La fuga del Complejo Penitenciario Federal Nº 1 de Ezeiza todavía no acabó. Esta historia, que comenzó a principios de marzo, une complicidades penitenciarias con el anhelo de libertad que llevó a cuatro hombres a consumar el escape más espectacular de la historia argentina. Para los investigadores, los protagonistas de la huida que le puso fecha de vencimiento a la dirección de Víctor Hortel fueron Mario Bañera, Thiago Ximenez, Renato Dutra Pereira y Martín Espiasse. Un ladrón de blindados, dos expertos en fugas y uno de los hombres más temerarios del sistema carcelario nacional. Ayer, todos conviviendo en el mismo pabellón de un penal de máxima seguridad. Hoy, todos en libertad, sintiendo la tibieza del sol en la cara, lejos de la humedad de las celdas olvidadas, según publicó ayer el diario Tiempo Argentino.
La reja ensombrece la mirada de los hombres. La barbarie penitenciaria obliga a endurecer el espíritu, agudizar el oído y saber callar. El silencio es, quizás, el único aliado que tiene un preso para sobrevivir en la jungla de cemento. En sus años de reo, Mario Bañera aprendió a mandar con firmeza entre ladrones y homicidas, hasta transformarse en el "poronga" del pabellón B, donde nadie se animaba a discutir sus decisiones.
El "cartel" de cuchillero lo acompañaba a cada penal que pisaba. Entre rejas es conocida la historia que protagonizó en la unidad de Marcos Paz. Años atrás, el ladrón de blindados había sufrido el secuestro de su hijo, luego de protagonizar un millonario asalto en la zona oeste del conurbano bonaerense. Detenido por robo, Mario se encontró en los pasillos de la cárcel con uno de los captores de su hijo, que se acercó para disculparse. La respuesta fue certera. Los compañeros de encierro cuentan que el iluso secuestrador, que esperaba el perdón, recibió en cambio una docena de puñaladas. "Mario tiene la sangre fría, es bien tumbero. Siempre anduvo en robos grandes, trabajos a los que no llegás si no tenés una pata en las fuerzas de seguridad. Te puedo asegurar que estuvo en hechos millonarios que no salieron a la luz. Es picante y tiene cabida con los servicios de inteligencia que le frenaban algunas broncas", contó un ex compañero del fugitivo, al que definió como devoto de San La Muerte y amante de los caballos.
Para la Justicia, Mario fue uno de los ideólogos de la fuga de Ezeiza. "Es el único con la logística necesaria para aguantar tanto tiempo prófugo. Los dos primeros que agarramos en Cañuelas estaban embarrados y sin plata. ¿Creés que esos tipos pueden bancar una fuga como esta? Acá hay servicios de inteligencia, policías y ladrones pesados que trabajan juntos y se tapan", alertó uno de los investigadores del caso. Y añadió que Bañera habría participado en el frustrado robo al camión de caudales del Banco Provincia, atacado el 23 de noviembre de 2010 en la Panamericana, cuando transportaba 19 millones de pesos y 200 mil dólares hacia San Nicolás. Ese día murieron dos policías y luego otros dos oficiales fueron detenidos acusados de entregar la carga.
Por la puerta grande. Mario sabía que se iba a ir de Ezeiza por la puerta grande. En marzo ya le había comentado a un viejo compañero que le dejara sus datos para contactarlo porque estaba en algo grande. Pero este no fue el único indicio que desnudó sus intenciones. Hace tres meses fue descubierto con dos hojas de sierra luego de la visita semanal. Y según fuentes judiciales existía desde hacía cuatro meses un alerta de inteligencia sobre él y los dos brasileños. Aun así, nadie se preocupó por reforzar la seguridad del pabellón y evitar el escape.
Amo y señor de "la villa" como se conoce al pabellón B del Módulo Tres, Mario sabía que tenía a dos cómplices de lujo para emprender la aventura: los brasileños Ximenez y Dutra Pereira, que ya se habían fugado de otros penales y tenían experiencia para planificar el escape.
