Para Nicolás Dotta, un rosarino de 33 años que integra la organización
humanitaria Médicos del Mundo, la solidaridad es una actitud de vida, una acción que transforma, y
que implica tomarse algunas molestias. Y aunque está convencido de que cada uno puede hacer su
aporte desde el lugar en el que se encuentra, eligió ponerse al servicio de los demás en remotos
lugares del mundo.
Durante más de dos años trabajó en la zona rural de Mozambique, en Africa, y en
los próximos días arribará a su nuevo destino, un campamento de refugiados en pleno desierto del
Sahara. Dotta es licenciado en Economía y tiene un máster en Acción Solidaria Internacional que
hizo en la universidad Carlos III, en Madrid, España.
Desde que era un adolescente sintió vocación por hacerle la vida más fácil a los
que sufren, pero lo hacía desde el alma. Ahora, además, es su trabajo.
Experiencia movilizadora. "Mi primera experiencia fue en Mozambique. Fui por
tres meses y me quedé dos años", relata durante una visita que hizo a su familia en Rosario. Su
bautismo de fuego fue en Pemba, un lugar que queda a 3 mil kilómetros de Maputo, la capital de
Mozambique, en la frontera con Tanzania. Una aldea con chozas de barro, niños desnutridos y adultos
enfermos. Sin agua potable, sin electricidad, con hechiceros y curanderos, con la muerte como
compañera cotidiana.
Aunque la foto del bebé esquelético prendido al pecho seco de su madre es una
instantánea que Dotta vio más de una vez, lo primero que aclara es que allá "la gente no vive
aferrada a la tristeza. Ellos son dignos, alegres y luchadores, como en cualquier lado".
Tenía que organizar una campaña de vacunación, pero también construir un centro
de salud"
Aunque los africanos están aceptando cada vez más la ayuda que viene del mundo
occidental, asegura que su condición de blanco y extranjero a veces le jugó en contra. En otras
ocasiones, lo puso en un lugar especial. Como cuando se encontró con un muchacho que había tenido
un golpe en un ojo y no dudó en hacerle unas compresas con el hielo que llevaba en su heladerita
portátil. La respuesta antiinflamatoria del frío lo convirtió en un héroe ocasional. "Doctor Nico,
gracias por ayudarme con su medicamento", le dijo el joven días después, mientras los pobladores lo
observaban con devoción.
Estrategia. La medicina tradicional, la de los brujos y hechiceros, es palabra
santa en esa zona. La otra, la occidental, la del progreso y la cura "fácil", no es naturalmente
bien recibida. "Tenemos que luchar contra el desconocimiento y la desconfianza. Si los curanderos
no se convierten en nuestros aliados no hay ayuda que valga", dice Dotta. Para que acepten
vacunarse, tomar pastillas o usar preservativo, los integrantes de Médicos del Mundo (como los de
otras organizaciones) apelan a esas alianzas o directamente a los más jóvenes. Hasta el teatro es
un buen recurso ya que se montan obras callejeras, interpretadas por los nativos, donde a través
del juego les explican a sus compatriotas las ventajas de dejarse revisar por un médico o de
protegerse contra las enfermedades de transmisión sexual.
El sida, que hace estragos junto con la malaria, es difícil de frenar ya que un
porcentaje importante de la población está contagiado pero por cuestiones mitológicas (no
religiosas) rechazan el preservativo, según explica el rosarino: "Están convencidos de que el semen
del hombre es el que le da a la mujer fortaleza y vida. Entonces, si no lo recibe, ellas se
debilitan. Es un claro ejemplo del domino del varón sobre la mujer porque en esa sociedad el hombre
no sólo es proveedor de cuestiones materiales, sino también de la vida".
Otras miradas. La expectativa de vida en esa zona de Africa es de 44 años. Las
precarias condiciones generan que todos los habitantes tengan uno o dos hermanos muertos y que
también vean morir a sus hijos. "Yo jugaba con Tito, uno de los chicos de una familia de la que me
había hecho bastante amigo. Un día pasé y no lo vi, y el papá me dijo «es que ayer se murió», y
siguió con lo que estaba haciendo. Me quedé helado, porque desde mi mirada no podía entenderlo",
dice Dotta. El dolor y el sufrimiento en esas familias existe, la tristeza de la ausencia también,
comenta, pero la muerte no los paraliza: "Además tienen otros hijos y deben resolver cómo
alimentarlos cada día. No pueden detenerse a hacer un duelo. La muerte está presente diariamente y
por eso la gente la vive sin dramatismo, y eso, para mí, la vuelve más trágica todavía".
Estar cerca del dolor y la pobreza, palparla, olerla, y enfrentarla para
encontrarle soluciones es la principal misión de Dotta y de los integrantes de organizaciones
humanitarias en todo el mundo. Y aunque él dice con cierta humildad que esta tarea "no te convierte
necesariamente en una mejor persona", es fácil advertir que la experiencia transforma.