Washington. — Un psiquiatra del ejército estadounidense musulmán causó un
baño de sangre en una base militar tejana; una estadounidense rubia de Pensilvania convertida al
islam, apodada Jihad Jane, está implicada en un complot para asesinar a un caricaturista sueco,
Lars Vilks, que retrató a Mahoma; un joven con raíces somalíes y contactos con Al Qaeda trabajó
durante años en centrales nucleares estadounidenses... Son sólo tres de una serie de casos que en
los últimos seis meses sacudieron a este país.
El miedo crece ante el "homegrown terror", el peligro terrorista que se cuece en
la propia casa y expertos estadounidenses hablan ya de una "nueva y preocupante tendencia". Unos
diez atentados de milicianos musulmanes el año pasado dejaron 14 muertos, según investigaciones del
diario The New York Times. Son sólo una pequeña parte de las alrededor de 14.000 víctimas por
crímenes violentos en el país, pero las autoridades antiterroristas consideran a los
estadounidenses radicalizados un peligro especialmente grande, porque les resulta muy fácil
permanecer ocultos. "Los ciudadanos estadounidenses y residentes en el país son un lucrativo
capital para las organizaciones terroristas globales", creen Rick Nelson y Ben Bodurian, del Centro
de Estudios Estratégicos e Internacionales (CSIS) de Washington. Sin mayores obstáculos pueden
viajar al extranjero, forjar contactos con terroristas, aprender a usar armas y explosivos, volver
a casa y perpetrar atentados.
Made in USA. Especialmente peligrosos se consideran los terroristas "hechos en
casa" presentes tanto en la cultura estadounidense como en una extranjera, dicen Nelson, director
del programa antiterrorista del CSIS, y el especialista en terrorismo Bodurian en un estudio.
Las alarmas sonaron con el caso del psiquiatra militar Nidal Malik Hassan, que
en noviembre mató a 13 personas en la base militar de Fort Hood. David Coleman Headley, un
ciudadano estadounidense con raíces paquistaníes, sospechoso de haber ideado los devastadores
ataques con bomba en la ciudad india de Bombay en noviembre de 2008, causó también conmoción.
O el caso de dos docenas de estadounidenses con raíces somalíes que se unieron a
los extremistas en el país africano en crisis. O el del afgano con residencia en Estados Unidos
Nayibullah Zazi, que tras un entrenamiento terrorista en Pakistán planeó una "operación mártir" en
Nueva York, lo que para Nelson y Bodurian constituyen un ejemplo destacado de "la mejor oportunidad
para Al Qaeda y otras organizaciones terroristas globales para perpetrar un gran atentado en
Estados Unidos".
Los investigadores creen que la pobreza o una vida al margen de la sociedad como
explicación de la radicalización religiosa apenas son importantes en los casos mencionados. Más
bien se trata de una especie de mensajero, un clérigo radical o un aspirante a entrar en un grupo
de extremistas que sirve de puente en el mundo del terrorismo.
Internet es ahí un medio de comunicación central: en Facebook, YouTube o en
miles de chats de islamistas pululan los captadores de adeptos. Sin embargo, la lucha del gobierno
estadounidense en su contra es considerada "deficitaria" por los autores. "El alcance sin límites
de la red permite una difusión relativamente libre de material radical", escriben. Si Estados
Unidos quiere tener éxito, se necesita "personal, entrenamiento y tecnología de calidad única".
El que cae en la red de los extremistas se deja atraer por la propaganda de que
Occidente se encuentra en guerra con el islam, según los investigadores. Najibullah Zazi se veía a
sí mismo como un combatiente por los civiles afganos. Nidal Malik Hassan no podía quitarse de la
cabeza las guerras en Afganistán e Irak. Los estadounidenses con raíces somalíes veían a sus padres
y hermanos de fe perseguidos en su país.
Los ejemplos "indican que algo más distinto a la pobreza o a una vida al margen
de la sociedad se esconde tras el auge del extremismo en el interior del país", opinan Nelson y
Bodurian. Los expertos en estrategia recomiendan que hay que arrebatar a Al Qaeda y otros grupos el
argumento de que Occidente y sobre todo Estados Unidos quieren acabar con el islam. La Casa Blanca
ya acabó con el concepto "guerra contra el islam radical" y en un discurso, el presidente Barack
Obama tendió la mano a los musulmanes y prometió impulsar el cierre de la controvertida prisión de
Guantánamo en Cuba.
Pero Estados Unidos debe ir más allá, exigen los expertos. Pues el terrorismo
organizado saca de la presencia militar de Estados Unidos en los países islámicos la justificación
para sus actos. En lugar de combatirlos, Washington debería reforzar la cooperación con los Estados
amenazados por la brutalidad de los extremistas. "Ese tipo de cooperación, más que una gran acción
militar, traerá mayor éxito en la lucha contra el terrorismo y la violencia radical".