Según las fuentes consultadas, el cuarto elemento del grupo escapista fue Martín Espiasse, hombre temerario, también cuchillero y con una pesada condena por cumplir. Hasta el jueves anterior al escape, Espiasse estaba alojado en el pabellón D y le solicitó a un agente del grupo de Seguridad Interna de apellido Molina "que lo pasara a la villa porque si no mataría a algún gil". Además, Espiasse asistía a las clases del taller de carpintería que había comenzado este año en el lugar. De allí podría haberse llevado algunas herramientas para trabajar en el boquete que nació en la celda 22, donde estaba recluido Dutra.
Otro dato que aportaron las fuentes es que el lunes de la fuga no hubo requisa en el pabellón. Y que Espiasse fue visitado por una mujer el miércoles 14 de agosto, en el marco de los festejos por el Día del Niño.
Los investigadores están convencidos de que la fuga comenzó a las 20.30 luego del recuento de las 20, y habría estado diagramada sólo para Bañera, Espiasse y los dos brasileños. Luego se sumó el resto de los internos. La celda 22 está ubicada frente a la "pecera" —donde debería haber estado el guardia a cargo de la seguridad— y el piso podría haber sido vulnerado con el método frío-calor: con "fuelles" —calentadores tumberos— para que aumente la temperatura de la superficie y luego agua para enfriar rápido y provocar el contraste necesario para perforar el cemento. En el pabellón B había sólo un calentador. Y luego de la fuga los penitenciarios se llevaron los fuelles de casi todos los pabellones del módulo. Demasiado tarde.
Otra hipótesis es que los presos habrían utilizado el taladro robado a la empresa que hace reformas en el penal de Ezeiza. Ese taladro apareció en otro pabellón.
Los voceros añadieron que el día de la fuga la capacidad del pabellón no estaba cubierta: de las 50 celdas —distribuidas en dos pisos, de la 1 a la 25 en planta baja, de la 26 a la 50 en el piso superior— sólo 35 habrían estado ocupadas, tomando como referencia el recuento oficial de junio de 2013.
Pero estos no fueron los únicos indicios que preveían la fuga. El clima en el Módulo 3, históricamente discriminado por su violenta fama, se había enrarecido en los últimos meses.
El escape que puso fin a la gestión de Víctor Hortel tuvo antecedentes que marcaron el endeble control que los penitenciarios mantenían sobre la población del lugar. Los internos dicen que los guardias trabajaban de "brazos caídos" y que las autoridades habían comenzado a trasladar detenidos de forma intempestiva para alterar la rutina y provocar un golpe de estado encubierto, celebrado con aplausos en todas las cárceles federales del país.
Ahorcado. Sólo ocho meses separaban a Matías Ezequiel Cejas de la libertad. Ocho meses para abandonar la violencia descubierta en carne propia. Pero el martes por la noche Matías apareció colgado de una sábana en el Módulo 3 de Ezeiza. Había llegado hacía dos meses al penal de máxima seguridad desde la cárcel de Chaco junto a su hermano, luego de haber sido torturados y atacados sexualmente por siete penitenciarios. Estos hechos ocurrieron el 10 y el 12 de junio pasados.
El traslado de los hermanos Cejas a Ezeiza fue ordenado por el juez de Ejecución Penal Axel López, quien había dispuesto una medida de resguardo físico para evitar represalias de los guardias. Además, López determinó que los hermanos fueran enviados al Módulo 1, donde los internos pueden convivir más tranquilos, ya que la mayoría de los hombres alojados allí son "primarios", significa que ingresan por primera vez al sistema penitenciario, y muchos tienen causas mediáticas, como el portero Jorge Mangeri, el sindicalista José Pedraza y el ex baterista de Callejeros, Eduardo Vázquez, entre otros.
Sin embargo, el SPF desoyó estas disposiciones y los dos internos fueron enviados a distintos módulos. Si bien los testimonios de algunos compañeros de encierro señalan que Matías venía amenazado con "cortarse", la Justicia federal investiga si se trató realmente de un suicidio o si a Matías lo mataron y luego disfrazaron la escena del crimen. Ahora la familia Cejas teme por la vida de su otro hijo, aún detenido en la cárcel de Ezeiza.
Volvimos
Los presos del Módulo 1 de Ezeiza cuentan que tras la renuncia de Hortel los penitenciarios se jactan y dicen: “Volvimos nosotros”.