Hace un tiempo leí en Carta de Lectores de La Capital que las tierras de San Juan y Mendoza eran poco fértiles, pero a una parte de ellas el hombre las fue haciendo fecundas mediante el riego y las alamedas. Para ello, en algunos ríos como el Diamante se construyeron diques a fin de favorecer los regadíos y las plantaciones de álamos. El Diamante, que nace en la cordillera y atraviesa la zona central de Mendoza, tiene características parecidas a las del río Gallegos, en la sureña provincia de Santa Cruz. Ambos cursos de agua discurren por regiones de similar conformación topográfica; cuyana una, patagónica la otra. El río Gallegos debiera aprovecharse para la transformación del área improductiva que hoy entristece su camino hacia el mar, termina diciendo la nota. Yo quiero agregar que hacen falta realizaciones que mejoren los sistemas de riego, que aumenten la forestación y reduzcan la erosión. El gobierno (de cualquier signo que sea) debe hacerse eco de los dictados ecológicos cuya concreción reclama el país. Digo esto a manera de modesto llamado a la conciencia de quienes tienen la responsabilidad, pero también la histórica posibilidad de propiciar obras; obras que estén emparentadas con la naturaleza como plantaciones forestales, embalses e implantación de viñedos; obras que más allá de alentar la ocupación laboral, tan necesaria en estos momentos, constituyan hechos que sirvan al progreso y al bienestar, tanto de las ciudades distantes, como de aquellos parajes detenidos en el tiempo. El mejoramiento de la configuración paisajística, económica y social de las zonas más remotas del país ensanchará su futuro y la sufrida gente que habita esas latitudes, como la de la Patagonia por ejemplo, podrá mejorar su calidad de vida.