Hubo detectores de metales, policías y militares para proteger ayer al Papa Francisco en el violento estado de Michoacán. Situación muy diferente a la que viven sacerdotes de muchos pueblos de México, que están solos e indefensos ante el crimen organizado.
Francisco pidió ayer no dejarse paralizar por el miedo, en una misa la que asistieron unas 22 mil personas en Morelia, anteúltima escala de su viaje de cinco días a México.
La misa estaba dirigida a clérigos, seminaristas y religiosos, en un país donde 28 sacerdotes han sido asesinados y dos están desaparecidos desde que en 2006 se disparó la violencia de los cárteles.
En abril de 2014 el sacerdote misionaro ugandés John SSeyondo acababa de oficiar misa en un municipio indígena del sur de México cuando personas armadas lo bajaron de su auto. Apareció seis meses después. Muerto. En una fosa con 13 cuerpos.
A Erasto Pliego de Jesús, el párroco de Santa María de la Natividad de Cuyoaco, Puebla, lo encontraron unos campesinos semicalcinado y con lesiones en el cráneo, unos días después de desaparecer de su casa.
Los feligreses se dieron cuenta de la ausencia del sacerdote porque pasó la hora de tres misas y no llegaba para celebrarlas. En su casa había cajones saqueados, gotas de sangre, una silla boca abajo.
“Los sacerdotes viven la violencia como en tiempos de guerra”, afirmó el Centro Católico Multimedial en su informe de 2015 sobre ataques a sacerdotes, religiosos y laicos vinculados con la Iglesia.
Francisco advirtió que en ambientes “muchas veces dominados por la violencia, la corrupción, el tráfico de drogas, el desprecio por la dignidad de la persona, la indiferencia ante el sufrimiento y la precariedad”, la resignación “paraliza”.
No a la resignación. “Frente a esta realidad nos puede ganar una de las armas preferidas del demonio: la resignación”, dijo. “Una resignación que no sólo nos atemoriza, sino que nos atrinchera en nuestras sacristías”.
Es la segunda vez en su viaje de cinco días a México que el Papa pide a miembros de la Iglesia asumir una papel más comprometido frente a la amenaza de la delincuencia, que ha dejado más de 100 mil muertos en México en la última década. Antes lo había hecho en la Catedral de Ciudad de México, en su primer día de actividades, en un encuentro con unos 170 obispos mexicanos.
“Les ruego no minusvalorar el desafío ético y anticívico que el narcotráfico representa para la entera sociedad mexicana, comprendida la Iglesia”, afirmó entonces.
La proporción del fenómeno y la gravedad de la violencia no permiten limitarse, a “condenas genéricas”, advirtió.
En algunos casos el robo a iglesias o casas parroquiales ha sido señalado como el móvil de asesinatos de sacerdotes en México. En otros, como en el asesinato de SSeyendo, está presente de manera clara la forma de actuar del crimen organizado, aunque las causas se desconocen.
En Apatzingán, en el estado de Michoacán, el polémico sacerdote Gregorio López, cercano a los grupos de ciudadanos armados de autodefensa que se habían formado en esa zona, salió una vez en 2014 a celebrar la misa con chaleco antibalas.
Según el Centro Católico Multimedial, que lleva varios años recogiendo datos sobre sacerdotes asesinados, “la República Mexicana figura como el país latinoamericano más peligroso para ejercer el ministerio sacerdotal”.
Pero la resignación, dijo Francisco, “no sólo nos impide proyectar, sino que nos frena para arriesgar y transformar”.