaciones de una manera que tenga mayor dinámica musical. El rap se basa mucho en lo que pasa en
la ciudad, por lo cual yo no me puedo alejar mucho del asfalto.
—En “Pyrámide” a veces te corrés algo del hip-hop. ¿Por qué?
—Me quise abrir un poco y explorar nuevos territorios y no estar haciendo lo que ya hice o
lo que hacen otros. Usar mi lugar, mi tierra; todo lo que vivimos acá que es distinto a lo que vive
un pibe del Bronx. Y usarlo a tu favor. Tener una guitarra criolla en “Alelí” y
cantarla con Fito genera algo que es más propio y que sigue siendo urbano. Eso quise lograr. Por
eso también me saqué un poco la gorra. Del hip hop norteamericano hay muchas cosas que ya no me
representan. En Argentina hay hambre, no están los billetes ni las joyas de los raperos
norteamericanos. Entonces quiero hablar de un modo más real y argento también.